Los Pactos de la Moncloa y el eterno retorno de la Cultura de la Transición

Lo cierto es que nos encontramos no sólo en una situación complicada sino, una vez superada la fase ‘clínica’ de la crisis del coronavirus, con vistas a complicarse en los efectos sociales y económicos de la misma. Ergo, se hace más perentorio que nunca lo que antes de la crisis del coronavirus ya era, de hecho, necesario: un acuerdo de país.

Transición
Sánchez y Casado durante un encuentro en Moncloa en 2019. Foto: PSOE

Uno

En la cultura política española el universo semántico y conceptual del ‘consenso’ no refiere tanto a una abstracta ética del acuerdo y la cooperación como, específicamente, a un dispositivo de cierre del ámbito de lo políticamente posible mediante un acuerdo entre élites.

Mejor dicho, la referencia al ‘consenso’, en la cultura política española, funciona muy específicamente como un cierre por arriba, mediante un acuerdo entre élites, de lo políticamente posible, mientras se apela abstractamente a una suerte de ética del acuerdo y la cooperación.

Acuerdo y cooperación = ceñirse en política al ámbito de lo delimitado como posible por el acuerdo entre élites.

Dos

Lo cierto es que nos encontramos no sólo en una situación complicada sino, una vez superada la fase ‘clínica’ de la crisis del coronavirus, con vistas a complicarse en los efectos sociales y económicos de la misma.

Ergo, se hace más perentorio que nunca lo que antes de la crisis del coronavirus ya era, de hecho, necesario: un acuerdo de país.

Pero los imaginarios y marcos de comprensión con los que nos relacionamos con el asunto son fundamentales, porque declinan como va a realizar o puede realizarse de modos de muy distintos.

Tres

Por ejemplo, el imaginario de la reconstrucción es un marco abierto, que invita a pensar con alegría, y además dotar de contenidos sustantivos, el inevitable reto al que nos enfrentamos: los cambios estructurales resultantes de la crisis social y económica ‘post-clínica’.

‘Reconstrucción’ apela al imaginario colectivo de una sociedad movilizada ante la pandemia. Una sociedad en la que todos sus miembros, desde la vanguardia -los sanitarios/as que, en condiciones dificilísimas se han hecho cargo de la atención clínica; o las cajeras y reponedores de los supermercados que, en condiciones no menos difíciles, han mantenido operativos los suministros; por poner dos ejemplos centrales- hasta la retaguardia -el resto de nosotros/as aún desde la acción mínima de imponernos el autocontrol y mantener el confinamiento para evitar en la medida de lo posible convertirnos en vectores de contagio-, han puesto, bien que mal, su granito de arena en esta fase clínica de la crisis, y en la misma medida participa o es parte en la fase post-clínica de la misma.

Este “ser parte” puede realizarse de muchas maneras y en muy distintos grados de intensidad. Pero debería, al menos, consistir en que sus intereses y necesidades están representados / puestos en juego / tenidos en cuenta en el arreglo material con el que políticamente se va a enfocar la crisis económica y social subsiguiente (que, reducido al esquema más simple, va a consistir en cómo se redistribuyen socialmente los costes y afecciones de la misma).

Todo lo anterior, si se quiere reducido a un ‘claim’ o lema, podría formularse como lo que sigue: que la consigna “que nadie se quede atrás” que ha presidido la fase clínica sea también la consigna con la que enfocamos la fase de crisis económica y social.

Cuatro

Mientras el imaginario de la reconstrucción apela a todo el conjunto de la sociedad en la pluralidad de sus intereses, el marco del ‘pacto de estado’, por el contrario, sitúa la decisión de la gestión de la crisis en un ‘ámbito separado’ de la sociedad, que está siendo la protagonista del esfuerzo en esta fase de la crisis del coronavirus.

Básicamente un acuerdo o composición de relaciones de fuerza entre los intereses de diferentes aparatos de estado, élites económicas y políticas. En el cual la sociedad permanece aparte, expectante como una instancia retórica pero fundamentalmente pasiva.

En el mejor de los casos, cuya participación / representación / consideración de sus intereses esta limitada al muy desigual acceso de los diferentes grupos sociales a movilizar recursos económicos, humanos y comunicativos para configurar grupos de presión efectivos, capaces de influir y chantajear a los distintos aparatos y familias de élites directamente implicadas en el arreglo material que va a determinar el enfoque de la crisis.

