Si te dicen que caí en Rojava

En septiembre de 2019, el reportero aragonés Ferran Barber era liberado de una cárcel de Erbil donde fue secuestrado por las fuerzas kurdas de Seguridad de los Barzani, cuando venía del frente de Sinyar (Irak), donde trabajaba en una producción audiovisual sobre la milicia de las YBS junto a un equipo de reporteros alemanes. Tres meses después, el periodista reconstruye el contexto profundo de esa historia y del documental que ha realizado el colectivo Freedom & Worms en colaboración con Rojo & Negro y CGT, titulado "Si te dicen que caí en Rojava", y que se presenta este jueves en Madrid. "Era como una película de Tarantino: 'Me importa una mierda lo que sepáis porque os voy a torturar de todos modos'", recuerda.

El periodista Ferran Barber, en el valle de Nahla, dos horas antes de su secuestro por la Asayish de Barzani. Fotograma por Freedom & Worms

"Ni recuerdo ya a cuántos españoles como tú he acompañado a la salida de esta cárcel", dijo Belan cuando dejábamos atrás la puerta principal de la Dirección General de Seguridad de la Asayish Gishti de Erbil y nos dirigíamos a su coche. Belan era el asistente del cónsul honorario del Kurdistán de Irak a quien había enviado la embajada de España en Bagdad a recogernos a las puertas del presidio, de acuerdo a un protocolo de liberación previamente ensayado otras veces con ese número impreciso de españoles que también han pasado por la trena kurda y que, por supuesto, Belan recordaba, pero no deseaba ni debía confesarme. No son menos de once.

Ni siquiera era el primer aragonés que pasaba por el penal de la dinastia tribal de los Barzani. Fernando Sánchez Grassa 'Nanuk' también fue detenido y encarcelado por la Asayish, dos años antes de perder la vida tratando de plantar una bandera del PKK en la cumbre nepalí del Himlung Himal. Cierto es que Fernando -o 'Ciya', de acuerdo a su nom de guerre kurdo- era vasco de nacimiento, aunque residía en la localidad oscense de Aragües del Puerto.

Lo que Belan me dijo es que tenía el honor de ser "el primero de los españoles" al que no se había arrestado por combatir con las unidades militares de los, digamos, 'kurdos rojos'. La Asayish -'Seguridad', en kurdo- terminó al menos concediéndome el privilegio de 'ser considerado un periodista genuino'. Entre quienes a sus ojos no merecían ese nombre se hallaban todos los que habían colaborado de forma directa en labores civiles vinculadas al proyecto de Rojava.

Emboscado en Nahla

Me emboscaron a la salida de un valle asirio conocido como Nahla bajo excusa de que el lugar estaba ocupado por la guerrilla kurda de Turquía, el PKK, o como dijo aquel oficial gordo que me interrogó en Acra: "Por los terroristas". Curiosamente, me acusaron de cruzar ilegalmente una frontera, aunque nunca salí del Kurdistán del Sur (Basur), salvo para adentrarme en Nahla, una zona controlada de facto por la guerrilla kurda de Turquía, y exclusivamente habitada por asirios o siriacos (cristianos). Estos se hallan en guerra constante con las vecinas tribus kurdas por la ocupación de sus tierras ancestrales. En muchos sentidos, Nahla se asemeja a una reserva india, el último bastión de los verdaderos aborígenes de Mesopotamia, no kurdificado aún por el Partido Democrático del Kurdistán (PDK), la formación de los Barzani.

En la boca de embudo de ese valle me esperaba un peshmerga (denominación de las fuerzas armadas en el Kurdistán de Irak). Se hallaba al otro lado del río -justamente en los límites de la zona que controla la guerrilla- y se ofreció a sacarme del lugar tras forzar un encuentro casual que, definitivamente, me hizo recelar. Y con razón. No era del tipo de buen samaritano que uno espera que le envíe la divina providencia a rescatarle en una nada polvorienta. Parecía, literalmente, muerto de miedo: conducía muy nervioso, como si temiera que yo fuera a sacar una pistola de camino a la encerrona que me estaban preparando algunas curvas más allá o, peor aún, como si en verdad tuviera la certeza de que yo era uno de esos occidentales que se han echado a las montañas con un fusil de asalto. Nada más lejos de la realidad. Sólo soy un periodista.

