Desde bien pequeña me he sentido intrigada por “el día después de” de las grandes películas, de las grandes historias. Me explicaré. Después de ver toda la trilogía del Señor de los Anillos (alerta spoiler), de descubrir que las tropas de los hombres vencen a las de Mordor, que Frodo y Sam arrojan el anillo en el Monte del Destino, que Aragorn es coronado Rey... Me era inevitable pensar ¿y ahora qué? ¿Qué pasa el día después? Lo mismo me sucedía con películas como Matrix, ¿qué pasa el día después de que Neo, venciendo a Smith, fallece y con ello restaura la paz entre máquinas y humanos? O sin caer en el tópico de la ciencia ficción y cambiando de género ¿qué pasa con la familia Soprano tras la muerte del “anti héroe” y protagonista Tony Soprano y el fundido a negro del final?
El cine, las novelas, la propia historia rara vez nos cuenta el día después de las victorias, el día en el que tras el éxito extasiado dejan de sonar los acordes extendidos y las cornetas, y los adalides tienen que seguir viviendo sabiendo que la cotidianeidad que viene no tendrá tanta épica. ¿Qué pasa tras el fin de una guerra? ¿Cómo dotar de heroicidad a las batallas cotidianas propias de los momentos de “después”? Nadie escribe relatos empezando por los mitos fundaciones, siempre éstos, las gestas, las epopeyas constituyentes marcan el final de la historia y lo que pasa después, la vida misma tras el paréntesis, eso le corresponde a los que la viven y no tanto a los que la cuentan. Los seres humanos vivimos enganchados a estos acontecimientos, a los momentos singulares que por sí solos parece que lo cambian todo. Nos gustan porque en ellos no caben contradicciones, ni tan siquiera el hastío del tiempo que lo desgasta todo. Son instantes finitos de eternidad, breves y osados, indomables bajo el parámetro de lo intrascendente y memorables como puntos clave de nuestra historia.
Algo de todo esto tiene el 15M en nuestras vidas, en la historia de nuestra generación y de nuestro país. El momento fundacional de una impugnación destituyente a un sistema que agonizaba en silencio y que se tornó grito indómito en las plazas. Si hubiera sido filmado, el 15M sería esa escena donde suenan los acordes en primera y quinta, donde la piel se pone de gallina, donde no hay espectador que no desee vivir ese momento de comunión social, de valentía, de ruptura de la monotonía, de ruptura de las causas que siempre provocaban las mismas consecuencias. Zizek llama a estos momentos 'Acontecimientos' en mayúsculas, apariciones de lo nuevo provocadas por un 'Sise exceso' que no puede ser meramente reducido ni explicado por causas histórico/materiales. Momentos irreductibles y únicas ventanas de oportunidad para la historia. La excepción que señala las costuras del sistema.
Toda generación mitifica esa experiencia.
El 15M sin embargo para nosotras no fue el final épico de nuestra narración, fue el comienzo que venía para cambiarlo todo. La historia nos ponía esta vez el listón muy alto: nos regaló el final al principio y el reto, con mayúsculas, era saber habitar el día después habiendo aprendido de ese momento destituyente y fundacional sin la melancolía de querer habitarlo, sin cambiar efectivamente nada, eternamente. El riesgo para la generación hija de ese acontecimiento era muy elevado: teníamos la responsabilidad de hacer que bajo esos adoquines de la canción de Ismael Serrano hubiera realmente playa. Pero claro, nadie nos había enseñado que hay después del “día de”. Tocaba inventárselo.
Esta década ha sido un máster acelerado de correr a contratiempo tratando de agrandar la grieta fruto de la ventana de oportunidad que se estaba dando en nuestro país. El 15M había explotado como una triple crisis de régimen: primero, una crisis del sistema democrático, endeble y dependiente de los poderes, segundo una crisis de representación auspiciada por una desafección hacia los partidos del bipartidismo cómplices de la estafa de la crisis del 2008, y tercero una crisis del Estado del bienestar y de una Europa que desvelaba como fracasada su apuesta por la socialdemocracia en pos de un neoliberalismo de mercado salvaje y devorador. Señalado el problema, abierta la ventana, impugnado el sistema, el reto era y sigue siendo cambiarlo.
