Pero qué orgullosos nos sentíamos todos, hace pocos años, cuando defendíamos la libertad de expresión frente a los islamistas salvajes que masacraron a los periodistas de la revista satírica francesa ‘Charlie Hebdo’.
¡“Yo soy Charlie”! decíamos todos, y defendíamos la libertad de publicar viñetas mofándose de Mahoma. Se oía decir cosas como: “¡la libertad de expresión es una seña de identidad de nuestra cultura occidental!, y “es lo que caracteriza nuestra civilización”.
Aparte de que esto estaba lejos de ser cierto, ya que la libertad de expresión se ha ido abriendo paso con dificultades tan sólo entre los siglos XIX y XX, y aparte de que esa libertad de expresión desapareció durante más de 40 años del panorama de este país, ¿dónde están ahora algunos de esos valientes defensores de la libertad de expresión en estos días? Basta que aparezca una sátira sobre la Virgen del Rocío, o que se parodie una procesión, para que ya la libertad de expresión deje de ser tan imprescindible.
Y es que, claro, cuando la sátira se ejerce sobre los demás, está bien, pero cuando se hace sobre lo propio, ya no gusta tanto, ya ‘debe tener límites’. Y es que la ‘gente de bien’ es así: tiene muy claros los límites de la libertad de expresión y siempre sabe cuándo hay que tener respeto a las creencias de cada persona. Eso sí, siempre que sea su libertad de expresión y sus creencias.
Que las calles de nuestras ciudades estén secuestradas, durante una semana entera, por una minoría fanática paseando sus delirantes símbolos religiosos, a la ‘gente de bien’ le parece obviamente estupendo. ¿No les parece que es excederse un poco de la libertad de expresar su credo públicamente, el expulsar de hecho de las calles a una mayoría que no comparte su paranoia religiosa?
Es oportuno recordar que en la Constitución pone que España es un estado aconfesional, lo que debería obligar al mismo tratamiento para todas y todos sus ciudadanos, a los que tienen una fe religiosa, y a los que no la tienen. Si el Estado sigue aceptando que una cofradía cualquiera indulte a un delincuente con una sentencia judicial firme, es que hay alguien en el poder que no se la ha leído bien esa Constitución que tanto dice defender.
El cofrade que acaba enchironado por infringir la ley puede conseguir la libertad en virtud de su fe (sic) y de recorrer en procesión unos kilómetros ataviado de penitente. ¿Acaso puede la Sociedad de Petanca de Villachunga de Arriba conseguir un indulto para uno de sus asociados que, en un momento de desorientación cívica, haya utilizado una bola para comprobar la dureza de la sesera de un vecino? Afortunadamente, no.