Hay que decir que no pocos europeos y españoles se han enrolado como cadros en el PKK (los célibes 'monjes guerreros' de la guerrilla apoísta kurda de Turquía). Esa es la parte más desconocida de la trastienda del conflicto kurdo y la que hace que la presencia de un occidental despierte siempre suspicacias entre la Seguridad de los Barzani. Ninguno de esos voluntarios ha sido expuesto por la Prensa hasta la fecha a sabiendas de que, a diferencia de los chicos de las YPG, los del PKK podrían ser procesados tras su retorno a sus países.

Anarquista del IRPGF combatiendo en Rojava. Fotograma por Freedom & Worms

Sopa de siglas

Pero dejadme que abra aquí un paréntesis. Es un puzzle complejo este de Oriente Medio. Mis amigos me insinúan que se pierden a menudo entre la sopa de siglas de milicias que trazamos los periodistas especializados en la zona; se extravían entre el puchero de denominaciones étnicas y de estados; entre las distintas proyecciones de los odios tribales; las potencias en liza y los intereses económicos en disputa; y entre las valoraciones maniqueas de los peones que se despedazan en el tablero de Mesopotamia. Como me confesaba no hace mucho el miliciano catalán Siwan, él mismo solía creer antes de partir a combatir en Rojava que 'Barzani era un gran kurdo', y no el bilioso "lacayo de Erdogan" que más tarde descubrió que era.

Incluso algunos kurdos de la diáspora se rasgan eventualmente las vestiduras cuando alguien trata de denunciar las actividades criminales de la tribu de los Barzani, lo que viene a demostrar, por otra parte, que el confederalismo democrático no ha penetrado todavía plenamente en el tejido social de la población del Norte de Siria, y que aún pervive en proporciones variables parte de aquel viejo nacionalismo tribal y ultraconservador que encarnan como un guante los mafiosos de Erbil. Es, digamos, la versión kurda de Vox.

Por poner un ejemplo, el referéndum kurdo de independencia fue sólo una pantomima puesta en marcha por los Barzani para perpetuarse en el poder. Fue tan grotesco aquello que Massoud Barzani reabrió el Parlamento después de dos años de clausura para otorgarle alguna legitimidad adicional a su burda maniobra para no ceder la presidencia al clan rival, e igualmente tribal, de los Talabani. Aunque muy tímidamente, parte de la oposición se atrevió entonces a decir: "Sí a la independencia, pero no ahora". A punto estuvieron de freír a esas voces disidentes kurdas. De nada sirvió que argumentaran que los funcionarios llevaban dos años sin cobrar o que la inflación era tan rampante que había puesto contra las cuerdas al grueso de la población. Al fin y al cabo, los Barzani son el Kurdistán, como Napoleón contenía toda Francia. Es el viejo truco de atizar las vísceras para a renglón seguido envolverse en la bandera. Lo hicieron ya los marroquíes con Perejil o la dictadura militar argentina en las Malvinas.

Lo que quería decir, en todo caso, para quienes también se pierdan entre las complejidades de Oriente Medio es que no existe ningún 'los kurdos' como un ente compacto y homogéneo, sino una comunidad de gentes emocionalmente cohesionada por ciertos elementos culturales e históricos, aunque repartida por diferentes fronteras administrativas, además de dividida por sus diferentes sensibilidades ideológicas, dialectos y filiaciones sentimentales. Eventualmente, se combaten entre sí de un modo caínita.

Digamos, puestos a simplificar, que de un lado están los kurdos no asimilados de Turquía, parte de los cuales, aunque no todos, se han organizado a través del PKK y de su guerrilla, para hacer frente a la represión del Gobierno turco de Erdogan. Del otro, los kurdos de Irán y el norte de Siria. Estos últimos están bien organizados en torno a un proyecto político inspirado por la misma ideología -el confederalismo democrático- de sus hermanos turcos e iraníes. Es justamente ese proyecto democrático y con una fuerte vocación social el que los turcos están tratando de derribar atizando la barbarie y literalmente exterminando a todo un pueblo.

Claro que mientras el PKK es incluido por Estados Unidos, Turquía y los europeos, en el listado de organizaciones terroristas, las milicias kurdo-sirias y de Sinyar -YPG, YPJ, YBS e YBJ-  han sido los principales aliados de los norteamericanos y, por extensión, del resto de sus socios europeos, en los frentes sirios de su lucha contra el Daesh. No es preciso comprenderlo. Son las clásicas miserias de la Real Politik, el peaje de esquizofrenia bipolar necesario por tener a los turcos en la OTAN.

