Trucos de magia

El dibujante José María Pérez (Peridis) insiste en dibujar desde hace muchos años (creo recordar que desde la época de Carlos Solchaga) a los ministros de Hacienda y Economía vestidos con la túnica y el capirote que caracterizan a los magos en la iconografía más clásica, y enarbolando en la mano una varita mágica. Veo en ello una forma de reírse de la vanidad que afecta con frecuencia a los miembros de ese gremio que, ante cualquier dato mínimamente aceptable en su gestión, suelen proclamarse autores nada menos que de un Milagro Económico (Aznar, en un arrebato, llegó a decir …

El dibujante José María Pérez (Peridis) insiste en dibujar desde hace muchos años (creo recordar que desde la época de Carlos Solchaga) a los ministros de Hacienda y Economía vestidos con la túnica y el capirote que caracterizan a los magos en la iconografía más clásica, y enarbolando en la mano una varita mágica. Veo en ello una forma de reírse de la vanidad que afecta con frecuencia a los miembros de ese gremio que, ante cualquier dato mínimamente aceptable en su gestión, suelen proclamarse autores nada menos que de un Milagro Económico (Aznar, en un arrebato, llegó a decir que el milagro era él mismo, algo insuperable). Sin embargo lo cierto es que no hay nada menos mágico ni más prosaico que contabilizar, recaudar y gastar los dineros, públicos o privados, y créanme que lo digo por experiencia.

Así pues, no existen los milagros ni en la Economía ni en la Hacienda Pública, y menos aún existen los magos: lo que sí existe es el ilusionismo y los ilusionistas. Los ilusionistas son esos profesionales que nos hacen creer en sus dotes mágicas desde un escenario cuando, en realidad, nos están engañando mediante trucos perfectamente terrenales que ocultan las trampas, con mayor o menor habilidad, a la vista del público. Incidentalmente diré que no es algo muy distinto de lo que hacen los trileros con sus cubiletes y sus bolitas, y que cada cual saque las consecuencias que quiera.

También es verdad que, entre los ilusionistas, los hay muy buenos y los hay muy malos, como en cualquier oficio. A los primeros resulta prácticamente imposible descubrirles el truco y pueden dejarnos boquiabiertos al hacer desaparecer de nuestra vista la Estatua de la Libertad con un pase mágico. A los segundos, más torpes o menos trabajadores, es tan fácil verles las trampas que un niño podría ponerlos en ridículo. Tal vez por eso Peridis se vale de un recurso para distinguir a los unos de los otros: mientras las túnicas de Rodrigo Rato (a este parece que le van descubriendo algunos trucos sucios y bastante malos) o de Pedro Solbes eran perfectas, y sus capirotes se elevaban rectamente, la túnica del Montoro de sus viñetas está remendada y agujereada, y el capirote arrugado se ladea peligrosamente.

¿Es posible que un mago torpe, de túnica apolillada y capirote roñoso, al que se le ven los trucos en leguas a la redonda, haga carrera en su oficio? Pues, sorprendentemente, sí. Y no hace falta que nos vayamos muy lejos para encontrar un ejemplar que desafía a cualquier expectativa medianamente lógica. Se llama Fernando Gimeno Marín y ejerce de consejero de Hacienda y Administración Pública del Gobierno de Aragón después de haber sido vicealcalde de Zaragoza y encargado también de la Hacienda Municipal, que aún no se ha recuperado de sus desmanes y seguramente tardará bastante en hacerlo.

Para hacer desaparecer la Estatua de la Libertad ante miles de espectadores en directo, David Copperfield ideó un ingenioso y complicado sistema de plataformas giratorias que terminó por llevar al público a mirar hacia otro lado (donde, lógicamente, no estaba el monumento) y le hizo creer que se había esfumado. Un magnífico truco. Para aprobar en las Cortes de Aragón un presupuesto anual, negociado previamente con la oposición, y terminar ejecutando otro muy distinto, Fernando Gimeno no necesita tanta sofisticación. Le basta con utilizar dos armas tan viejas como la picaresca: mentir sistemáticamente y ocultar sus manejos hasta donde puede. Esa es la diferencia que hay entre un gran profesional del entretenimiento y un tramposo.

Para que todos nos hagamos una idea mejor sobre lo que estoy diciendo, bastará con aportar unas pocas cifras que dan idea de la magnitud de las trampas y de la zafiedad del engaño. Las últimas cuentas públicas del Gobierno de Aragón registran nada menos que 48 (¡cuarenta y ocho!) modificaciones presupuestarias decididas por el ejecutivo, por un valor nada menos que de cien millones de euros, una cantidad muy superior al presupuesto de varios departamentos. Súmese a ello otra modificación de 23 millones más para la Enseñanza Concertada que, además del desconcierto contable, nos sume en el desconcierto ideológico, puesto que se trata de unas cuentas negociadas con la izquierda, a la que se supone poco dispuesta a favorecer en tan gran medida a la enseñanza privada, mayoritariamente en manos de la Iglesia Católica.

Hay también 70.000 euros que aparecen como de la nada para los clubs deportivos, y otros 24 millones de suplemento de crédito, además de todas la retenciones que se realizaron para compensar el déficit, que alcanzan un valor de 107 millones más. Y me detengo aquí porque entiendo que los números aburren un poco y porque, además, cada una de estas cifras podría dar lugar a farragosos debates técnicos, de esos en los que los ciudadanos terminan con los pies fríos y la cabeza caliente. Sin entrar en ellos, y solo a la vista de los datos aportados, lo que no admite discusión es que al final el gasto del Gobierno se Aragón no se parece demasiado a lo que en su día aprobó el Parlamento.

Algún ingenuo podría pensar que tal vez hayan sucedido cosas imprevistas que habrían obligado sobre la marcha a hacer esas modificaciones sobre lo aprobado. Pues no: el consejero Gimeno era bien consciente de que todo eso se iba a hacer cuando negociaba y defendía el presupuesto, cuando hacía concesiones a otros grupos que evidentemente no pensaba cumplir. También se aceptaron varias enmiendas de la oposición que luego no fueron incorporadas al presupuesto, excusándose en motivos técnicos que lo hicieron imposible. Motivos de los que no avisó en el momento de aceptarlas y a los que solo recurre cuando se producen las reclamaciones. En una palabra, que la manera de gestionar del consejero impide la función clave del Parlamento: aprobar y controlar el gasto del Gobierno.

Los trucos de los que se vale para ejecutar este número de ilusionismo, consistente en aprobar una cosa y hacer otra distinta, los trae bien aprendidos el consejero desde sus tiempos en el Ayuntamiento y son bien conocidos: mentir, ocultar y resistirse a cualquier clase de transparencia. Se diría que, como en el chiste del escorpión y la rana, es su carácter. Pero ahí lo tienen, sin caerse del cartel y en lo más alto.

¿Hasta cuándo seguirá con su túnica andrajosa y su varita mágica de baratillo?

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