Teatro de la comunidad para la comunidad

Sebastián Ramírez, Seba, es un teatrero argentino que vino con su pareja Virginia a Zaragoza por amor. Forma parte de la asociación La Imaquinaria dedicada al arte y la transformación social. En ella co-coordina dos proyectos de teatro comunitario (1) en los espacios CSC Luis Buñuel y Harinera Zga.

Sebastián Ramírez 'Seba', en la puerta del CSC Luis Buñuel en Zaragoza. Foto: Pablo Ibáñez (AraInfo)

Hace frío en la calle pero es parecido al que siento al entrar en el Luis Buñuel. Mientras aguardo un poco, me fijo en un cartel de la pared con un chico fornido que parece envuelto en harina. Llega Seba y, como saludo, nos damos dos besos. El calor de su rostro me deja una sensación reconfortante. Me alivia un poco el silencio que reina en la sala donde nos sentamos.

¿Qué es eso del teatro comunitario?

El teatro comunitario es teatro de vecinos, teatro de la comunidad para la comunidad. Es una forma de expresarnos artísticamente. Partimos de la idea de que todos somos creativos y entonces ofrecemos un marco para que esa creatividad se desarrolle. Es intergeneracional, abierto y sobre todo es de implicación en el proceso. La gente no viene solo como a una clase sino para ser parte del grupo.

¿Cuál es la historia del teatro comunitario, de dónde viene?

Hay muchas definiciones de lo comunitario en muchos ámbitos. Y en el teatro comunitario nosotros seguimos la corriente argentina, que tiene treinta y tantos años de historia. Comienza en un barrio del sur de Buenos Aires al final de la dictadura con un grupo de vecinos que se organizan alrededor de una cooperadora escolar. Desde ahí empiezan a hacer teatro en las plazas coordinados por un profesional, van haciendo obras cada vez más complejas y de mejor calidad y diez años después aparece un segundo grupo. Pero en vez de generar una disputa sobre quién es el dueño de la idea, empiezan a trabajar en red, y así hasta la gran crisis del 2001 en Argentina que fue un poco como el 15M pero más duro. En ese momento entran en crisis muchas otras cosas, no solamente lo económico, y empiezan a florecer grupos de teatro comunitario en gran cantidad. De haber dos grupos pasan a quince en solo tres años. En Buenos Aires fue una necesidad de recuperar los lazos, el espacio público. Esos grupos también deciden trabajar en red, se conforman como una red nacional de teatro comunitario y, a partir de ahí, van compartiendo sus experiencias.

¿Qué temas tratáis en vuestras sesiones?

Aquí en el Buñuel, nuestra primera actuación fue en la plaza Santo Domingo y el tema que salía y salía era el de los desahucios. Era una cuestión recurrente. De hecho hicimos la parodia de los tres cerditos con el tema, y lo terminamos transformando en un espectáculo de veinte minutos que trataba sobre un coro de banqueros que venía a este barrio a cantar villancicos pero en febrero porque en los barrios buenos había estado antes. Queríamos jugar con ese humor de ponernos en el lugar de lo que criticamos. Yo creo que lo interesante está en darle voz a la comunidad y en traspasar eso a un lenguaje teatral.

¿Cómo son las personas que acuden a vuestros talleres?

Acude quien quiera y la verdad es que en los dos espacios se han hecho dos grupos muy diversos, por suerte. En el grupo de San José que funciona en la Harinera está Jorge que tiene catorce años y Teresa que tiene ochenta y ocho. En ese abanico nos movemos. Es muy potente.

¿Y esa misma diversidad se da en cuestión de género?

Hay una gran preponderancia de mujeres, es así. En las cuestiones artísticas y un poco en todos los lados, los lugares duros los dominan los hombres y los lugares que parecieran ser más sensibles parece que los hombre no quisieran estar. Esto de jugar con los otros, tocarse con otros, a los hombres les cuesta más.

¿Cómo hacéis para que cuerpos tan diferentes se encuentren a gusto trabajando juntos?

Tenemos una premisa que es la de no exponer. No exponemos a nadie y en ningún momento interesa que Jorge o Teresa tengan que pasar a un estado de exposición respecto a los otros. A pesar de que es teatro, como no abordamos las cosas desde lo individual siempre está el acompañamiento.

Y trabajamos al ritmo medio. No trabajamos a un nivel de exigencia máximo al que que todos tengan que llegar. Tampoco a uno mínimo. Y tampoco trabajamos en la competencia, no hay juegos donde unos ganan y otros pierden. La mayoría de juegos son de ritmos, de contar, es un ritmo común, es ir llegando todos juntos. Cuando entran ya en la dinámica de que siempre es así ya no soy yo el que se tiene que preocupar del ritmo, tal compañero se preocupa por Teresa o por Jorge. Eso al principio cuesta un poco porque está la idea de que si a mí me sale bien qué me importa de los demás.

