Mientras los responsables políticos empiezan a hincarle el diente al duro turrón de las negociaciones poselectorales, parece sencillo pronosticar que la conversación de esta Navidad en muchas comidas familiares (lo mismo que en las cancillerías europeas, entre los banqueros o entre los miembros de la troika) va a girar en torno a una pregunta de enunciado sencillo: ¿Y ahora qué? Vaya aquí mi aportación a una posible respuesta:
Para empezar, el mensaje de las urnas vendría a ser algo así como “estos dirigentes no nos gustan, así que os damos nuestra confianza para que, si hace falta los cambiéis y, como ninguno las ha ganado, o recuperáis el dialogo, el pacto y el acuerdo, o tendréis que hacer otras elecciones”. ¿Es descabellado interpretar así el resultado del 20D?
Sobre el papel pueden hacerse muchas combinaciones para solucionar el sudoku pero, en mi opinión, la inmensa mayoría corresponden a lo que podríamos llamar onanismo político. Si descartamos esa actividad lúdica, incluso placentera, la cosa se queda bastante más reducida y, en mi opinión, se reduce a dos posibilidades.
La primera es que el PSOE se abstenga, como ya ha anunciado que hará Ciudadanos, para permitir en segunda convocatoria que el candidato del PP resulte investido por mayoría simple. Obsérvese bien que acabo de decir “el candidato del PP”, que no tiene por qué ser precisamente Mariano Rajoy o, mejor dicho, que no debería ser Mariano Rajoy por razones bastante evidentes. Me adelanto a la primera objeción reconociendo que esa solución tiene un coste político importante para el PSOE y que, por ello, encontraría muchas resistencias entre los socialistas. Cabe responder a ello que, como figura en el carné del PSOE, el partido no es un fin sino “un instrumento al servicio de la clase trabajadora”. Y se puede añadir que ese coste se vería compensado, aunque no sé hasta qué punto, por la valoración que hagan sus votantes sobre el sacrificio del Partido Socialista para alcanzar fines tan nobles –y tan indispensables en la situación actual- como la gobernabilidad del país y la estabilidad institucional.
No tengo la menor duda de que esta es la solución que más beneficia inmediatamente a Podemos, que se quedaría sola en la izquierda ejerciendo la oposición frontal al gobierno conservador, pero… creo sinceramente que esa sería para la formación morada una ganancia a corto plazo. Y lo sería si se consigue transmitir a los ciudadanos, votantes socialistas o no, tranquilidad, estabilidad, sentido de la responsabilidad y, sobre todo, reformas. En una situación como la que planteo, el PSOE dispondría de una herramienta de primer orden para forzar desde la oposición una serie de modificaciones importantes en los planes de gobierno de la derecha, obligando al PP a asumir y desarrollar las reformas necesarias en materia de garantías laborales, educación, sanidad, vivienda, justicia, lucha contra la corrupción y un largo etcétera.
Si se aborda la legislatura con estos objetivos, ¿cree alguien que los votantes no sabrán valorar a medio plazo la labor del PSOE? ¿Puede afirmarse que no se tendría en cuenta una labor tan importante como la que acabo de sugerir? Claro que muchos pondrían el grito en el cielo: ¿Otra vez Rajoy? ¡¡No, por favor!! Bueno, esto es precisamente lo que hay que evitar a toda costa.
La segunda posibilidad me parece por lo menos tan clara como la primera: repetición de las elecciones generales para la primavera. Parece lógico pensar que los votantes percibirían unas nuevas elecciones como una segunda vuelta de las que acaban de celebrarse y que, en ese caso, el voto útil beneficiaría sobre todo al PP. Estoy convencido, sobre todo si no es Rajoy el que pide ese voto sino, por ejemplo, Soraya Sáenz de Santamaría, de que los populares recobrarían una buena parte del voto que se les ha escapado hacia Ciudadanos.
En el campo de la izquierda, sin embargo, las cosas pintan más complicadas. Me parece muy probable, por ejemplo, que Podemos e IU hayan tomado buena nota de lo ocurrido y terminen por encontrar alguna manera de presentar listas conjuntas. La suma de ese casi millón de votos, perdido en buena medida, que han ido a parar a las candidaturas de Unidad Popular daría un buen puñado de escaños más a los que ya han obtenido lo de Pablo Iglesias, y hay que tener en cuenta que el vivero esencial del voto a Podemos hay que buscarlo precisamente en el Partido Socialista. O, dicho de forma más contundente: estoy convencido de que más del 90 por ciento de los millones de votos recolectados por Podemos proceden de ciudadanos que anteriormente han votado socialista.
Hay un factor importante a considerar, y es el rechazo que pueda producir entre los votantes (con las solas excepciones de Cataluña y País Vasco) el énfasis que ha puesto Podemos en la celebración de un referéndum sobre la independencia en Cataluña y sobre el reconocimiento del derecho a decidir para las nacionalidades históricas. ¿Cuántos volverían a votar a Podemos en el resto del país si mantienen esta postura? No creo que sea muy arriesgado decir que la mayoría, por no decir todos sus votantes en el resto de España están no solo en contra de la independencia de esos territorios, sino en contra también de la celebración de ese tipo de referéndum. Si en el voto del PSOE fugado a Podemos ha primado en estas elecciones el sentimiento de indignación e incluso de traición a las políticas de izquierdas, es muy probable que ahora se pusiera también en la balanza la idea de la unidad de España.
Pero esto es algo que también deben de estar viendo los dirigentes de Podemos que, ante la perspectiva de unas nuevas elecciones, podrían modificar esos objetivos de la misma manera que han modificado tantos otros a lo largo del último año para adaptar sus programas a las preferencias del electorado sobre el euro, la Unión Europea y la socialdemocracia, por ejemplo. Si así lo hicieran, tengo muchísimos dudas sobre a quién le correspondería la hegemonía política en la izquierda española.
En todo caso, si definitivamente se fuera a nuevas elecciones, me parece imprescindible que el PSOE justifique con claridad ante la opinión pública que ello sucede por la negativa del Partido Popular a negociar su programa e incluso su liderazgo. La dirección socialista debe comprender que, si la imposibilidad de formar gobierno solo se justifica por una posición ideológica numantina del PSOE, los votantes elegirán País antes que Partido. Y que, además, esa elección será lógica y coherente. ¿Qué haría usted, lector, si le ponen en ese dilema?