Canalizar la rabia fue el primer éxito del “día después de”, y claro que el proceso no fue sencillo, claro que tuvo más mediocridad y errores de los que nos hubiera gustado, pero lo hicimos, fuimos capaces de transformar la desafección en construcción de un espacio como es Podemos, un espacio reilusionante desde el que gritar, ahora ya no el “nos representan”, sino más bien “aquí estamos, no tenemos miedo, venimos a representarnos”. La proeza de construir un partido desde la nada, levantarlo y que mirara de frente a los poderes es algo que nuestros nietos, desprendidos de las heridas dolientes del proceso, estoy segura de que nos sabrán reconocer. Por primera vez, en la reciente historia democrática de nuestro país, gente sin mochilas, sin deudas, que representaba directamente los intereses populares accedía no ya a las instituciones, sino que se atrevía a desear “asaltar los cielos”, se atrevía a jugar en el escenario de los mayores, en el que desde el franquismo, sólo los herederos cómplices de una transición fallida habían teatralizado sus falsas discrepancias.
Todo el proceso no ha sido sencillo, los poderes mediáticos, las cloacas, han puesto todo de su parte para debilitar nuestra apuesta. Incluso el resto de partidos han sido muchas veces cómplices repitiendo los mantras falsos que buscaban desgastarnos. Pues el peligro real del 15M nunca fueron en sí mismas sólo las plazas, sino que de ellas emanara el vaticinio de Cospedal: “Que se presenten a las elecciones”. Y temblaron cuando las principales alcaldías de nuestro país las tomó el cambio, y cuando el sorpasso al PSOE parecía cada vez más una realidad y sobre todo temblaron cuando tras repeticiones electorales infructuosas el régimen no consiguió imponer la alternativa a un gobierno con Unidas Podemos.
Con nuestras entradas en los gobiernos hemos sido capaces de imponer un rescate social, de subir las pensiones con arreglo al IPC, de elevar el SMI en casi 300€ más al mes en sólo cuatro años, de aprobar un Ingreso Mínimo Vital, de derogar la ley Wert, de hacer una ley de emergencia climática, de aprobar una ley que regule el derecho a la eutanasia, de empezar a tramitar la ley de proyección a la infancia y hacerlo mientras conseguimos introducir los debates feministas en el centro de la política. Hemos sido capaces de dar una salida social y por la izquierda, sin recortes y priorizando que nadie se quede atrás, con sus limitaciones claro está, a la crisis sanitaria y económica en la que vivimos. Con nuestra entrada en los gobiernos hemos aumentado más que nunca la inversión en ciencia, hemos reforzado los fondos contra las violencias machistas, hemos blindado y aumentado las inversiones en derechos sociales, hemos legislado para controlar la lacra del juego y estamos asentando los cimientos para un Aragón de futuro con peso en la economía con alto valor añadido y sostenible, esa que genera empleos más estables haciendo de la investigación y la lucha medioambiental palancas contracíclicas de futuro.
Además, la mera presencia de Podemos en los gobiernos ha sido el acicate que ha frenado una salida conservadora y regresiva de esta crisis, tal y como estamos viendo en Madrid o en Andalucía. Nuestra presencia no sólo consigue avances, sino que también actúa por sí misma como freno de la deriva derechista que una parte del PSOE sueña desde hace una década. No somos los socios cómodos que esperaban, ni somos aquellos que los barones del PSOE hubieran deseado, sin embargo, todos saben que sin nosotras, que sin Podemos, la mitad de los debates y de los logros no se habrían puesto siquiera sobre la mesa. Y es que somos la palanca que sigue señalando las deficiencias de nuestro sistema democrático diez años después de instaurarse la explicitación social de esta grieta en el régimen.
