"Yo soy pueblo": sobre pandemia, "éxodo urbano" y esnobismo

Ahora todo el mundo, incluida yo, sufre el síndrome Manuel (de momento sin matar policías) y anhela vivir con más verde y menos gris. Por eso, ahora que todos queremos ser pueblo hay que ser responsables, afinar el espíritu crítico y tirar de archivo.

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En 2019 la Muestra de Cine de Ascaso compartía en Twitter que el pueblo seguía sin electricidad, toda la luz funciona a través de estos paneles solares que ya hace unos años que se deberían haber renovado. Foto: @CineAscaso.

Me pelearía como lo haría un trapero por ser calle, pero yo por ser pueblo. “Yo soy pueblo”, diría con los ojos entornados y una voz flojita y afectada a las hectáreas y hectáreas de naturaleza que se abrirían ante mí. “¡Yo soy pueblo!” y hasta crearía un hashtag. Sí, lo sé, el problema es que formo parte de la mochufa -como Santiago Lorenzo, o mejor dicho, Manuel, el protagonista de 'Los Asquerosos' denomina a aquellos urbanitas molestos que invaden los pueblos*- pero es diferente, porque yo tengo conciencia. Yo no soy ninguna hortera. Yo no llevaría televisores de plasma y a una familia numerosa-ruidosa a romper la paz del campo. “¡¡Yo soy pueblo!!”.

Yo iría con poquita gente y sería camaleónica. Sería una más, como si la hierba de mi jardín fuese una prolongación de los repelos de mis uñas. Regaría las flores con mi regla y saludaría a todo el mundo como si fuesen mis amigos (porque eso es lo que se hace en los pueblos). “¡YO SOY PUE... Uhhh que me ha rozado algo, te lo juro, que susto, creía que era un bicho!”.

Yo sería la versión extendida y quieta de los turistas de verdad, los viajeros, los que no contratan una noche de Hotel/Hostal/Pensión/Motel/Casa Rural/Camping, sino una experiencia. Los que no visitan lugares, sino que los viven. Que no son extraños; que conectan con el lugar porque sienten como si hubiesen vivido ahí siempre (quizá en otra vida, quién sabe...). Sería de las que no conoce la palabra límite. Sería, en definitiva, auténtica. Una auténtica gilipollas.

Ahora todo el mundo, incluida yo, sufre el síndrome Manuel (de momento sin matar policías) y anhela vivir con más verde y menos gris. La pandemia ha disparado el interés hacia los núcleos rurales, lógico dado que el 90% de la población en el estado español vive en el 12% del territorio. Dicho de otra forma: a mucha gente (a la mayoría) le faltó el aire durante 50 y tantos días en 2020. Un popular portal de alquiler y venta de vivienda publicó que en el mes de noviembre el 35,2% de las consultas realizadas desde Aragón buscaban casas en municipios alejados de las urbes.

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Postal antigua de L'Aínsa. Recuperada por Berta Jiménez.

Los que sueñan, los que pueden y los que lo necesitan

No sé si también lo hacéis, pero yo fantaseo con cambios de vida frecuentes y me pongo a buscar casa como si-mañana-me-mudase-a-Nueva-York a ver qué tal los precios, a ver si me salen las cuentas (y no, no me salen) o si justo tengo que irme a vivir de urgencia a Madrid yo-creo-que-este-barrio-está-muy-bien-comunicado-sí-sí. En septiembre pasé unos días por la zona de L'Aínsa, donde, por supuesto, también busqué casas. Miré en Boltanya, en Guaso y en Fiscal. Se me ocurrió, aún mejor, buscar en Ascaso: ya me veía aprendiendo a poner las cadenas al coche y todo el día de arriba abajo. ¡Qué idílico! con sus nueve habitantes, y la calle Única y la muestra de cine más pequeña del mundo.

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Ascaso. Foto: @CineAscaso.

Ascaso: donde el asfalto llegó del todo en 2020 y todavía no hay electricidad normalizada. Acabar esa novela pendiente en lo alto de la montaña bajo la luz de las estrellas y el candelabro suena romántico, pero el abandono administrativo a los pueblos y el empobrecimiento del medio rural, no lo es. Por eso, ¿todo vale si de repoblar va la cosa?