Sólo los qataríes, Erdogan y sus serviles socios kurdos iraquíes, postrados a sus pies, se resisten a establecer diferencias entre el PKK y estos kurdos de Siria que, en medio de una guerra contra el Daesh, consiguieron autogobernarse junto al pueblo árabe y asirio en las áreas del país cuyo control arrebataron al Gobierno de Damasco. Hay que admitir, por otra parte, que los propios kurdos se resisten a aceptar la clásica división administrativa de las fronteras, de manera que un guerrillero del PKK pasa a ser un miliciano de las YBS o de las YPG, tan pronto como salta de Turquía a Sinyar (Irak) o Siria. Lo único que cambia es la insignia militar. O por decirlo de otro modo, es un concepto de la identidad más versátil que el de muchos europeos. Está forjado sobre todo en torno a una paradigma ideológico.

Como es bien conocido, todo ese experimento democrático de Rojava ha sido parcialmente abortado de raíz por Donald Trump, Ankara, sus aliados nazi-islamistas y los Barzani. Hace varios meses ya que aquella tierra está ardiendo bajo los proyectiles de Erdogan y de sus fuerzas proxy islamistas. Incluso el propio Vaticano se hacía eco hace unas semanas de las acusaciones formuladas por los gobernantes nigerianos, quienes han reunido pruebas consistentes del apoyo de Ankara a Boko Haram. ¿Por qué será que a nadie le sorprende que uno de los principales socios españoles de la OTAN patrocine también las delegaciones africanas del terrorismo islamista? Las pruebas que vinculan a Erdogan con el Estado Islámico son más que apabullantes, aunque los europeos miren a otro lado.

Comunistas del International Freedom Battallion. Foto: IFB

Sol poniente

El nombre que recibía ese territorio era Administración Autónoma del Norte y el Este de Siria o AANES. Seguro que suena más lo de Rojava ('Oeste', en kurdo), pese a que era la peor de las denominaciones posibles, la más sectaria y ofensiva para el resto de los pueblos que habitan ese área. De hecho, la presencia kurda en la Yazira apenas se remonta a hace poco más de un siglo. Son otros los pueblos ancestrales que allí habitaban, y en ningún caso quieren considerarse convidados de piedra en su propia tierra. ¿Por qué, en tal caso, había de dársele un nombre que sólo proyectaría las aspiraciones nacionalistas de los kurdos o sus ambiciones sobre un territorio que comparten con árabes, armenios, asirios y yazidíes?

Los kurdos que lideran el proyecto político de Rojava nunca han sido ajenos a estas reflexiones. Es una de las virtudes del proyecto político del Norte de Siria: su deseo de renunciar al sectarismo y a la creación de un nuevo estado étnico o, atención, a la de un estado a secas. Por eso optaron por el nombre de AANES, tras descartar 'Mesopotamia'. Que estaban empeñados en construir un proyecto democrático de naturaleza social que excluya toda forma de pensamiento tribal, sectario o patriarcal está fuera de duda. Y la prueba es el modo en que han tratado de incorporar a las mujeres o a las minorías yazidí y asiria (autodenominada siriaca en el Norte de Siria).

Cierto es que una parte del pueblo kurdo todavía no se ha dado por enterado del calado de los nuevos paradigmas ideológicos que han reemplazado a esa especie de estalinismo tercermundista precedente de los noventa y sigue aún sintonizando el estado mental de las guerras de liberación nacional y de banderas o en la adhesión tribal y emocional al modelo autoritario que representan los Barzani.

Pero volviendo a mi relato, es justamente en la frontera entre el Kurdistán de Irak y ese territorio conocido como AANES o Rojava el lugar donde se halla la gran tela de araña en la que han quedado prendidos, capturados, secuestrados a golpes y encarcelados por la Seguridad de Barzani la mayoría de los once españoles que hemos llegado a identificar. Mi caso era excepcional, al igual que el de Pablo Prieto, capturado por la Asayish en un viaje que realizó hasta Erbil desde el campo de refugiados de Majmur, donde trabajaba como voluntario civil.

El Kurdistán de los Barzani es una experiencia onírica a la medida de los matones que se han apoderado de la finca; es, por ilustrarlo con una analogía, la clase de lugar donde un agente de la policía puede dejarte sin sentido sobre el suelo, y después despertarte para preguntarte si eres del Madrid o el Barça. Se diría que lo de torturar está en el sueldo. No es nada estrictamente personal.

