Es indudable que el 15M abrió en este territorio una época de resistencia e ilusión por igual. A partir de las asambleas en las plazas se organizó la indignación por la desigualdad que profundizaba la crisis, la falta de oportunidades y el embargo del futuro en medio de la corrupción escandalosa. La rabia fue acompañada también de la ternura y la solidaridad, pero esto no se dio de forma automática, surgió también de la construcción colectiva, las críticas, los debates abiertos y los cuestionamientos necesarios.
El feminismo que ya tenía un recorrido histórico se filtró por todos los espacios, pero entonces no era común ver a militantes de izquierda proclamarse feministas y hablar en femenino. Una imagen gráfica se vio cuando arrancaron la pancarta feminista en plaza del Sol. El feminismo se podía percibir como amenazante o una demanda ajena, sin embargo, la persistencia de las feministas hizo posible no sólo el reconocimiento de la lucha feminista, sino también cuestionar la forma de hacer política y las apuestas del movimiento.
A pesar de que considero que hay aprendizajes valiosos de estos años, el recelo y desconfianza de algunos colectivos de izquierda a apuestas profundas como el antirracismo y decolonialidad siguen vigentes. En mi colectivo hemos vivido en carne propia los discursos aleccionadores (en el mejor de los casos) o acusaciones de señoros de izquierda (con chapitas del Che) que nos explican que está pasando en Nicaragua o nos arrancan pancartas en plenas fiestas de la Madalena, a pesar de que sabemos que no se gana altavoz silenciando a otras, y que la libertad de expresión es tan importante como el derecho a comer
Si bien no apelo por la unanimidad o disciplina propia de partidos, considero que escuchar, debatir y reflexionar son ejercicios indispensables para construir un movimiento político fuerte que haga frente al sistema de opresión en este y otros territorios. Creo que la izquierda debe ser feminista, el feminismo apostar por una consciencia antirracista y el antirracismo absolutamente decolonial y anticapitalista. Es posible que muchas personas piensen que hay una lista muy larga para ser militante, que ya no solo basta con ser de izquierdas, que también te exigen ser vegana, ecologista, transfeminista y comprar en comercio justo, y la verdad es que sí, no nos queda otra que ser coherentes o al menos intentarlo fuertemente. Y es que todas esas luchas no son souvenirs ni medallas, se trata de vidas que merecen dignidad, justicia y derechos.
Aunque indiscutiblemente hay mucha visibilidad a colectivos o demandas indispensables como la vivienda, pensiones dignas o la lucha contra las violencias machistas, es necesario ampliar la mirada y poner también el foco y la indignación por las otras vidas que se ahogan en el mar por la política de muerte europea, en las trabajadoras del hogar que sostienen los cuidados o las jornaleras explotadas y violentadas.
Más allá de lo que ocurre en el Estado español, considero que es vital que desde las izquierdas también se cuestionen las propuestas y soluciones que plantean los Estados para paliar las crisis, puesto que estas tienen responsabilidad e implicaciones en los pueblos del Sur Global. Sabemos que acceder a ropa más barata, energía y recursos significa saqueo en otros territorios, expulsar a personas de sus hogares y destruir la vida.
Qué luchas son masivas o incluso legítimas, está vinculado también con los privilegios y las personas que los encarnan. Que unas vidas valgan más que otras y unas luchas sean más urgentes no es casual, tiene que ver también con la configuración de los movimientos y quienes los lideran. El ingreso mínimo vital es urgente sí, pero no es posible dejar fuera de éste a más de 600 mil personas sin papeles. Estamos radicalmente en contra del extractivismo en Aragón, pero también en contra de la minería en Guatemala que criminaliza las luchas indígenas, y contra la construcción del canal interoceánico en Nicaragua que atenta contra las reservas de agua y con arrebatar de su territorio al campesinado. Y sí, el aborto debe ser legal, seguro y gratuito en Argentina, y también lo tiene que ser en El Salvador, Honduras, Haití, Polonia y Nicaragua. No pretendo que tengamos carnets de activistas por cada lucha, pero sí cuestionarnos nuestra coherencia e implicación, y dejar de tener diferentes varas de medir la violencia y la opresión en dependencia de quién es el opresor. El privilegio no puede ser usado para arrebatar el megáfono e invisibilizar a otras.
El camino recorrido, los aprendizajes obtenidos, la crisis producto de la pandemia y la configuración política actual representan un desafío y a la vez una oportunidad para generar un movimiento más fuerte y articulado, que piense en las vecinas de aquí y en los territorios saqueados allá, que exija salud pública y reclame que la vacuna no sea un bien europeo que excluye a las personas de países empobrecidos, que denuncie el cierre de espacios o la censura, así como la intención de los países ricos de usar tarjetas de vacunación como un nuevo pasaporte que promueva turismo de lujo y levante un muro contra otras vidas. Este tiempo, que es nuestro tiempo, nos sigue exigiendo fuerzas para denunciar este sistema que es capitalista, pero también patriarcal, racista y colonial. Y la pregunta es, ¿cómo hacemos eso? No lo sé, tendremos que inventarlo juntas.
Todo sobre el especial #20voces10años15m.