Todas éramos vecinas

La lógica de la guerra, propia del sistema patriarcal-capitalista, que nos quieren aplicar durante esta crisis sanitaria nos pretende dualizar entre soldados o enemigos, rompiendo los lazos vecinales tejidos durante años.

Foto: Resumen Latinoamericano

Llevamos ya más de tres semanas de crisis sanitaria y la lógica militarista se sigue adueñando de una situación donde debería primar la lógica de cuidados. La presencia constante de mandos militares en ruedas de prensa en las que arengan a la población: “Sí, hoy es viernes en el calendario, pero en estos tiempos de guerra o crisis, todos los días son lunes”, "demostremos que somos soldados cada uno en el puesto que nos ha tocado vivir", Miguel Ángel Villaroya, JEMAD, 20/03/20, así como las amenazas de los cuerpos de seguridad del estado: "Tenemos vigilancia por tierra, mar y aire", José Ángel González, Director Adjunto Operativo de la Policía Nacional, 20/03/20, deberían ser una anomalía en una situación sanitaria.

A su vez, desde el gobierno se ensalzan las labores civiles que realiza el ejército: “Hoy quiero tener unas palabras para los trabajadores de las fuerzas armadas [...]. Les estamos viendo estos días cumplir su deber allí donde se les requiere […]. El Estado está en deuda con ellos desde hace mucho tiempo y este Gobierno también lo está”, Pablo Iglesias, vicepresidente segundo y de Asuntos Sociales del Gobierno, 31/03/20.

Si a todo esto sumamos los partes diarios de fallecidos como no habíamos visto anteriormente, la alta militarización del territorio, la impunidad de la violencia policial, etc., la conclusión es que nos quieren hacer partícipes de una guerra que no vemos, que no entendemos y de la que no queremos participar.

Para que prime una lógica militar dentro de una crisis se ha de crear un enemigo al que combatir. Durante esta crisis se ha creado un enemigo que no podemos ver, pero que puede estar en cualquier de nosotras. Se ha generado un consenso en torno a la eliminación del enemigo, sean cuales sean los medios a emplear. Todas aquellas personas que no se sometan a las normas establecidas para eliminarlo serán definidas como cómplices y toda la sociedad las culpará del caos generado.

Esta lógica de la guerra destruye el tejido social, y aunque esta situación no lo sea, si desde el poder y el gobierno se aplica esa lógica, las consecuencias van dirigidas en la misma dirección. En toda situación de crisis, hay que ampliar el foco y entender que no sólo las víctimas directas (en este caso la red social y familiar de las personas fallecidas, el personal que trabaja en sanidad, etc.) sufren los impactos psicosociales (dificultad para hacer duelos, estrés por el desbordamiento en la atención…), sino que la población restante, entendida como una colectividad social también se verá afectada. Es por ello, que tejido social y salud mental van de la mano, ya que, aunque esta última sea expresada de manera diversa en cada persona, se cristaliza en una salud mental colectiva que impregna las relaciones sociales.

Donde antes veíamos una vecina con necesidades distintas a las nuestras o en su caso a un otro que no conocemos, pero al que no tememos, ahora vemos a un enemigo, alguien que rompe con las normas establecidas y a quien se le considera una persona insolidaria que no cumple con su deber respecto a la seguridad nacional. Este cambio en el imaginario social nos lleva a situaciones de hostigamiento a cualquier persona que circule por la calle, convirtiendo los espacios comunitarios en un panóptico perfecto. Este señalamiento, inducido por una paranoia colectiva que nos hace ver a ese enemigo generado en cada persona que nos rodea, se sostiene sobre el miedo. Si bien es cierto que esta es una reacción muy humana y comprensible, especialmente en situaciones de crisis, cuando el miedo se concreta en ver al otro como una amenaza de muerte, podemos llegar a convertirlo en un sentimiento muy deshumanizante. Este deterioro de las relaciones sociales y vecinales, sobre las que se construye el tejido social y el apoyo mutuo que nos hace sobrevivir en situaciones de crisis, es en sí una de las graves consecuencias psicosociales que contextos así generan.

Este deterioro se agrava a medida que la presencia militar y policial se normaliza en nuestras calles. El hecho no ya sólo de normalizar los abusos policiales, sino de entenderlos como un correctivo necesario para el bien común.

Aplicando las lógicas de las guerras se busca homogeneizar y someter a toda la población sin entender la diversidad del tejido social previo. Todas debemos quedarnos en casa, ya sea esta de 30 metros cuadrados o de 500, todas debemos quedarnos en casa, aunque convivas con tu agresor, todas debemos quedarnos en casa y sólo ir al supermercado, aunque el más próximo esté a 30 minutos en coche y tu huerta de autoconsumo a 5 minutos andando. Igual situación vemos en los territorios, se aplica la misma lógica a una ciudad de millones de habitantes que a un pueblo de menos de 100 vecinas.

Esta emergencia sanitaria nos está poniendo delante realidades negadas y obviadas por el capitalismo como son la crisis de cuidados, la negación de la muerte, los ritmos incompatibles con la vida o el colapso del sistema. Es por ello por lo que esta crisis nos está haciendo elegir entre el capital o la vida, entre producir o cuidar, entre someternos a la militarización de nuestra vida cotidiana o tejer redes de apoyo mutuo, entre someternos a la homogeneidad impuesta o asumir la diversidad, entre el ecofascismo o la soberanía alimentaria. Ante esta elección ya han surgido redes solidarias y de apoyo mutuo por todo el estado que, si bien llevaban mucho tiempo tejiéndose, son en situaciones así cuando afloran con más fuerza y entendemos la importancia de su existencia como sostén de la vida y los cuidados.

La elección que hagamos ante ello será la base para construir y tejer nuestras redes próximas, porque habrá muchas heridas que queden abiertas (duelos congelados, pérdidas ambiguas, rencillas entre vecinas, etc.) y que tendremos que curar. Vamos a necesitar cuidar y que nos cuiden, y eso no lo harán ni los ejércitos ni la policía, tendremos que hacerlo entre nosotras.

Porque ni soldados ni enemigos, queremos seguir siendo simplemente vecinas.

Nota del autor: “Todos somos vecinos” es un documental rodado en un pueblo de Bosnia con un tejido social diverso y cohesionado. Grabado durante la guerra de los Balcanes, el documental muestra la ruptura de los lazos que unen a la comunidad cuando el miedo y la desconfianza entran de la mano de la guerra.

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