Milicianos árabes y kurdos de las YPG, en Raqqa. Foto: Ferran Barber

Sagaces como serpientes

Hubiera sido bastante necio confesarles durante el interrogatorio que, en efecto, había estado charlando algunas horas antes de que me arrestaran con varios de los guerrilleros a quienes ellos y los turcos denominan 'terroristas'. Eran hombres jóvenes y afables los chicos del PKK, "sagaces como serpientes e inocentes como las palomas"; en las antípodas de esos antropoides autoritarios de la Seguridad del régimen. Ahora, en el valle de Nahla, la guerrilla viste de civil con la esperanza de camuflarse entre los lugareños y burlar a los turcos. Sus mujeres y hombres han dejado de portar armas en un lugar visible, pero se les reconoce fácilmente por el walkie que llevan amarrado a la trabilla del cinturón.

Hace sólo dos años fotografié a algunas chicas de la milicia acudiendo a dar el pésame a un funeral cristiano con el clásico mono caqui y el kalash entre las piernas. Viven deprisa estas chicas y estos chicos. Como me decía hace algunos meses un anarquista kurdo-greco-americano -Agit-, son como monjes y monjas del Medievo. Y eso, hasta el punto de que se flagelan cuando pecan. La homosexualidad sigue siendo un tabú. El sexo, en todas sus formas, se halla prohibido en la guerrilla. El hecho de que estos kurdos, aunque secularizados, no sean ni de lejos anticlericales y que conciban las creencias religiosas como una relación personal entre el humano y Dios, aún le ha hecho más fácil a la Alt-Right el sumarse a las filas del PKK o las YPG. Porque sí, en efecto, incluso el líder del partido de extrema derecha Vox, Santiago Abascal, se fotografíó complacido con algunas guerrilleras kurdas.

El principio general por el que los kurdos se rigen en sus reclutamientos es relativamente sencillo: el que jura lealtad a su milicia y sus ideas durante el periodo de formación en la Academia es aceptado. Por otro lado, la famosa revolución de Rojava estuvo claramente tutelada, hasta que pusieron pies en polvorosa, por las tropas norteamericanas.

Ataques turcos contra civiles

Recuerdo que tuve que salir a pie y a toda prisa de aquel valle cristiano tras caminar veinte o más kilómetros por temor, justamente, a los raid aéreos de Erdogan. No hubo un paisano con quien me cruzara en la pista de tierra que no me advirtiera de ello señalando hacia el cielo. A esos son a quienes en verdad temen los asirios (denominación étnica de los cristianos de Mesopotamia). Quienes les infunden miedo son los turcos, estrechos aliados de España en la OTAN cuya batería de misiles Patriot custodia el Ejército de nuestro país. Sobreentiendo que muchos españoles consideran un deber patriótico ponerse del lado de su bandera. Son las servidumbres del fútbol. Es lo que tiene formar parte del bloque duro de una hinchada. El equipo de la especie humana es como el esperanto: una invención al parecer ajena a los impulsos más tribales de parte de la humanidad. Claro que, como diría Arsuaga, sólo la solidaridad es tan humana como la violencia ideológica.

En su supuesta caza al terrorista, los aviones de Ankara han llegado a bombardear hasta los arrozales de aquel valle asirio donde pasé los últimos días antes de mi secuestro; han destruido casas y supuestas posiciones de la guerrilla donde nadie ha visto jamás a un kurdo. Los turcos están muy familiarizados con el exterminio de cristianos incluso desde mucho antes del Año de la Espada (1915) y el genocidio greco-armenio-asirio. Está impreso en el ADN de los otomanos y sus herederos kemalistas. Los lobos grises sueñan con el Turán, la tierra de Oz de los fascistas turcos.

Toda la franja fronteriza próxima a Turquía ha quedado despoblada a cuenta de la violencia patrocinada de los turcos. Por los cristianos caldeo-asirios de ese valle me enteré de que Erdogan podría estar usando bombas termobáricas para golpear la red de galerías de los kurdos de Turquía, la misma clase de proyectil que lanzaban los americanos contra las cuevas de los Taliban; absorben el oxígeno de los túneles sin la necesidad de destruirlos. Claro que a nadie debería sorprenderle. Se ha atestiguado de mil formas posibles el uso de fósforo contra la población civil del Norte y el Este de Siria (ya lo hicieron los rusos y Al Assad con los árabes de Siria) y nadie se ha rasgado las vestiduras. Son muertos lejanos, cadáveres en las cunetas de conflictos ajenos a las trivialidades que dejamos entrometerse en nuestras vidas; o lo que es peor, nada que pueda determinar el rumbo de las trifulcas ibéricas o captar el interés de los contertulios omniscientes de las televisiones.

