El apoyo a un partido político no se debería dar porque de pequeños elegimos esos colores, o porque eran los colores de nuestros padres o abuelos, porque gane siempre o porque pierda siempre, porque sea el de nuestros amigos y no queramos sentirnos diferentes…
La política se debería valorar desde la ideología y las propuestas políticas, y no desde el fanatismo y la subjetividad. El fútbol debería ser un deporte más, no El Deporte Rey (curiosa expresión).
La Política debería ser hecha por todas y todos, y no por unos pocos a los que vemos pasarse la pelota de un lado a otro esperando a ver quién marca un gol, para entonces levantarnos del sofá de un salto, gritando envueltos en colores de victoria y ondeando bufandas al viento.
Mientras la función de la política es una herramienta para resolver problemas, parece que a veces se contagia de la capacidad del fútbol para crear conflictos de algo que sólo es un divertimento, algo que no debería trascender más allá de los valores que integra el deporte. Nuestro equipo es nuestro equipo sin ninguna justificación. El fútbol no tiene por qué tener sentido, pero la política sí.
Si comparamos la participación en las elecciones con la audiencia de los grandes partidos del fútbol español, observamos unos porcentajes bastante parecidos, alrededor de un 60-65%.
Incluso, a veces, la participación en celebraciones de triunfos futbolísticos es mayor que la participación en movilizaciones por los recortes, la sanidad o la educación.
La política no es fútbol, por mucho que la gente piense y actúe como si lo fuera. Igual ese es el problema; que hemos dejado que el fútbol impregne la política y la vida, y que la política impregne el fútbol.