No son locos aislados

El bombardeo machista es tal, que acaba por invisibilizarse. Al final, se nos responsabiliza a nosotras, víctimas, y se resta importancia a la agresión y a la participación del sujeto de la misma

...Por fin terminaba el día, ya estaba de camino a casa repasando mentalmente las tareas pendientes y con la imagen del sofá en la cabeza cuando noté que alguien andaba –cerca– detrás de mí. Eran las seis de la tarde, de día, en el centro de Madrid, al lado del metro Bilbao. No le di más vueltas. De repente noté que algo se metía por detrás, entre mis piernas, una mano completamente ajena, inesperada y desconocida que me estrujó el coño con un apretón doloroso y molesto.

Tardé unos 3 segundos en pasar del desconcierto a la rabia. El agresor siguió andando y cuando empecé a insultarle “CERDO”, se dio la vuelta doblando la esquina y me devolvió el insulto: “PUTA LOCA”. Todo esto ante la mirada de las y los viandantes atentas y atentos desde que pegué el primer grito. No sé qué vieron ni qué pensaron, pero la realidad es que nadie hizo/dijo nada y me quedé unos segundos más en la calle paralizada mientras el agresor desaparecía, protagonista de varias miradas curiosas, hasta que huí avergonzada...”.

Eso le ocurrió ayer a una amiga y compañera. La agresión no la hizo un chalado salido que se habría sobrepasado con cualquiera que se cruzara en su camino. Es un problema cuyas causas no radican en la existencia de individuos aislados, asociales y profundamente machistas, que consideran que las mujeres de las calles por las que pasean son de su propiedad. Algunos quieren creer que nuestra sociedad no puede estar constituida masivamente por hombres así, ni vertebrada por estructuras que generan, sostienen, y facilitan esas actitudes. Esa sociedad idílica se mantendría en pie sin apenas fisuras si eso fuera así: bastaría con eliminar a esos seres indeseables pero contados, que agreden a alguna mujer una vez al año. También podíamos pensar que el machismo lo traen los de fuera, porque “mira que son machistas”, y cubren con ese velo parte de nuestra sociedad, que gozaba de una igualdad con tan buena salud.

Pues bien, no se trata, en primer lugar, de individualidades tóxicas que puedan extirparse del tejido social; las causas son estructurales porque tenemos una sociedad profundamente enferma.

Para empezar, nuestro cuerpo se presenta como disponible y accesible, criticable y maleable, hasta el punto de ser inservible si no cumple unos parámetros. Porque tienes celulitis, deberías aumentarte el pecho, borrarte las estrías, eliminar tu vello de hasta el último rincón de tu cuerpo -pero la melena no, por el amor de Dios; corre a la farmacia a por un buen champú que últimamente se te cae muchísimo el pelo-, define esas cejas y aplana esa tripa, que vas camino de no ser una mujer de verdad. Y mira a ver si aumentas tu seguridad, que “las tías sois todas indecisas e inseguras” (igual esa mochila de las modificaciones corporales impuestas, por ejemplo, tiene algo que ver). Pero el problema no es sólo nuestro cuerpo. Les molesta todo lo que no encaje en los parámetros de la heteronormatividad; es decir, cualquiera que no se encuadre en ese violento modelo de lo que debe ser una mujer o un hombre: transexuales, transgénero, homosexuales, bisexuales, intersexuales, asexuales...ya lo sabéis, también estáis fuera.

Y no somos iguales fuera de casa, pero tampoco dentro. Entre las parejas heterosexuales, más cosas fallan y visibilizan el machismo sistémico. Los cuidados en la sacrosanta familia no se reparten de forma similar entre mujeres y hombres. Porque él pone la lavadora y hace la comida una vez, y luego lo cuenta veinte -como cuando te comes una ficha en el parchís-, pero quien plantea la lista de la compra es ella. Y quien sabe el nombre de la pediatra, la lista de alergias, o cuánto calzan su hijo y su hija también es ella. Como ella, más que su hermano, es quien se ocupa bastante más de sus padres ancianos y seniles, o la que cuida al viejo que ya no se vale por sí mismo: esa también es mujer. Por todo eso en España las mujeres ocupan de media, desde 2007, el 77% de las jornadas a tiempo parcial con todo lo que eso supone desde el punto de vista de una menor retribución y posibilidad de promoción laboral. Porque ellos hacen caminos lineales: del trabajo a casa y viceversa, a veces dejándose caer por el gimnasio o el bar, pero ellas antes de llegar al curro han pasado por el colegio y, a la vuelta, por el súper, la farmacia, la casa de sus padres y la mercería, porque se ha roto un botón de la bata del crío que después de cenar coserán. Por eso también el tiempo dedicado al hogar y la familia dobla sobradamente, en el caso de ellas, el que dedican los hombres, pero en el invertido en ocio ellos sacan una hora de ventaja.