Confundido con un guerrillero

Me lo preguntó Carles Francino en La Ventana de la Ser y, definitivamente, he de responder que sí. Es obvio que los matones de Barzani que me secuestraron asumieron inicialmente de algún modo que yo era uno de esos europeos que se han unido al PKK y que combaten en las montañas a sus amigos turcos, con quien los gángsteres de Erbil han creado una pinza para acabar con los 'malditos terroristas'. No les valían los carnés de periodista, ni siquiera las autorizaciones que su oficina de Feishjabur me había expedido antes de abandonar España para visitar Rojava, después de acreditar que formaba parte de una expedición informativa fletada por una productora de Alemania. No les valió que les dijera que llevaba veinte años visitando aquella zona, ni que hubiera sellado mi cariño por mis amigos kurdos, armenios, yazidíes y caldeos-asirios en algún libro y docenas de reportajes.

Ni se molestaron en comprobar las credenciales o en chequear los documentos. Nunca sabré si la Asayish llegó alguna vez a visitar a los políticos asirios con los que pasé unos días en el valle, y si lo hicieron, qué les dijeron ellos. Tras mi liberación, los cristianos tenían tanto miedo a los sicarios de los Barzani, que ni siquiera se atrevieron a reunirse conmigo en su oficina de Erbil. En vano les di las señas del hotel de Ainkawa en el que me alojaba; en vano les esperé en el hall o en aquel restaurante libanés cercano a la iglesia de San Jorge donde solíamos quedar a comer tabouleh con Coca Cola Light. Pocos días después, secuestraron a uno de sus periodistas, un viejo amigo mío a quien conocí en Dahok hace unos años, que responde al sobrenombre de Khlapeel.

Barber tras su liberación. Fotograma por Freedom & Worms

El de la mandarina

Recuerdo que a mi salida del penal vino a recogerme junto al asistente del cónsul un segundo kurdo bien parecido e impecablemente trajeado, la clase de persona que esperas encontrar en un anuncio de relojes. Se identificó como empleado del Ministerio de Asuntos Exteriores de los Barzani. Era el policía bueno que te trae una mandarina cuando el torturador se larga de un portazo tras poner fin a su trabajo con la esperanza de que te olvides de las hostias y prevalezca el aroma de la fruta.

Se diría que esperaba que le diera las gracias por lo preocupado que había estado por mi suerte y lo mucho que dijo haber luchado contra los funcionarios malos de su Gobierno para sacarme de aquella celda donde había pasado un mes, junto a otros 158 presos, la mayoría supuestos criminales del Estado Islámico y presuntos milicianos de las distintas guerrillas kurdas.

"No hay nada que agradeceros", le dije al funcionario vestido para un pase de modelos mientras abandonábamos el penal. También Belan, el empleado del cónsul español, protestó. Juraría que sólo pretendía preservarme de mis palabras. Había salido de la cárcel de la Asayish Gishti, pero seguía todavía en Erbil, la capital administrativa de la dictadura de los Barzani.

Como solía decirme Marcos 'Delil', uno de los gallegos que me habían precedido en el presidio con quien acabé trabando confianza, "esos orangutanes no necesitan una excusa para arrojarte nuevamente en el agujero o moler a alguien a palos". Le había visitado un par de meses atrás en el hospital de Suleimania donde se recuperaba de las heridas causadas por una mina cuando servía como médico de las milicias YBS en las proximidades de Sinoni (Sinyar, Kurdistán de Irak), y no hubo un día de mi estancia en que no recordara de algún modo el relato que me había hecho de su paso por el presidio, un par de años antes. Con él entraron en la cárcel José Antonio Bayo 'Agir' y Robin. Que nos conste, ellos fueron los primeros. Aunque luego les siguieron varios más. Mi paso por Erbil fue un deja vu de la historia que Delil me había contado tiempo antes, y que recogimos en varios medios como el Deusche Welle.

