Las ruinas de la revolución industrial en Aragón: las azucareras

Cuando uno se pasea por la antigua azucarera de Alagón, hoy en día totalmente abandonada, tiene la sensación de encontrarse en las entrañas de un antiguo y colosal organismo del que sólo quedan sus restos petrificados

Foto: Pablo Ibáñez (AraInfo).

Decía Walter Benjamin que la clase dominante marcha como «un cortejo triunfal» avanzando por encima de «aquellos que hoy yacen en el suelo», dejando un rastro de ruinas a su paso. La «memoria histórica» no sólo son las fosas comunes de la Guerra civil: son todos y cada uno de los procesos históricos de violencia y disciplinamiento que la clase trabajadora y los distintos grupos que la componen han sufrido y sufren. El miedo a la inestabilidad laboral y al paro debido a la constante reestructuración de los sectores productivos forma parte de ese proceso de disciplinamiento y alienación que el capitalismo ejerce sobre nosotros.

Por ello pensamos que debemos repensar las «ruinas» y observarlas no como un fenómeno natural, como la lluvia o el viento, sino como un proceso de devastación económica sujeto a las lógicas de los intereses de la clase dominante. Es una perspectiva sobre la que han trabajado geógrafos como David Harvey que han descrito con precisión cómo el capitalismo, regido por las lógicas del beneficio y extracción de plusvalías, genera un proceso de acumulación de capital y desposesión continua de sectores e industrias. Pensamos que el estudio del patrimonio industrial de Aragón debe incorporar esta perspectiva.

Foto: Pablo Ibáñez (AraInfo).
Foto: Pablo Ibáñez (AraInfo).

Creación de un sector oligopólico

En Aragón a mediados del siglo XX llegaron a existir unas 17 azucareras, incluyendo las de Zaragoza, Monzón, Puebla de Híjar, Épila o Alagón. La mayor parte de las mismas fueron construidas en un periodo muy breve, entre finales del siglo XIX y primeros años del siglo XX. Suele argumentarse que la independencia de Cuba en 1898 fue clave para el avance en la producción de azúcar en la Península ya que hasta entonces, España obtenía la totalidad de su azúcar del país caribeño. Con la independencia de Cuba el mercado se hundió y hubo que buscar alternativas como la obtención del azúcar de la remolacha, que podía cultivarse en el Valle del Ebro en lugar de la caña de azúcar, más proclive a los climas tropicales.

Aunque lo dicho anteriormente es cierto, una de las decisiones que posibilitó la creación de la producción de azúcar de remolacha fue la decisión del Gobierno español de proteger la industria azucarera nacional con un arancel en 1892. Esta regulación del sector por parte del Estado volvió a darse en 1899 con la Ley de Azúcares, también de carácter arancelario y fiscal. Gracias a la protección estatal de este sector los capitalistas se lanzaron a invertir en él. Entre 1899 y 1902 la capacidad productiva de azúcar en España llegó a cuadriplicarse y el consumo per cápita pasó de 5 kg en 1900 a 12kg en 1935. Esto es interesante porque demuestra que al mismo tiempo que el sector azucarero se desarrollaba desde arriba, fueron modificándose también nuestras pautas de consumo. La industria alcoholera fue una de las que mayor cantidad de azúcar requerían, siendo el alcohol uno de los productos que más vio incrementada su demanda.

Foto: Pablo Ibáñez (AraInfo).
Foto: Pablo Ibáñez (AraInfo).

El fuerte y rápido crecimiento del sector azucarero conllevó una serie de desequilibrios que se intentaron mitigar desde fechas tan recientes al origen del sector como 1903 gracias a la creación de la Sociedad General Azucarera de España (SGAE) que funcionó, ya desde entonces, prácticamente como un monopolio. La creación del oligopolio se completó en los años 20 cuando la SGAE, la Compañía Ebro de Azúcares y Alcoholes (EBRO) y la Compañía de Industrias Agrícolas (CIA), controlaban entre las tres más de dos tercios de la producción total azucarera española. Además, la Ley Osma de 1907 fijó una prohibición durante un plazo de tres años para la creación de nuevas fábricas, lo que favoreció enormemente a los capitalistas que ya habían realizado sus inversiones y que ahora la ley les garantizaba la ausencia de competidores. Los capitalistas que se lanzaron a invertir en este nuevo sector, lo hicieron prácticamente sin asumir riesgos ya que contaron con el abrigo del sector público.