Cuando volvemos a salir de casa decimos que tenemos novio cuando un brasas se nos acerca en un bar porque es más sencillo que explicarle al cabestro que ha decidido acompañarnos que no invertiríamos ni un segundo más hablando con él porque sencillamente no nos gusta nada, y porque entre los machos se cuidan así (si pruebas a sugerirle que no eres hetero la explosión de sus plomos de mandril probablemente hará que le intereses aún más). Porque ellos se respetan como dominantes que son mientras para nosotras queda la subalternidad. Porque las bestias se acercan cuando la manada de hembras está sola, pero no son tan salvajes cuando también nos acompañan amigos.

Pero claro, cuando nos agreden casi da miedo contarlo porque quizá nuestro foro no nos acoja con la empatía que se requiere y debamos perder más esfuerzos justificando que hemos sido agredidas que ideando cómo defendernos. Y puede ser desgarrador escuchar que quizá nuestra falda era demasiado corta, íbamos demasiado solas, atravesando un parque demasiado oscuro, y casi no nos teníamos en pie por ir demasiado borrachas y ser demasiado jóvenes. Pero la única responsabilidad del acoso la tiene el acosador. Si no fuera así, ¿qué otra opción queda en esta sociedad? ¿toque de queda para nosotras? ¿hay espacios y horas que no nos pertenecen por el hecho de ser mujeres? Nosotras tendríamos que ir acompañadas de nuestro padre y, la que no lo tenga, que llame a su tío o a su hermano mayor. Porque se nos enseña a no volver solas a casa y a no ir por calles oscuras. Y porque al salir y al regresar a nuestro hogar sabemos que cualquier tío con el que nos crucemos puede ser un agresor llevamos las llaves en una mano y el móvil bien localizado dentro del bolsillo o el bolso.

Al final, se nos responsabiliza a nosotras, víctimas, y se resta importancia a la agresión y a la participación del sujeto de la misma: nos habrá malinterpretado, somos demasiado sensibles o unas exageradas, estaba borracho, era San Fermín….y acabamos viendo como algo que “no es para tanto” que mientras vas o vuelves del curro, un tío a plena luz del día te meta la mano debajo de la falda y te haga sentir la peor mierda del mundo, duramente agredida y sin capacidad para responder por la parálisis del desconcierto, el susto y la arcada. Cuando consideremos que estas agresiones no son para tanto, conviene recordar que desde el año 2007, han sido brutalmente asesinadas de media, a manos de sus parejas o exparejas, 61 mujeres cada año. Calculad las que han perdido la vida cada mes y cada semana, y después pensad que el asesinato es sólo la minúscula cúspide de una colosal pirámide en la que las violencias inferiores en grado son de tal calibre pero tan numerosas que nos hemos acostumbrado a vivir con ellas. Pero recordad que podemos cambiarlo, tomando conciencia y construyendo herramientas juntas: podemos empezar un año en el que a la altura del día trece de enero, siete mujeres no hayan sido asesinadas víctimas de la violencia machista, o en un fin de semana no lo hayan sido tres, como ha ocurrido este 2016. Quien piense que no es para tanto meter la mano debajo de la falda de una chica que caminaba por la calle, o que los asesinatos los cometen “personas” -independientemente de su sexo y su género- absolutamente enajenadas fruto únicamente de su pasión homicida, es que no quiere enterarse de nada y lo que es peor: está formando parte de ese tejido y engranaje social en el que permea toda esa violencia que acaba siendo invisibilizada, permitiendo, por la parte que le toca, que cada mañana nos desayunemos noticias como de las que aquí se habla.

El bombardeo machista es tal, que acaba por invisibilizarse y hacer dudar a algunos de si se está abandonando a los hombres que, por ejemplo, sufren violencia a manos de sus parejas. Si tenemos en cuenta que dentro de este reducidísimo porcentaje se incluyen las parejas homosexuales, siendo pues un hombre quien mata a otro, así como aquellos casos en los que el móvil de la agresora era la defensa propia, debería caérsenos la cara de vergüenza al equiparar esos casos puntuales con una implacable lacra como es la violencia machista. Todas esas agresiones deben ser erradicadas, pero no pueden equipararse ni pretender ser resueltas por los mismos métodos, cuando sus raíces y realidades son extremadamente distintas.

Y es que tenéis razón; no se debe generalizar sobre los agresores de los que hablamos aquí. Los hay de todos los olores, colores y sabores. Sin embargo, todos tienen un mismo perfil: son hombres. Y eso es así porque no se trata de chalados aislados, sino de un sistema que se llama Patriarcado.

Autor/Autora

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de nuestra política de cookies, pincha el enlace para más información.

ACEPTAR
Aviso de cookies