Al igual que algunos de mis compañeros de penal, pasé cerca de un mes literalmente, sin dormir y, a menudo, al borde del desmayo, permanentemente aturdido. Desde el 7 de agosto al 4 de septiembre viví encogido sobre poco más de una baldosa de la celda número 4 de un penal de Erbil conocido por los kurdos como Asayish Gishti; driblando a los yihadistas del Daesh que cinco veces al día se hacían hueco entre los cuerpos hacinados de los presos para orar cara a La Meca. Quizá a alguno le suene esta historia.

La conté varias veces a mi salida de la cárcel para los medios españoles y europeos que se interesaron por lo sucedido, tantas que al final sentía que había dejado de ser mía y que el que había estado en aquel agujero no era yo. Tenía la sensación de que les importaba menos el contexto de la historia, o las penosas condiciones de quienes quedaron atrás, que mi peripecia personal. Mentiría si dijera que eso no me produjo una cierta frustración.

La barbarie de la Asayish

Hablé también de las palizas que presencié; del muchacho que murió en un calabozo de aislamiento mientras su padre le aguardaba en una celda; de aquel viejo peshmerga que no conseguía que lo viera un médico la noche que orinaba sangre; de los adolescentes perplejos que se acurrucaban contra la pared muertos de miedo; de todos esos inocentes arrojados al presidio como escoria sin cargos ni abogado; sin habeas corpus, ni nada que se asemeje a algún derecho; de los prisioneros políticos que llevaban años sin juicio en un agujero de un metro cúbico; de aquel médico de Mosul al que esposaron junto a mi, de camino a la celda 4, para introducirlo en la pocilga por una confusión en su apellido; de las mascaradas de la Media Luna roja que monitorizaba las condiciones del penal; de todas esas largas noches en vela, apretado entre los cuerpos de otros dos reclusos en el espacio de un ataúd; de la noche que dormí sobre el suelo encharcado del retrete tras cederle mi espacio a dos famosos músicos de Erbil. A uno de los dos hermanos lo pusieron a dormir los policías por pedir algún remedio a los dos mafiosos de la enfermería. A las 24 horas de que lo arrojaran en la celda, se retorcían con espasmos.

Me acabé familiarizando con el característico sonido de los puñetazos y el de los cuerpos cayendo a plomo sobre el suelo. Uno de los muchachos de la celda cantaba de tanto en tanto una bellísima canción que no entendía a dúo con un recluso de la celda 3, uno a cada lado de los barrotes. No recuerdo la melodía, pero mi corazón ha preservado esa emoción intensa de sus voces que nos unían en comunión a todos. Supongo que hay pocos sentimientos humanos tan profundos como la fraternidad que se sostiene sobre el humanismo radical. Soy de la opinión de que es mejor siempre adherirse a una idea de justicia que a una tribu o un harapo. Juraría que existe mucho menos riesgo de que alguien salga mal parado.

No he sido el primero que ha hablado de los cientos de personas que agonizan en los antros de esos asesinos despiadados. Otros lo han hecho mucho antes, con toda la artillería y la legitimidad que otorgan los informes de las ONG de referencia, amplificadas por los grandes medios del planeta, y ello no había impedido a Macron o a Pompeo refrendar a aquel gobierno de sociópatas en calurosas recepciones personales. Masud Barzani era el buen kurdo al que palmoteaban en la espalda; un bribón de confianza. A raíz del fiasco del referendo de independencia, ahora le sustituye nominalmente su hijo Masrour y su sobrino Nechirvan, pero el viejo sigue moviendo los hilos en la sombra. La familia: una mano lava l'altra e tutte e due lavano il viso.

Miliciano anarquista catalán en Tabqa. Fotograma por Freedom & Worms

Perros de reserva

Cuando pensaba en los Barzani mientras estaba en aquella celda me venía a la cabeza Richard Madsen en el Reservoir Dogs de Tarantino: "¿Has terminado ya, hijo de puta?, porque me importa una mierda lo que sepas o no sepas… te voy a torturar de todos modos". Me hicieron prometer mis compañeros de la celda 4 que no me olvidaría de ellos; que haría cuanto esté en mi mano para decirle al mundo lo que sucede ahí dentro. "Cuéntalo en las noticias", me rogaban, simulando el modo en que uno aporrearía su teclado. "Ah, sí, las noticias", me decía a sí mismo. "Nos educan mucho las noticias. Arrojan mucha luz sobre la oscuridad que rodea a la miseria, enfrentando el sinsentido y la entropía, repartiendo su andanada apocalíptica de experiencias cancerosas; fragmentando la existencia en pequeñas unidades, apenas consistentes, de detritos perceptivos".

