Sucesiones que no suceden

He bajado a la calle y me he puesto a mirar a los ojos directamente a las personas que me cruzaba. Ceño casi fruncido. Mirada Intensa. Escrutante. He de decir que alguno me ha mirado raro. Tu no. Tu tampoco. Ni de coña. Vosotras dos tampoco. Ni vosotros. Antonio, tu no, ya lo sé. Esos tres seguro que no. Ni ese del Mercedes blanco, sin pañuelo de lunares. Esta moza de la terraza tampoco… Esto… “un cortado, por favor”. Trataba de encontrarme con una de esas poco más de 200 personas que pagarán el futuro impuesto de Sucesiones aragonés, y …

He bajado a la calle y me he puesto a mirar a los ojos directamente a las personas que me cruzaba. Ceño casi fruncido. Mirada Intensa. Escrutante. He de decir que alguno me ha mirado raro. Tu no. Tu tampoco. Ni de coña. Vosotras dos tampoco. Ni vosotros. Antonio, tu no, ya lo sé. Esos tres seguro que no. Ni ese del Mercedes blanco, sin pañuelo de lunares. Esta moza de la terraza tampoco… Esto… “un cortado, por favor”. Trataba de encontrarme con una de esas poco más de 200 personas que pagarán el futuro impuesto de Sucesiones aragonés, y estoy seguro, aún sin haberme parado a hablar con todas y cada una de ellas, que no he encontrado a ninguna. Las he descartado correctamente. Me fío de mi escudriñadora mirada. Me fío también porque he recorrido el camino que separa el barrio de La Madalena del de La Jota.

Durante la mañana me he dado cuenta de que en el planteamiento de mi misión había cometido un error. De quererlo encontrar tenía que haber ido a las urbas y torres de la periferia zaragozana. A las calles de Jaca. A alguna villa recóndita en el Matarraña. O... ¿a la Plaza del Torico de Teruel? Yo que sé dónde. El principal fallo era la propia intención de tratar de encontrar al contribuyente futuro. Si ya es difícil encontrar al actual: 25.000 sobre una población de 1,3 millones, como para encontrar a los y las 200 elegidas para seguir tributando. Las verdaderas élites. Aquello era como lo de la aguja en el pajar ese que se derrumba en la mayor parte de Aragón por falta de mantenimiento. Por lo menos no había gastado mucho tiempo. De hecho ya me he quitado el disfraz de detective privado y he abandonado toda esperanza de encontrar a una de esas personas que todavía pagarán cuando hereden. Total, ¿para qué?

Resignado me he puesto a pensar en los porqués de que miles de personas se hayan manifestado a favor de la retirada de este impuesto sin tener ni la más repajolera idea de lo que pedían. O que 135.000 hayan firmado a favor de que no tributen las herencias. He llegado a una conclusión rápida, o son muy tontas o el tonto soy yo. Me explico. O ellas son muy tontas y se han movilizado para la retirada de un impuesto que jamás iban a pagar y que solo pagan los verdaderamente ricos, o yo, y mis familiares más directos, somos imbéciles y, pese a llevar desde el momento que lo permitió la legislación inmersos en el mundo laboral, no hemos sabido encontrar la forma de acumular riquezas como esos miles. Me da en la nariz que hay más de lo primero que de lo segundo.

Es cierto que en las movilizaciones había una media de edad elevada. Vamos que jubilados y jubiladas había bastantes. Pero también gente relativamente joven. Mucha. Alguno podría ser que fuera uno de los casi 25.000 agraciados con la rebaja. Pero la mayoría, eran de esas jóvenes personas que viven inmersas en el sueño aragonés de la clase media. Esa que tiene hipoteca hasta el 2030, o que cuando se quitó la de la primera vivienda, se compró un apartamento en el Pirineo, o más probablemente en la  catalana Costa Dorada, y entonces la hipoteca se alargará hasta el 2040. La misma que ha vivido la eternidad del becario, EREs, rebajas de salarios o despidos improcedentes y que vive en la precariedad laboral más absoluta. Sin protestar, que eso es antiguo y trasnochado. Poco salario sí, pero tienen Primark y Amazon y BMW. También tienen cañas a 80 céntimos en la terraza el bar de debajo de casa. Es cierto que han visto subir el precio de la luz a límites insospechados, pero tienen fibra óptica por 10 euros, conectada a una SmartTV de última generación y de tropecientas pulgadas para ver el Netflix pirateado. Confían en que se jubilarán sin saber que ese pescado ya está vendido y que pronto deberán tributar a una empresa privada, para que con algo de suerte, les quede de pensión la mitad de su último salario. A la mayoría le iría justo para juntar medio millón de euros en toda una vida laboral sin comer, ni vestirse, ni lavarse... ni ná. Sáquense las cuentas.

Sin embargo saben que sus padres compraron una casa con mucho esfuerzo. De oídas están seguros de que sus progenitores tienen unos ahorrillos, pero desconocen que éstos, con suerte han llegado a sumar un número de cinco cifras, muy probablemente se habrán quedado en cuatro, por lo que estarían exentos de tributo. Quizá por ello protestaban. Porque siguen viéndose a sí mismos al borde de la riqueza, cerca de cumplir el sueño de una clase media que ni en lo económico, ni en lo social, le llega a la suela de los zapatos a la clase trabajadora de sus padres.

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