La tercera, ¿pa’ cuándo?

Envuelta en los actos de celebración de la proclamación de la Segunda República es complicado sustraerse a dos preguntas: ¿es el republicanismo español una suerte de nostalgia que envuelve como mortaja a una generación que nos deja? Y, ¿acaso es derrocar al Borbón una prioridad hoy? Calculando la edad media de los y las asistentes a los actos de recuerdo y reivindicación cierto es que quienes aún peinan pelo o este no luce pleno de canas son sorprendente minoría, como lo son quienes pelean por que no perdamos la memoria de lo que sufrió este país en tres años de …

Foto de Pilar Vaquero que ha escrito artículos sobre lo común, Cuba, el mercado, los escena y Zaragoza vientos flores reglas memoria

Envuelta en los actos de celebración de la proclamación de la Segunda República es complicado sustraerse a dos preguntas: ¿es el republicanismo español una suerte de nostalgia que envuelve como mortaja a una generación que nos deja? Y, ¿acaso es derrocar al Borbón una prioridad hoy?

Calculando la edad media de los y las asistentes a los actos de recuerdo y reivindicación cierto es que quienes aún peinan pelo o este no luce pleno de canas son sorprendente minoría, como lo son quienes pelean por que no perdamos la memoria de lo que sufrió este país en tres años de guerra declarada y 40 de dictadura fascista. Como declaraba el domingo pasado el presidente de ARMHA: "Si no hacemos nada, si el plan es dejar que pase el tiempo, la cuarta generación, la de los jóvenes de hoy, no estará vacunada contra el fascismo”, pero el republicanismo es mucho más que la memoria y la República anhelada no es ni puede ser la proclamada en el 31, porque estamos en el siglo XXI y negar lo que el mundo ha cambiado (no me atrevo a calificarlo de evolución) no es realista.

Pero el espíritu republicano late desde la historia y sigue bombeando sus principios; la libertad, la igualdad, la justicia social, la participación, la transparencia y sobre todo la poderosa idea de que es el pueblo quien se autogobierna, quien se dota de ley y a todos somete por igual, y ese sueño no tiene edad.

Estas semanas atrás el candidato de la Francia Insumisa proponía a los franceses una asamblea constituyente y la revocación de los mandatos convencido de que el modo de que la gente se involucre en lo que se llama, demasiadas veces despectivamente, “política”, es devolverle el poder a la gente, y ha arrasado entre las personas de menos de 26 años.

Sobre la prioridad política de abolir la monarquía teniendo en cuenta las tremendas desigualdades y precariedad que sufre una parte cada vez más amplia de nuestra sociedad solo cabe responder que no, pero... quizás acabar con un sistema por el cual algunas personas, por una mera cuestión genética o por intervención divina, se sitúan más allá del imperio de la Ley, salvaguardadas de cualquier reproche o reprobación, fuese la semilla precisa de un cambio radical que diese paso a un estado nuevo.

Uno en el que realmente todas las personas dejasen de ser súbditos para recuperar su estatus de ciudadanía, libres, iguales y diversos, responsables de sí mismos, sin mayor sometimiento a las normas morales que las que su razón dicta. Ciudadanos y ciudadanas que como defendemos y practicamos desde el municipalismo sean conscientes protagonistas del hecho político, que requiere la participación directa y responsable de cada una, porque la libertad supone responsabilidad, pero desarrollada en un marco social que entiende la diferencia y asume su compromiso con la creación de un espacio que permita el desarrollo en igualdad.

Si pudiésemos repensar qué somos y qué queremos ser, para entre todas, sin los miedos, imposiciones y limitaciones de un pasado que se empeña en pervivir, diseñar un nuevo estado, en el que caber todos, en el que incorporar realmente la diversidad, en el que las estructuras obsoletas de una falsa refundación no definan cómo encarar un futuro que se adivina muy diferente de aquella fábula del crecimiento eterno, de la libertad formal, del reparto de la riqueza bajo el modelo capitalista de acumulación de capital, de aquel diseño sepia que mantiene un falso equilibrio entre poderes nominales obviando a quienes lo ejercen sin cortapisas.

Quizás abolir la monarquía, nos permitiera abrir entre todos y todas, un proceso realmente constituyente, incorporando la realidad de las diferentes naciones que nos componen, el marco europeo, la emergencia climática, la economía de los cuidados, la asunción de garantizar los derechos básicos a toda la ciudadanía, la recuperación de lo común, la defensa de lo público, o el reparto real de competencias e ingresos entre administraciones, reconociendo a la local su papel primordial de primera puerta y de obligado prestador de servicios básicos.

Incluso podríamos atrevernos a rediseñar el sistema judicial de modo que la administración de justicia no fuese el feudo de una clase privilegiada, casi tan al margen de la rendición de cuentas como las testas coronadas. Quién sabe si en un nuevo marco, sin coronas ni vasallos podríamos diseñar un espacio en el que ser libres, iguales y fraternos.

Estamos, conscientes o no, ante un umbral diferente, las sucesivas crisis económicas producto de un capitalismo financiero sin limitaciones, la pandemia que golpea la fragilidad en la cara, la cada vez más obvia emergencia climática, la percepción real de los límites del planeta no como concepto sino como realidad cotidiana que se cuela en la cesta de la compra, y ante el umbral, ante el cambio debemos tomar postura, enfrentar la realidad de la imposible convivencia entre capitalismo y vida, y debemos hacerlo en común, porque solo desde el común podemos generar la capacidad de transformación imprescindible.

Desde este planteamiento pensar en la Tercera no es mantener artificialmente con vida el sueño truncado de la Segunda, sino marcar en el camino un nievo hito, una utopía tangible a la que encaminarse, asumiendo que ser ciudadana es mucho más exigente que ser súbdito pero la reinstauración del permiso de pernada, ya sea en su formato tradicional o en mordidas por mascarillas, se hace más complicado.

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