Ninguna de esas torturas a los niños de las que hablaba Human Righs Watch o ninguno de esos periodistas encarcelados listados por Amnistía Internacional han resultado lo suficientemente relevantes como para sacar el tema a colación en los encuentros con los mandatarios de Occidente. Mientras escribo esto han liberado al reportero kurdo Zuber Bradosti. No quiero ni pensar cómo debe sentirse tras pasar cerca de seis meses allá dentro.

Es de preescolar de Periodismo que las Relaciones Internacionales se encuentran gobernadas por el cinismo más abyecto. El propio embajador de España se reunió en febrero con Masrour Barzani. En la agenda de Escobar Stemman no se hizo hueco a las torturas a las que los hombres del primer ministro habían sometido a varios españoles, por razones nunca esclarecidas. "Ellos se lo han buscado" es la idea general. Al fin y al cabo, ¿quién les mandaba dejar su zona de confort para arriesgar su vida e ir a ayudar a defender a los niños asirios, yazidíes, árabes y kurdos de las alimañas del Daesh?

Admitámoslo: nuestras noticias, las de los modestos periodistas, se pierden casi siempre entre la algarabía de la hinchada, y entre los grandes intereses de los notables de este mundo. O como decía mi amigo Marçal Font hace unos días, entre el reduccionismo moral, el pensamiento fanático acrítico y el antiintelectualismo puro y duro. Supongo que esa es una razón más que poderosa para seguir perseverando.

Y luego está lo del saqueo constante al que los Barzani someten a sus kurdos. Ni siquiera ellos saben cuánto roban mediante las extracciones ilegales de crudo y el resto de los chiringuitos. Se han repartido la finca como un queso. La compañía telefónica Asiacell, para Nechirvan, y los pozos del sector 5 para Masrour. La familia. No son especulaciones de este periodista. Hay cientos de denuncias de organizaciones internacionales que confirman estos robos.

La luna sobre la cornisa

Por alguna razón, nunca olvidaré la primera vez que salí al patio del presidio, y un mulá del ISIS me llevó hasta una esquina para mostrarme la luz que la luna proyectaba sobre una de las cornisas. El calor endiablado de aquel día había quedado prendido en el hormigón del suelo, y era todavía refractado por las baldosas, menos como en una sauna que como en el fogón grasiento de la cocina de una timba. En el interior de la celda, se mezclaba el humo de un millón de cigarrillos con la humedad que provocaban la condensación de los alientos. Había dos aparatos para la extracción del aire casi inservibles que producían unos chasquidos sordos, con una cadencia regular, mientras la carcasa trepidaba. Se amalgaba con el rumor de nuestras voces para producir un ruido nuevo e insoportable que trepanaba los cerebros.

Encontré a un kurdo del Majmur al que sacaron a empujones de un hotel golpeándose la cara en el retrete. "My God, my God, my God", repetía un miliciano de las YPG cuando se acercaban las once de la noche y los supervisores de la celda nos obligaban a recostarnos de costado sobre el suelo, y a permanecer en esa posición hasta diez u once horas, sin agua y empapados en sudor, completamente desmochados por la presión brutal que debíamos ejercer, cuerpo contra cuerpo, para hacer hueco a 158 humanos en una superficie útil de algo menos de cincuenta metros.

Peleábamos por el espacio a puñetazos y a patadas. A menudo las enganchadas desembocaban en peleas que los supervisores de la celda abortaban a puñetazos. Solíamos levantarnos con el cuerpo lleno de rasguños y hematomas, de erupciones y de abcesos... No olvidaré tampoco jamás esas miradas opacas, los cristalinos turbios, de un amarillo hepático... y esas pupilas proyectadas al vacío... "Biji Serok Apo", me susurraban los kurdos de Turquía cuando el alcaide de la cárcel nos ponía el informativo del partido, bustos parlantes perfilados con un croma sobre banderas del PDK. Tenía gracia escuchar al hombrecillo Masud Barzani martilleando al pueblo kurdo con sus largas peroratas entre anuncios de colchones. Era la versión oriental y cybepunk de los discursos de Fidel. Me juré que no perdería más el tiempo en seguir contando las cajas de galletas y los barrotes a partir del tercer día. Noventa y tres. Me lo recordó Delil hace unos días.

