"Al caer la tarde del primer día de lucha sucedió que en varios sitios de París, al mismo tiempo y sin previo acuerdo, se disparó contra los relojes de la torres". W. Benjamin
No ha sido el único ni el primero, pero sí quizá el que, de modo si no más preciso sí más insistente, ha demostrado cómo la experiencia de la temporalidad se encuentra determinada por las condiciones económicas y socioculturales en que se despliega la existencia. E.P. Thompson ha reconstruido la paradoja: la experiencia de la temporalidad está, ella misma, sometida a la temporalidad, siendo dependiente del contexto histórico y político: un obrero fabril del XIX no percibe el tiempo según los mismos esquemas que un siervo de la gleba.
Otros habían insistido antes en este carácter histórico y, por ello mismo, contingente, del tiempo. Foucault, sin duda. También Bourdieu. Esas que, al menos desde Kant, son calificadas como las estructuras trascendentales de la sensibilidad, es decir como las condiciones de nuestra percepción sensible, a saber el espacio y el tiempo, están sometidas a variaciones ellas mismas espacio-temporales, cambian según la geografía y el momento. Y, si bien ha habido múltiples intentos de perfilar cuáles sean las determinaciones de nuestra actual experiencia del tiempo, cualquiera que sea la definición se encuentra abocada al fracaso, en la medida misma en que dichas determinaciones se transforman sin cesar y, por tanto, el bosquejo sólo puede hacerse por aproximación.
No es lugar este para tratar de perfilar siquiera con un mínimo de rigor la experiencia de este tiempo que se ha dado en llamar —tal la acepción que ofrece el discurso dominante— de la crisis. Ni aún siquiera podemos afirmar que dicha experiencia sea la misma para todos y todas. Las diferencias de sexo, por ejemplo, determinan formas diferentes de vivir las horas. Quién podría poner en cuestión que la familia Botín no atiende al reloj según criterios idénticos a los de aquellos cuyo horizonte no parece ser otro que el desahucio. Qué decir de las formas culturales que aún se sostienen refractarias a la organización dominante de la temporalidad. Hermosos y extraños pudieran resultar los ritmos según los cuales se levantan las jornadas de los indígenas del capitalismo global. Sin duda, los factores que nutren y conforman nuestra experiencia del tiempo son múltiples y heterogéneos. Existen, simultáneamente, multitud de vivencias de tiempo que confluyen y se entrecruzan en la actualidad. Sin embargo, merece la pena constatar que las formas en que percibimos el tiempo están constituidas culturalmente, que no son naturales y, en la medida misma en que no lo son, pueden ser transformadas.
Pero hay un conjunto de instituciones que de modo explícito han funcionado y aún funcionan, cierto es que afectadas por el óxido, como verdaderas máquinas de construcción de modalidades homogéneas de percepción del tiempo. Las instituciones escolares, con sus timbres, sus segmentos temáticos, sus áreas de descanso o sus fechas claves, se han erigido como dispositivos de codificación del tiempo con pretensiones de universalidad. Ellas han marcado en una importante medida la hora de la dominación y la colonialidad. ¿Acaso no sería posible que un día de huelga educativa abriese un tiempo de insumisión respecto de esa misma temporalidad?
Pablo Lópiz | Publicado por Turba Revista de Filosofía Política