En 1926 estas tres empresas llegaron a un primer acuerdo oligopólico para el reparto del mercado, que con el paso del tiempo les llevaría a controlar, durante el franquismo, más del 90% de la producción. Este proceso finalizó con la entrada de España en el Mercado Común, fusionándose en 1990 las empresas EBRO y CIA, constituyendo Ebro Agrícolas y uniéndose a su vez con SGAE en 1998 creando Azucarera Ebro Agrícolas (AEASA). En este último paso de monopolización fue fundamental según el historiador Luis Germán, el papel de Javier de la Rosa, involucrado también en las tramas de financiación de partidos como PP o CiU y acusado de apropiarse de más de 500 millones del grupo kuwaití KIO

La financiación del sector: un entramado político, económico y mediático

¿De quién hablamos cuando hablamos de clase dominante? Según el historiador José Antonio Gracia Guillén, los empresarios que pusieron en marcha esta industria en Aragón formaba parte de una burguesía con poca vinculación e integración en el entramado capitalista internacional. Muchos de ellos, habían sido burgueses beneficiados con tierras adquiridas por el proceso de desamortización puesto en marcha por el estado, que vendió a la burguesía cerca de un 20% del territorio nacional y que comprendían un elevado número de tierra comunales.

Estos empresarios formaban parte también de los consejos de administración de una o más entidades financieras. El historiador Gracia Guillén aporta una lista de un entramado de más de veinte empresarios de la industria azucarera presentes al mismo tiempo en consejos de administración de distintas entidades financieras como el Banco de Crédito de Zaragoza, el Banco de Aragón o el Banco Zaragozano. Por si fuera poco, algunos de sus miembros también destacaron por su importancia dentro de los medios de comunicación o en la política. De este entramado nos gustaría destacar a:

  • Mariano Bruned: Propietario de la azucarera de Lucení, consejero delegado del Heraldo de Aragón y presente en el consejo de administración del Banco Aragonés de Crédito.
  • Tomás Castellano y Villarroya: propietario del Diario de Zaragoza, presidente de la azucarera La Nueva, propietario de la Banca Castellano y Villarroya, ministro de Ultramar en 1895 y presidente del Banco de España en 1904.
  • Manuel Marraco: gerente de la Azucarera del Pilar y Alcoholería Agrícola del Pilar, gobernador del Banco de España en 1933 y ministro durante la presidencia de Alejandro Lerroux en 1935.
  • Lewin Auser: fundó el Banco de Aragón en 1910 con un capital de cinco millones, gracias a la cesión del domicilio de la sociedad Azucarera del Jalón. El primer consejo del Banco de Aragón estuvo presidido por Joaquín Delgado Pascual, que había presidido también la Sociedad Azucarera del Jalón y cuyo vicepresidente era el conde de Bureta.

Esto demuestra una vez más que quienes invirtieron en el sector azucarero, contaban con la protección del Estado al que además, algunos de ellos representaban. También disponían de la financiación necesaria ya que, en ocasiones, aquellos capitalistas que solicitaban créditos estaban presentes en los consejos que decidían concederlos. Por si fuera poco, algunos de ellos disponían de la propiedad de varios medios de comunicación que contribuirían a la modificación de pautas de consumo y apoyo público a las decisiones políticas e ideológicas de su clase.

Foto: Pablo Ibáñez (AraInfo).
Foto: Pablo Ibáñez (AraInfo).

La formación de la clase obrera

Juntos con sectores como el de la harina, la aparición de la industria azucarera en Aragón supuso una auténtica revolución agrícola e industrial. Alrededor de esta industria se crearon otras suplementarias como la química, a la que se demandaban la fabricación de abonos minerales y químicos. Representó también la entrada de Aragón en la era del maquinismo, ya que el montaje de una azucarera requería de maquinaria pesada, transporte ferroviario y laboratorios especializados. También se ampliaron los tendidos de líneas telefónicas, llegaron a 30 las barcazas para el transporte de remolacha por el Canal Imperial de Aragón, así como fue necesaria la creación de una gran flota de camiones. Toda esta actividad estaba impulsada por la energía extraída de las centrales eléctricas y el carbón cuyo consumo aumentó a niveles históricos.

Además de los miles de jornaleros que encontraron trabajo en suministrar con toneladas de remolacha esta industria, se crearon cientos de puestos de trabajos especializados como ingenieros, químicos, mecánicos y especialistas en fundición, fragua o carpintería. Este proceso intensificó la división social del trabajo en pocos años que, acompañados de una serie de desequilibrios que se arrastraban entre precios y salarios, produjo una intensificación del conflicto social donde asociaciones agrícolas y sindicatos como CNT o UGT cobraron un gran protagonismo. Para que nos hagamos una idea: en localidades como Alagón donde el sector azucarero demandaba contratos para 270 personas en cada campaña, pasó en poco tiempo a solicitar más de 900 puestos de trabajo.

Agudización del conflicto social

La industria azucarera impuso unos ritmos de trabajo modernos que dejaban exhausto al trabajador. La actividad se organizaba en dos turnos de 12 horas, 24 horas al día durante los 4 meses que duraba la campaña. La implantación de la jornada de 8 horas no llegó hasta 1920, que coincidió con el año de mayor movimiento huelguístico en España. Según la prensa analizada por José Antonio Gracia Guillén, fueron 700 obreros los que se pusieron en huelga en la Azucarera de La Puebla de Híjar, 650 en la de Casetas, 900 en la de Épila, 450 en Terrer y cerca de 1000 en Alagón.