Cinco

Hay que tener en cuenta lo siguiente: en los momentos previos a la irrupción de la crisis del coronavirus ya estábamos viviendo dos crisis políticas que estaban alcanzando puntos álgidos. Dos crisis que, precisamente, la irrupción del covid19 va a complicar y hacer más profundas: (a) la crisis de las instituciones políticas de la globalización neoliberal que, desde los años 90 del siglo XX, han configurado el sistema mundo capitalista y (b) una profunda crisis de legitimidad y valoración de las instancias de representación política en el estado español.

Dejemos aparte la primera, de la que mucho me temo, nos veremos obligados a hablar mucho en los próximos tiempos.

Respecto a la segunda deberíamos tener muy en cuenta que la crisis política en España ha funcionado como una forma de gobierno de la crisis social.

Mejor explicado: en relación a la crisis social, todavía viva, consecuencia del ‘crack’ de 2008 (básicamente un brutal reajuste estructural a la baja de las condiciones y expectativas de vida y trabajo de porciones enormes de la población) la progresiva profundización de la crisis política (enmarcada cada vez en términos más estrechos como una crisis de la vida política institucional) ha sido extraordinariamente funcional a la hora de contenerla y desplazar sus contenidos.

De este modo hemos vivido como la mayor parte de las cuestiones fundamentales que se pusieron en primer plano de la agenda pública a partir de 2008 (vivienda, el papel de la Unión Europea, las instituciones financieras, el paro, la precariedad, por citar sólo algunos) han ido perdiendo protagonismo, sin que, por otra parte, ninguno haya encontrado un arreglo estructural. Al mismo tiempo, y en su lugar, la vida interna de los partidos políticos, sus crisis sucesivas y alternativas, la ingobernabilidad, la parálisis y, en definitiva, la algarabía parlamentaria, cobraba un protagonismo creciente.

Hasta el punto que, en las encuestas de opinión, todas aquellas cuestiones -repetimos, sin atisbo de solución estructural- desescalaban posiciones mientras la consideración de que los partidos políticos son en el principal problema del país ganaba posiciones hasta liderar el ranking.

Esto es importante. Porque debemos entender que la pulsión por un cierre de la crisis política, entendida como un ‘acuerdo entre políticos’, es extraordinariamente fuerte y sobre ella pueden encabalgarse una multitud de marcos con los pretender configurar la gestión de la fase post-clínica de la actual crisis.

Seis

Pero lo que subyace de fondo en esa crisis política; y la dota en realidad de vida orgánica; es la incapacidad de diseñar un dispositivo de salida a un cierto estado de cosas / arreglo material / configuración del estado y sus aparatos en España (llamémoslo ‘Régimen del 78’ o inserte su referencia prefe).

El cual, por una parte, ya todos los principales agentes políticos dan por caducado y por otra, no se atisba todavía cómo llevar a término. Es decir definir con un proyecto de país y un consenso suficiente.

Básicamente es posible hoy caracterizar las diferentes posiciones en el arco parlamentario en relación a la cuestión de cómo llevar a cabo una salida del R78: independentista (post-convergencia), rupturista (ERC), moderadamente rupturista (Podemos), reaccionaria* (PP), ultrareaccionaria** (Vox), oportunista (C’s).

Aunque es prácticamente un chiste, se podría decir que hoy, el único partido que queda dentro del R78 es el PNV.

Es precisamente en relación a este punto donde el PSOE muestra sus máximas limitaciones y cobra pleno sentido el extraordinario, por extraño, empeño en apelar al imaginario de unos ‘pactos de la moncloa’.

Básicamente la incapacidad estructural desde la cultura política del PSOE para pensar una salida del R78 fuera de las estructuras, los marcos mentales y las referencias culturales del propio R78.

A corto plazo pueda entenderse como una táctica del PSOE destinada a reconducir a la derecha, echada al monte y que prepara las condiciones de un futura moción de censura - al menos a la parte histórica de la derecha del R78- a un espacio de acuerdo mínimo que valide su gestión.

Pero de fondo lo que refleja realmente es la poderosa pulsión de la cultura de la transición, de la que el PSOE, como un infinito bucle, parece incapaz de salir.

*Volver a 1979.

** Volver a 1969.

Extra

Todo esto sin entrar a valorar, con perspectiva histórica y política, los contenidos sustantivos de lo que supusieron realmente los Pactos de la Moncloa. No pienses en un elefante.

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