La pena de muerte

El 2 de marzo de 1974 el cuello del anarquista Salvador Puig fue el ultimo que el lazo de hierro del garrote vil apretó en el Estado español en cumplimiento de la pena de muerte. No sería la ultima vez que se aplicara la pena de muerte en el país, ya que el 27 de septiembre de 1975 se fusilaron a cinco personas en Madrid, Barcelona y Burgos. Hace unos días leí que el gobierno del Estado español, a través del Ministerio de Política Territorial y Memoria Democrática, emitió una resolución en la que “declara ilegal e ilegítimo” al tribunal …

El 2 de marzo de 1974 el cuello del anarquista Salvador Puig fue el ultimo que el lazo de hierro del garrote vil apretó en el Estado español en cumplimiento de la pena de muerte.

No sería la ultima vez que se aplicara la pena de muerte en el país, ya que el 27 de septiembre de 1975 se fusilaron a cinco personas en Madrid, Barcelona y Burgos.

Hace unos días leí que el gobierno del Estado español, a través del Ministerio de Política Territorial y Memoria Democrática, emitió una resolución en la que “declara ilegal e ilegítimo” al tribunal que juzgó al activista anarquista Salvador Puig Antich, e “ilegítima y nula la condena” a muerte de 1974. Una resolución que llega 51 años tarde y ha sido posible gracias a la lucha constante de su familia, que no ha parado hasta obtener toda la justicia posible a estas alturas.

La pena de muerte se abolió parcialmente en la constitución de 1978 dejando una rendija abierta, ya que podría ser aplicada en tiempos de guerra y no fue hasta el año 1995 cuando su abolición fue total.

El garrote vil fue la forma oficial de ejecutar a las personas condenadas a muerte en el Estado español desde que Fernando VII la instauró en 1820 como regalo de cumpleaños “a su muy amada esposa la Reina”, en sustitución de la horca.

La pena de muerte, que todavía está presente en muchos países, se ha utilizado históricamente como un derecho de clase y de dominio en todos los ámbitos, religioso, político económico, social y moral, y se utiliza como el derecho de castigar en su grado máximo, llegando a la eliminación física de los otros. Es la demostración palpable de la incapacidad de organizar la vida social en un plano de igualdad y de respeto mutuo de quienes la practican.

Reconocer legalmente la pena de muerte, hacer de ella el derecho de unas personas sobre otras y reconocer como legitimo ese derecho, supone aceptar la filosofía de la violencia en su aliento más profundo, porque si aceptamos que matar es lícito, pues todo es lícito.

La Historia nos ha dejado y nos deja relatos de todas las torturas, mutilaciones y suplicios que servían de preámbulo a la pena capital, algo tan absolutamente atroz que podía llegar a ser más terrible que la propia muerte.

Sartre decía que “la finalidad del tormento no era solamente obligar a hablar o a traicionar. Era necesario que la víctima se designe a sí misma por sus gritos, por su sumisión como bestia humana a ojos de todos y a sus propios ojos. Es preciso que se le destruya y ya después se le borre para siempre”.

El señor feudal disponía de horca propia, tenía su propio verdugo y un juez nombrado por él mismo. Una manera de conservar sus privilegios y, a la vez, disponer de la vida de los demás y de su hacienda, aplicando simplemente las leyes.

Diversos países mantienen aún la pena de muerte y son tan diversos como diversas son las formas de impartir esta justicia. La ejecución por lapidación, ahorcamiento, fusilamiento, inyección letal, ejecución por gas, decapitación…

Hubo un momento en que la pena de muerte estaba tan mal vista que hubo que dejar de practicarla de cara al público. Se aplicaba a puerta cerrada e incluso se “recomendaba” al reo que impartiese sobre sí mismo la justicia y se suicidara, para ahorrarse mucho sufrimiento.

La Historia de la humanidad está llena de violencia, y está escrita en los libros de historia a través de guerras, batallas, motines y luchas donde las clases dominantes han luchado entre sí para aumentar su poder y donde, en otros momentos históricos, no han dudado en unirse para mantener sus privilegios, siempre a costa de las vidas de otros.

Como decía Daniel Sueiro “a lo largo de los años y de los siglos ha ocurrido que sólo se ahorcó simplemente cuando hubo que dejar de descuartizar, sólo se agarrotó cuando hubo que dejar de quemar vivos a los hombres, sólo se instaló la guillotina cuando hubo que dejar la espada o el hacha, sólo se gaseó o electrocutó cuando fue preciso dejar de linchar o arrancar la piel a tiras. Cuando haya que dejar de electrocutar y gasear, de fusilar, agarrotar, de guillotinar y ahorcar, que no sea porque los reos puedan suicidarse a escondidas sin hacérnoslo saber ni hacérnoslo sentir, que sea porque se puede dejar de matar. Y mientras esto no llegue a ocurrir, que la sangre de las víctimas no manche sus propias manos sino las manos de sus verdugos”.

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