La dimensión del conflicto y el disciplinamiento de la fuerza de trabajo no hicieron más que intensificarse en las décadas siguientes. En 1934, la UGT y los principales sindicatos llamaron a la Huelga General revolucionaria para protestar contra el gobierno conservador de Lerroux y el ascenso de coaliciones derechistas como la CEDA. Aunque en Asturias, el sector minero puso en jaque a las fuerzas del orden, en Aragón también hubo localidades donde se llegó a proclamar el comunismo libertario como en Mallén o Tauste. En otros municipios como en Terrer el movimiento obrero y jornalero creado alrededor del sector azucarero insufló de fuerza esta huelga y algunos vecinos todavía recuerdan el intento que hubo por parte de miembros de la UGT de tomar el cuartel de la Guardia civil que se saldó con varios muertos. En 1936, tras el golpe de estado fascista, algunos de los primeros en ser detenidos y asesinados fueron precisamente algunas de las personas que se destacaron en 1934 como Miguel Pellicer, mecánico de la azucarera, asesinado y enterrado en Ricla.

Otras localidades como La Puebla de Híjar o Monzón, donde también había una fuerte presencia del movimiento obrero y jornalero alrededor del sector del azúcar, consiguieron evitar el triunfo del golpe de estado de 1936 en la zona y proclamaron el comunismo libertario. Más adelante, estos municipios se incorporaron al llamado Consejo de Aragón, que junto con cientos de localidades del Aragón consiguieron evitar durante más de un año la caída del frente.

Tras la Guerra civil española, se creó la Comisión Provincial de Reincorporación de los Combatientes al Trabajo que ordenó a las azucareras que el 80% de los contratos fuesen cubiertos por excombatientes parados, lo que dificultaba la incorporación al trabajo de las personas que hubiesen luchado en el bando republicano.

Foto: Pablo Ibáñez (AraInfo).
Foto: Pablo Ibáñez (AraInfo).

Destrucción del sector

Ya hemos visto como el sector del azúcar nació gracias a la protección y subvención estatal. Aunque fue un sector que benefició enormemente a sus propietarios, no podría sobrevivir sin esa protección. Conforme España se fue incorporando a los circuitos capitalistas internacionales y a organizaciones supranacionales como el FMI, el BM o finalmente la UE, el sector azucarero dejó de ser tan beneficioso para sus propietarios y fue desmantelándose. El sector azucarero sobrevivió hasta la entrada de España en la UE. Entre 2006 y 2010 la Organización Mundial del Comercio obligó a reducir precios para acabar con un stock de 1,5 millones de toneladas. El sector del azúcar llevaba años siendo deficiente y sólo se mantenía gracias a la Política Agrícola Común que protegía el sector frente a competidores de otros países que ofrecían azúcar de caña a mitad de precio.

En Aragón, uno de los mayores golpes del sector lo sufrió la localidad de Alagón cuando en 1973 la azucarera anunció el cierre. La revista «Andalán» recogía la noticia bajo el epígrafe «Alagón hacia el ocaso» y resaltaba que de 1200 familias que había en el pueblo, más de 500 se verían afectadas por los 400 trabajadores que eran lanzados al paro. Muchos de ellos se trasladaron de Alagón a Jerez donde fue deslocalizada la empresa.

Muchas localidades aragonesas sufrieron el mismo drama y en ellas, cuando llegan las fiestas de verano todavía es habitual escuchar el acento andaluz de las familias que vuelven de visita y que hace pocas décadas tuvieron que dejar su pueblo para trasladarse con la empresa a trabajar al sur.

Conclusión

A lo largo de este artículo hemos procurado realizar una breve aproximación a la historia del sector azucarero aragonés. Sobre todo, nos ha interesado recalcar cómo este sector se creó por parte de una burguesía que formaba un auténtico entramado político, económico y financiero. Esta clase, en su búsqueda de la obtención del máximo beneficio bajo el menor riesgo puso en marcha un proceso de revolución industrial en Aragón que cuando dejó de estar protegido con dinero público dejó sin amparo a miles de familias. Esto cuestiona el paradigma liberal de que la clase capitalista es una clase hecha a sí misma y demuestra que sus dinámicas de apropiación y explotación no pueden ser puestas en marcha sin la protección de la administración pública. Se trata además de un proceso que agredió de una forma irreversible el tejido social y contra el que se articularon formas de resistencias que procuraron recomponerlo.

Bajo la narrativa del progreso, nuevos rapsodas han cantado loas a las dinámicas de acumulación y desposesión. El sector minero y la lucha de los mineros de Andorra ha sido uno de sus paradigmas más recientes en Aragón, pero podríamos hablar también del cierre de astilleros de Euskadi o la lucha de los trabajadores de Alcoa por mantener la industria del aluminio en Galicia. En las «ruinas» debemos siempre buscar ese hilo rojo que descolonice la Historia y la devuelva a la tradición de los oprimidos.

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