Cada persona tenemos nuestras vivencias que, de alguna manera, permanecen en nuestros cuerpos, como una memoria corporal. Pero a nivel colectivo ¿También existe esa memoria corporal? ¿Ves cosas en común en los cuerpos de todas?

Creo que sí, pero suelo ver más el lado negativo que eso nos trae. Vivimos en una sociedad donde el tocarnos parece que fuera obsceno y veo que está muy limitada nuestra relación al no poder tocarnos. Cuando empezamos a hacer los primeros encuentros a la gente le cuesta, por ejemplo, la ronda de masajes típica. Y ya ni hablar cuando se cruzan las cuestiones de género, como un hombre masajeando a un hombre. Yo veo que ahí tenemos algo muy instalado de “lo mío no me lo toques, mi cuerpo y a la vez mi razonamiento, mis creencias no me las toques”. Y nosotros estamos apostando por lo contrario. Toquémonos, los cuerpos y las creencias y todo.

Lo que también veo es que se desaprende muy rápido, y más en estos proyectos comunitarios que son muy de estar juntos, de coros grandes. Yo siempre repito una frase que me decía mi gran maestro de teatro comunitario Ricardo Talento. Él decía que si alguien está en un grupo y ves que no está tocando a nadie es que está mal puesto en escena. Y eso parece una tontería pero no lo es, ese contacto permanente. A nosotros nos da una potencia visual y estética pero a la vez es calor humano de relación.

Esa idea de estar todo el rato en contacto físico podría ser algo más que una metáfora. ¿El teatro comunitario transforma de verdad la realidad?

Yo pienso que sí. Y esto no me lo planteo en los términos clásicos de revolucionar la sociedad ni nada de eso sino en términos mucho más pequeños. Quien asiste y puede desarrollar su creatividad en un espacio como éste ya tiene un capital de creatividad que puede desarrollar en otros espacios. Pero si a eso le sumamos que lo haces comunitariamente, territorialmente, en un barrio, ahí creo que puede haber una transformación más colectiva. Si un barrio dice en una obra con veinticinco vecinos lo que opina sobre lo que está pasando, ahí hay una transformación.

Pues entonces los lugares concretos en los que hacéis teatro deben de ser muy importantes.

Son una elección política. Un centro social comunitario o un espacio de cogestión de vecinos, artistas y el ayuntamiento, nos parecen dos espacios de transformación donde intervienen las personas. Y eso es lo que proponemos, no ser solo espectadores sino productores de cultura.

En el caso del Buñuel más todavía porque vivimos acá. Nosotros creemos que estos proyectos son profundamente territoriales, tienen que estar en contacto con la gente del barrio, y la verdad es que estar en el lugar donde lo hacés es lo que hace que se potencien las cosas.

'Seba' y Félix durante la entrevista. Foto: Pablo Ibáñez (AraInfo)
'Seba' y Félix durante la entrevista. Foto: Pablo Ibáñez (AraInfo)

Me ha llamado mucho la atención que en muchas de vuestras fotos aparecéis casi siempre riéndoos. ¿Le dais una importancia especial al humor, a la risa, o es que os sale sin buscarlo?

Para nosotros es fundamental que lo pasemos bien, pero no es una tontería. Somos criteriosos con nuestro trabajo pero entendemos que dentro de nuestro criterio está nuestra obligatoriedad a pasárnoslo bien. Y ya desde la perspectiva teatral, nosotros abordamos las cosas desde el humor también como una elección. Al ser un colectivo de mucha cantidad de gente nunca nos vamos a meter en dramas psicológicos individuales como esa tendencia que hay ahora en el teatro, que está bien, pero nosotros hacemos otra cosa y lo hacemos desde el humor. No para hacer tontadas, pero sí creemos que el humor es una herramienta que nos permite llegara a muchos nudos que muchas veces son difíciles de sacar. No nos reímos de lo que nos duele pero sí, a veces, vemos cosas que nos parecen ridículas y nos reímos de ellas.

Es que todo lo comunitario durante un tiempo estuvo invisibilizado. Ahora los vientos parecen un poco a favor pero durante años tuvimos que reírnos de lo otro, de eso que no nos aceptaba y también de eso que se pierden. Yo siempre digo: sí, trabajar con cuarenta que no tienen experiencia, qué difícil. Pero yo me llevo los abrazos y ese cariño que otros se lo pierden, y no es menor eso. Parecía que eso no tenía valor, pero tuvimos que reírnos de quien tiene la responsabilidad de las cosas. En el caso de los banqueros, claramente no nos íbamos a reír de una familia desahuciada pero riámonos de estos que se pierden la posibilidad de trabajar en comunidad, y señalémoslos.

También desde la coordinación, cuando se crea esa confianza y el grupo avanza, nosotros nos mostramos vulnerables con el grupo. Porque lo somos, sabemos un poquito más de teatro y de otro montón de cosas no sabemos. Y esa vulnerabilidad es la que te permite reírte de vos mismo, decir: uy, en esto que pensé que iba a salir bien la cagué. Y no pasa nada, es la risa del cuidado, de estar cerca, no es de burla.