Tras los años más álgidos de la movilización social, después de aquel mayo del 2011, algunos auguraron un cierre en falso de la crisis de régimen con la mal llamada institucionalización del movimiento, pero nada más lejos de lo cierto. Basta con mirar lo acontecido en los últimos meses para descubrir que desde los escándalos de la monarquía, las declaraciones de Bárcenas, la policía patriótica, los informes falsos creados y las operaciones ilegales auspiciadas desde el Ministerio del Interior, la limitación de la libertad de expresión e incluso la falta de autonomía del poder judicial, todo sigue apuntando a una grieta que está viva, por la que se desangra el sistema y ante la que toda una generación nos mira y nos exige respuestas y soluciones.
Pasar de un perfil destituyente a un perfil propositivo no sólo no ha frenado la denuncia, sino que nos ha convertido en los referentes que han de dar curar a la democracia. Y si no lo hacemos llegarán otros con menos apego al poder del pueblo para restaurar ese “orden” que se supone no deberíamos haber perdido. El riesgo y la responsabilidad son enormes. Por eso enumerar lo conseguido hasta aquí no tienen que producir en el espacio que ocupamos la satisfacción del guerrero que ya ha terminado la contienda. Mientras sigan produciéndose desahucios y se especule con el derecho a la vivienda, mientras las eléctricas tengan el monopolio en nuestro país, mientras llegar a fin de mes siga siendo para muchos una utopía, mientras los jóvenes vean inhabilitado su futuro, mientras en nuestro país te maten, violen o agredan por ser mujer, mientras la libertad de expresión no esté garantizada, mientras las pensiones públicas no estén aseguradas, mientras la sostenibilidad no esté en el centro de las políticas, mientras el 10% más rico en España tenga el 52,7% de la riqueza nacional, mientras no consigamos la efectiva separación de poderes, mientras sigamos bajo una monarquía parlamentaria que hace que todos no seamos iguales ante la ley, mientras todo esto siga pasando las razones para seguir peleando siguen intactas.
En estos diez años hemos ensayado lo que vendrá, estamos ensayando el futuro, con sus contradicciones, con sus limitaciones, con sus desvelos y sin sabores. Pero por primera vez siendo partícipes y corresponsables del futuro de nuestro pueblo. Con toda la certeza de que la batalla no ha hecho más que comenzar, que el poder se revuelve a cada uno de nuestros pasos, porque aunque son pasos pequeños, son firmes y en la dirección correcta. Seguros de que el asalto a los cielos no se hace sólo de una vez y para siempre, que toca pelear cada coma, cada minúsculo cambio, pero que detrás de todos ellos hay cientos de personas que vivirían peor sin nosotros y nosotras. Nos está tocando vivir la parte aburrida pero crucial de las historias, la que el lector se salta buscando si al final ganan o no ganan los buenos. El día a día sin artificios, pero con constancia titánica que sí lo cambia todo.
Muchas veces, los peores enemigos de nuestra historia somos nosotros mismos, que a ratos sucumbimos al cebo de la melancolía y el desánimo que el sistema quiere imponer sobre nuestra crónica. La crónica de una generación valiente que se deja la piel por no dejar a nadie atrás aunque sea a costa de habitar contradicciones, de dormir y pactar con el enemigo si en cada acuerdo se consigue rascar una mejora social. De la añoranza por los tiempos pasados sólo salen bellas canciones, pero no grandes avances y eso el sistema lo sabe. No hay nada menos revolucionario que la nostalgia. Por eso nuestra mejor herencia al 15M es seguir peleando, agarrándonos a cada logro como quien se agarra a sus amuletos, aquellos que nos recuerdan para qué estamos aquí y, sobre todo, que lo estamos consiguiendo, que sí se puede.
Todo sobre el especial #20voces10años15m.