Muchas de las búsquedas, estoy segura, tendrán que ver con la fantasía. El quiero pero no puedo por -rellenar con cualquier situación cuya razón sea las condiciones materiales precarias- . O tal vez el ¿quiero? ¿Podría?

Otros con el ¡of course que puedo! por ejemplo, la clientela de 'Galician Country Homes. Excellence in rustic propierties' una empresa que recupera pueblos abandonados en Galiza y los vende reformados o por reformar, principalmente a un mercado guiri-jubileta-de-clase-bien (para entendernos). El medio Galiza Livre radiografía esta empresa destacando que “sigue la filosofía empresarial de acumular dinero con la desgracia (…) haciendo de intermediarios entre los propietarios rurales de edad avanzada, que están desesperados y ansiosos por vender una riqueza que está arruinada, y nuevos compradores de riqueza rural. A priori, la idea suena codiciosa, ya que cualquier iniciativa parece legítima para traer savia nueva a nuestra tierra, pero...”.

Pueblo: memoria, crítica y resistencia

Volver al pueblo o irse al campo lleva muchos años en el horizonte de más y más gente. A pesar de ello, y aunque conozcamos proyectos de repoblación actuales y añejos, las cifras denotan un crecimiento de la despoblación en la última década con especial incidencia en los municipios pequeños, que en estos últimos diez años han perdido un 5,6% de habitantes. Por eso, ahora que todos queremos ser pueblo hay que ser responsables, afinar el espíritu crítico y tirar de archivo.

La memoria da alas y herramientas. Hace 100 años, con la gripe española, ya hubo un "éxodo urbano" de las clases adineradas. También dicen que lo habrá con el colapso ecológico. Nada nuevo bajo el agujero de la capa de ozono. Sabemos que ha habido proyectos de repoblación responsables; de lucha, resistencia y compromiso con la tierra como el proyecto Casa Selba o Asociación Artiborain (Artosilla, Ibort y Aineto, en Samianigo).

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Postal de los años 60. Recuperada por Berta Jiménez.

Ahora, la urgencia por revitalizar nubla algunas iniciativas como Proyecto Arraigo que aunque bien intencionado habla de "no poder ir al mundo rural sin nada o a pedir" de emprendedores y proyectos personales. Gestiona unas necesidades bidireccionales con foco en la responsabilidad para con el lugar, pero que ¿surtirá el efecto esperado?

Imagino pueblos remotos, incomunicados con instalaciones Wi-fi de alta velocidad, recibiendo mensajería de Amazon con drones y con Alexas instaladas en la plaza, el rinconcico, la huerta y el parque: "Hola vecina, en el parking de abajo ya no queda sitio, hoy en el colmado la escarola está de oferta". Espacios de meditación. Gallos prohibidos, claro (que la salida del sol es demasiado pronto para hacer Yoga) y árboles con entradas USB. El Paraíso.

La pregunta sería: Todas aquellas personas que queremos sumarnos post-covid, ¿seguiremos ahí cuando se acabe nuestro ERTE, el teletrabajo o la pandemia? ¿Este furor neo-rural es para siempre o solo un paréntesis? A la gente autóctona del pueblo el fin del quiquiriqueo a las 5 de la mañana y el internet veloz les encanta. Pero se preguntan si no podrían haberlo instalado antes de que vinieran los urbanitas que así a lo mejor todos los que se fueron se habrían quedado, ni que fuera unos pocos. No sé, yo lo siento eh, es que si no se va esta abeja no puedo seguir escribiendo.


*Un mensaje a Manuel (un beef, solo para frikis de 'Los Asquerosos': lo que tu digas Manuel, pero por ser un revenido no eres más pueblo. Que tú también vienes de la ciudad y a lo mejor hay una tercera persona, alguien que te mira desde otra ventana y considera que tu sensibilidad por las plantas y tu austeridad es puro esnobismo. Así que menos desprecio y más autocrítica.

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