Los cuidados cuestionan el concepto de trabajo como empleo remunerado

El verdadero éxito del 8 de marzo no radica en las cientos de miles de mujeres que salieron a la calle faltaron a sus trabajos, dejaron los pupitres vacíos o no hicieron la comida. Ese día, mujeres unidas y diversas nos reconocimos como sujetos discriminados dentro de una sociedad asentada sobre relaciones monetarias.

Manifestación en Teruel durante la huelga feminista del 8M de 2018. Foto: 8M Teruel

Desborde, emoción, demostración de fuerza, un hito, resaca emocional…han sido muchas las expresiones que califican como un éxito la jornada de lucha de este 8 de Marzo. Ese día, encontramos en nuestros pueblos y nuestras ciudades una respuesta que superaba el optimismo previo de cualquier expectativa.

Considerando que vivimos tiempos de retroceso frente a un neoliberalismo crecido, en los que la movilización social parecía agotada tras un intenso ciclo de protestas en el contexto de “crisis” de 2008, la huelga feminista del 8M estalla como nuevo ejemplo de organización, energía e insubordinación que retoma y da un nuevo valor a herramientas tradicionales de la lucha obrera. Se ha mostrado eficaz al asaltar los medios de comunicación, las calles, las casas, los comercios, centros de estudio y de trabajo. Una marea que parece, y se espera, imparable.

Cabe preguntarnos si el éxito ha sido igual de rotundo en los cuatro ámbitos interpelados: laboral, estudiantil, de consumo y de cuidados. Precisemos más, ¿podemos considerar que el seguimiento en lo laboral merece este balance? Rotundamente sí. Los criterios utilizados exceden la consideración habitual en cuanto a la referencia al número de huelguistas, arrojando una valoración positiva.

La globalidad del discurso de esta convocatoria ha actuado como catalizador, difundiendo ideas que se movían en círculos activistas e ideologizados. El resultado es la exigencia común de la necesidad de dar respuestas.

Al poner en el centro del discurso el valor del trabajo de cuidados o reproductivo, hemos cuestionado públicamente la propia categorización de trabajo como empleo remunerado bajo una lógica de acumulación capitalista y denunciamos a su vez, la invisibilización y condena al margen de todas aquellas tareas imprescindibles para el sostenimiento de la vida. Declaramos la vulnerabilidad y dependencia de todas las personas, frente a un sistema que alienta el individualismo, la privatización de servicios, el falso emprendimiento, la explotación de recursos y la competitividad.

Abrimos el debate mostrando cifras que muestran la discriminación de las mujeres en el trabajo asalariado. Hablamos de brecha salarial, de temporalidad, techos de cristal, empobrecimiento, de falta de oportunidades en el mundo rural...de mujeres aún más precarias golpeadas por una crisis que en lo reproductivo es permanente y afecta de distinta forma a mujeres diversas según su condición, rechazando una concepción esencialista de la mujer.

Cada día nos enfrentamos a la división sexual del trabajo vinculada a la atribución de cualidades, comportamientos o sentimientos típicamente femeninos (dulzura, delicadeza, debilidad…) asentada sobre la diferencia salario-no salario, pero también sobre la devaluación de aquellos sectores laborales feminizados como el de trabajadoras domésticas. Duplicamos (y más) nuestras jornadas de trabajo. Frente a una mejora en la conciliación familiar, personal y laboral, se plantea caminar hacia la corresponsabilidad a través de una pedagogía de los cuidados.

El verdadero éxito del 8 de marzo no radica en las cientos de miles de mujeres que salieron a la calle faltaron a sus trabajos, dejaron los pupitres vacíos o no hicieron la comida. Ese día, mujeres unidas y diversas nos reconocimos como sujetos discriminados, posibilitando nuestra conversión en herramientas de subversión dentro de una sociedad asentada sobre relaciones monetarias.

¿Y ahora qué?

El futuro pasa, al menos, por tres ámbitos sobre los que trabajar.

Por una parte en cuanto a movimiento de base, pasa por mantener y extender el modo de organización que ha fortalecido en un sentido individual y colectivo la convocatoria. Seguir trabajando redes, solidaridad, apoyo mutuo, cuidado, horizontalidad e ilusión (sororidad), una nueva forma de participación democrática directa a pequeña y gran escala que llegue a más mujeres y en un sentido más inclusivo.

En segundo lugar, se hace imprescindible analizar en profundidad qué tipo de relación mantener con el ámbito político como espacio al que dar traslado y trabajar hacia reivindicaciones susceptibles de ser materializadas en logros concretos a corto y medio plazo.

Por último, delimitar el papel de los sindicatos como agentes imprescindibles dentro de las demandas laborales. A nadie se le escapa el descontento ante la falta de apoyo de los dos grandes sindicatos en el territorio español que desoyendo las demandas del movimiento feminista, convocaron tan solo dos horas de paro en las jornadas laborales de mañana y tarde, boicoteando la huelga feminista de 24 horas. Una decisión que podía haber sido distinta tras el segundo encuentro estatal celebrado en Zaragoza el pasado mes de enero y en el que cuatrocientas mujeres ratificaron la necesidad de una huelga. La difusión de un discurso confuso llegando a cuestionar su legalidad, el intento de capitalizar manifestaciones a golpe de bandera y el aplauso del éxito de la jornada tan solo un día después apuntándose a una posible huelga general feminista el próximo año, no hacen más que fomentar desconfianza y rechazo hacia formas verticales de funcionamiento sindical que no sirven.

En cualquier caso, el futuro es de un (trans)feminismo anticapitalista y emancipador, que combate un sistema económico y social nutrido del enfrentamiento entre capital y vida, que excluye de su lógica el trabajo reproductivo al que sin embargo y contradictoriamente, necesita para su propia reproducción. Se ha demostrado que dar legitimidad a la participación política de las mujeres no ha derivado en el fin de la discriminación, tampoco la inclusión de mejoras en su papel como trabajadora asalariada ha variado las bases sobre las que se desarrolla este sistema. La crisis sistémica que ha conllevado la precarización de los hombres y del empleo afectando a las estructuras de la familia nuclear, no se ha convertido en formas emancipatorias de existencia.

No se trata de un feminismo de la igualdad desmovilizador, se trata de un feminismo que lucha contra la discriminación. No queremos los privilegios ni las miserias de los hombres en un sistema capitalista heteropatriarcal, aspiramos a cambiar las estructuras de poder de ese sistema.

La exigencia de una vida digna, “una vida que merezca la pena ser vivida”, se traduce no solo en la defensa de los intereses de las mujeres, sino de todo el planeta y sus habitantes, no es más que la defensa de un mundo más habitable. Los nexos entre el feminismo y otros colectivos horizontales con reivindicaciones propias en esa dirección se hacen inevitables.

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