
DIAGONAL | Sara Plaza | Desde hace unos días, Teresa Álvarez Alonso camina por su casa cantarina y con la sonrisa pegada al rostro. “He conseguido lo que jamás pensé que iba a conseguir. Soy la mujer más feliz del mundo”, exclama con una alegría contagiosa. Esta asturiana, de 93 años de edad, ya está en paz con su historia y por eso afirma sentirse “más joven que nunca”. El pasado 22 de mayo denunció ante el juez de la Audiencia Nacional Fernando Andréu y la jueza argentina María Servini de Cubría el drama de su familia, marcado por las torturas y las desapariciones.
Tras la toma de Asturies en 1937, las tropas franquistas se llevaron a su abuelo, Evaristo Álvarez Iglesias, a su padre, Francisco Álvarez Miranda, y a sus hermanos José y Sancho. Evaristo murió en la cárcel tras un Consejo de Guerra en el que se dictó “reclusión perpetua” contra su persona. Francisco consiguió salir ileso, pero vivió bajo torturas aun en libertad. José fue sometido a trabajos forzados en Barcelona. Sancho, que había participado en el frente republicano, nunca regresó de su encierro y hoy es uno de los desaparecidos de la Guerra Civil. Sus cuatro nombres aún resuenan en las paredes de la Audiencia Nacional en una declaración histórica impulsada por la jueza Servini dentro de su periplo por Euskal Herria, Andalucia y Madrid, que ha tenido como objetivo recoger los testimonios de las víctimas del Franquismo que por su avanzada edad no pueden desplazarse hasta Argentina.
¿Y la justicia?
Un proceso, conocido como la querella argentina, que puede acabar sin culpables. Muchos están ya muertos. Pero las víctimas quieren hablar para saciar su necesidad de justicia. “¿Que si vamos a conseguir algo con esto? Yo creo que sí. De momento, hemos podido hablar de ello, que ya es mucho”, asegura Teresa.
“Mi madre murió de pena. No podía llorar y nos decía que lloráramos nosotras por ella”, cuenta esta asturiana mientras le vienen a la cabeza alguna de las torturas que escuchó en su hogar, frecuentado por las tropas franquistas, que “se lo llevaban todo, hasta las sábanas de las camas”. Teresa recuerda especialmente un interrogatorio que le hicieron a su padre tras salir del penal de San Marcos. “No oyó bien una de sus preguntas y le introdujeron una varilla de un paraguas para limpiarle la oreja. Quedó sordo para siempre”, asegura. “Mi padre era labrador. Creemos que no estaba metido en política”, apostilla.
Con esta pesada mochila de recuerdos se plantó a las puertas de la Audiencia Nacional, donde la jueza Servini la trató “fenomenal”. “Fue fantástica, me acompañó en todo momento”, añade. Y es que en el vocabulario de Teresa, ahora mismo, sólo hay palabras de gratitud. Gratitud porque, tras 77 años de silencio, hoy cuenta su relato una y otra vez. Ya es público. “He conseguido lo que jamás pensé que iba a conseguir. Soy la mujer más feliz del mundo”, repite otra vez mientras se escapa un suspiro de satisfacción entre sus palabras.