El gran inquisidor Argoushi

El día en que dejé atrás aquel presidio me vino por algún motivo a la cabeza un nombre que salía a menudo a relucir entre los kurdos de la trena: Ismat Argoushi, el sociópata que dirige la guardia pretoriana y el sistema de prisiones de la familia Barzani. "En alguno de estos despachos junto a los que camino estará probablemente", me decía a mí mismo aquel 4 de septiembre mientras arrastraba los pies por los pasillos de la Dirección General de Seguridad. Y de alguna manera visualizaba un rostro que jamás había visto pero que, en medio de la estupefacción cercana a la idiotez que me había producido la larga privación del sueño, asociaba al de algún bárbaro, lo que por otra parte es: un bruto codicioso que ha medrado en los resquicios más siniestros del Partido, el PDK, la organización criminal de la que se sirven los Barzani, en connivencia con sus secuaces tribales, para saquear la parte del Kurdistán de Irak donde ejercen su influencia.

Designarlo como un grupo de mafiosos no es un juicio de valor, ni el resultado del resquemor que uno debería sentir tras ser excarcelado. El PDK es a todos los efectos, y en rigor, una organización de delincuentes dirigida por tres capos tribales y sus redes clientelares. Cualquier otra denominación sería un eufemismo. Su voluntad es lo único que cuenta. Hay pocos territorios en el mundo más opacos y corruptos que la porción del Kurdistán que ellos gobiernan y pocas policías más violentas que la temida Asayish. Lo dicen Amnistía Internacional y Human Rights Watch; Transparencia Internacional y cualquiera que haya sufrido a los secuaces de esos malhechores. En la red hay mil informes para quien desee consultarlos.

Han transcurrido ya tres meses desde mi liberación. Me alegro, en cierto modo, de haber estado allí, porque, tal y como me dijo Imad, un mulá de Mosul, Alá me había ofrecido la oportunidad de conocer esos agujeros negros de excepción donde, aquí y allá, se pudren miles de hombres y mujeres sin luces ni taquígrafos. Si algo me llevé de allá conmigo es el deseo de perseverar en la denuncia de todos los desalmados codiciosos que hacen de este mundo un lugar inhabitable para muchos.

Si te dice que caí en Rojava

Con la ayuda de varios amigos, y de algunos colegas periodistas de un colectivo de veteranos reporteros de asuntos internacionales (Freedom & Worms), hemos hecho un documental sobre el movimiento internacionalista y solidario con Rojava que, a imitación de las Brigadas Internacionales, empujó a muchos a arriesgar sus vidas en la lucha contra el fascismo que encarna el Daesh, Turquía y sus aliados kurdos de Irak.

El proyecto político de los pueblos del Norte de Siria es el principal contexto en el que se desarrolla nuestra historia, pero en parejo contamos los detalles de la persecución a la que los voluntarios se han visto sometidos, y entre otras cosas, su paso por los penales de Barzani. No deja de ser una tremenda paradoja que fueran justamente esas muchachas y muchachos que partieron para allá en ayuda del pueblo kurdo, los yazidíes y los asirios quienes al final terminaron enjuiciados en Europa o víctima del descrédito o de los comentarios. Que cada cual extraiga sus propias conclusiones.

Este trabajo periodístico y audiovisual es el resultado de muchos viajes a Oriente Medio, realizado a lo largo de los últimos 25 años, y de nuestro propio compromiso con los presos que quedaron atrás. Jamás hubiera sido posible sin el apoyo de Rojo y Negro y de la CGT, quienes también apadrinan varios proyectos más en ejecución.

El documental se presentará oficialmente a las 20.00 horas de este jueves, 19 de diciembre, en la Sala Mirador de Madrid, Calle del Doctor Fourquet, 31. Asistirán, entre otros, Sandra Iriarte (responsable de Relaciones Internacionales de la CGT Confederación) y el miliciano anarquista catalán 'Demhat', del IFB - IFB - International Freedom Battalion YPG y el tabur Antifascista.

Confíamos en que los comités de la CGT en otras ciudades del Estado español acojan a lo largo de los próximos meses otras proyecciones. Somos plenamente conscientes de que esta clase de historias difícilmente encuentran acomodo en los grandes medios de comunicación, salvo que se descontextualicen los testimonios humanos, y se oculten de forma deliberada las pulsiones profundas que, en este caso, empujaron a esos brigadistas a combatir en Rojava. La ideología y los prejuicios se solapan con frecuencia de un modo muy perverso sobre lo que la razón nos dicta como justo.

Si te dicen que caí en Rojava - Tráiler from audiovisual, directa. on Vimeo.

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