Habláis del arte como un derecho.

Lo creemos. Entonces le proponemos a la comunidad que asuma ese derecho, que no lo delegue. Hay una idea de que si no son las instituciones o los gobiernos los que llevan el arte a un barrio pareciera que no hay arte en ese barrio. La comunidad ya produce arte. Después nos podemos formar y ser profesionales o no, pero la comunidad es la que produce lo artístico.

Y también romper la idea de que el arte es un derecho solo para consumirlo. Sí, tengo derecho al arte, como si eso fuera solo acceder a ir al teatro o a un concierto. No, tengo derecho también para crear, por algo está también tan cercenada esa creatividad. Ahí se generó una brecha entre los que pueden y los que no.

¿También proponéis un concepto diferente de quien asiste como espectador? Cuando actuáis ¿qué relación tenéis con vuestro público?

Para nosotros ir a hacer una función es una celebración donde el público está invitado, por eso casi todos nuestros espectáculos terminan invitando a formar parte de lo que hacemos. Eso tiene que ver también con que las formas clásicas del espectador están un poco agotadas. El teatro en las butacas está bien pero no puede ser nuestra única forma de teatro. Y hablo de todas las artes escénicas en general. Hay que hacer que el teatro no sea solo una fiesta de los que están arriba en el escenario, que sea un espacio para todos.

Y te quería decir que hay algo respecto a los cuerpos que me resulta súper interesante porque nosotros lo abordamos de otra manera. Pienso que hay una fábrica de cuerpos y de personas iguales en el teatro. De las escuelas de teatro, a nivel mundial, salen todos iguales, casi todos jóvenes, casi todos flacos y casi todos atractivos. Esta gente cuando se forma son todos neutros, iguales. Y pasan años y años de formación para volver a la inocencia que tenían antes de empezar. Yo creo que lo que pasa cuando un actor ve a un vecino-actor es que dice: uh, cuánta frescura y cuánta naturalidad. Y ni hablar de si alguien tiene una renguera o algo físico, le va a costar todo muchísimo más. En cambio nosotros al revés, como hacemos un teatro que refleja la comunidad, los gorditos, los altos, los bajos, los calvos, todos nos sirven. Porque la comunidad es así.

El teatro formal es un ámbito de mucha normatividad. Por ejemplo de los viejos, de la gente mayor, solo quedan unas grandes grandes figuras. ¿Qué pasó con esos actores de sesenta años? Acá están porque a nosotros vienen muchos. Pero ¿dónde está ese hilo que se agotó y de repente solo vale tener veinte o treinta años y ser atractivo?

El teatro siempre fue un reflejo de la sociedad, y ahora es un espejo muy parcial, que solo refleja a un sector de la sociedad. Para mí el teatro no ha sabido manejar bien su relación con el cuerpo, con los cuerpos, y con las posibilidades que esos cuerpos tienen.

Ahora ya para terminar cuéntanos por favor cómo fue que tu pareja, que también es teatrera, fue a Buenos Aires y os conocisteis allí.

Virginia se fue a Buenos Aires con una beca del ya inexistente Centro Dramático de Aragón para investigar procesos de arte y transformación social. Trabajaba aquí con compañías como los Che y Moche y los Caleidoscopio y tenía ganas de viajar a Latinoamérica para conocer alguna posibilidad de teatro transformador. Se encontró con que el grupo de teatro del que nosotros venimos estaba en una red latinoamericana de arte y transformación social y ahí dio con el teatro comunitario. Mandó un correo y dos compañeros de Buenos Aires le respondieron: sí, venite. Y se vino tres meses con la beca. Se integró en todo el proceso, actuó, hizo gestión, allí nos conocimos, allí nos enamoramos, volvió para Zaragoza unos meses y ya después se vino a vivir a Buenos Aires. Estuvimos allí viviendo seis años. Y queríamos montar algo nuestro, queríamos exportar esa experiencia porque es muy potente. En Barracas, el grupo en que estábamos, éramos cerca de trescientos vecinos. Aprendimos mucho ahí y dijimos: bueno, nos vamos.

Aquí cuando llegamos nos volvimos a arrejuntar con otros dos compañeros que también son de teatro y le dimos fuerza a la asociación La Imaquinaria, que ya estaba formada. Con ella hacemos teatro foro en escuelas, ahora estamos trabajando sobre todo el bullying y la solidaridad y la cooperación. También queremos preparar una escena sobre micromachismos.

Vinimos con ganas de trabajar en estas cosas y pensábamos que había un espacio que no estaba ocupando nadie. En el teatro comunitario fue muy claro. El primer día que estuvimos acá hacía un frío para cagarse y vinieron como treinta y tantas personas, y en Harinera vinieron cuarenta. Había necesidad.

+info: teatrocomunitariozgz

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Artículo de Félix A. Rivas publicado en el número 0 del mensual en papel de El Salto.

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