La estabilidad del sistema: Rivera y Renzi

Esteban Hernández considera que la operación Ciudadanos no es un simple recambio partidista, sino un modelo de gestión

Albert Rivera.

La consideración de Ciudadanos entre la izquierda circula entre el menosprecio (Cuñadanos) y la advertencia de que una derecha más joven y amenazadora está aterrizando. Cons­tatemos dos hechos: hay algo de rencor contra Ciudadanos. Es el malestar de quienes pensaban ocupar un espacio más relevante en la escena política y ahora deben contemplar desde la distancia el éxito ajeno, lo cual también lleva a magnificar sus maldades. En segunda instancia, hay quienes lo ven como un partido más peligroso que el del actual Gobierno, porque representa una renovación que permitirá continuar un estado de cosas que, por fin, estaba poniéndose en cuestión.

Pero, para entender el fenómeno Ciudadanos, sería más sensato dejar de lado los prejuicios y entender cuál es su posición en el marco estratégico de la política presente, y no sólo en el entorno español. El primer elemento que habría que subrayar es que tácticamente han sabido manejarse, y que organizativamente han sido bastante más hábiles que sus competidores, en particular de aquellos que se asentaban en el eje de lo nuevo.

Acabaron en un visto y no visto con el partido que ocupaba su lugar en el resto de España, UPyD, y desarrollaron una estructura rápida de la nada (salvo en Cataluña) sin ninguna disensión interna. Al contrario que Podemos, que no supo hacer ni lo uno ni lo otro y acabó generándose enemigos por todas las partes del espectro ideológico, C’s creció velozmente y sin fricciones. Al mismo tiempo, las formas estructurales de la nueva política les dotaron de las armas precisas para controlar el partido mejor que el resto de competidores: la política de elecciones internas y primarias, cuando cuentas con un líder tan evidente y popular, provoca que éste y los que él patrocina salgan reforzados. Y por último, han sabido jugar con un discurso transversal, que podía recoger simpatías de los descontentos, de algunos votantes del PSOE, y de bastantes del PP, en particular esa derecha más joven y más liberal también en lo cultural que no se encuentra cómoda en la postura de los populares respecto a la religión, el aborto, las drogas, el cambio climático, etc. Con ello, han sabido generar sensación de renovación y, por tanto, de credibilidad, entre los votantes sistémicos.

La derecha actual, la que marca el camino, es la económica, ese conjunto de inversores, tenedores de deuda, acreedores de los tenedores de deuda, fondos tecnológicos, gurús de Wall Street y de Silicon Valley, instituciones internacionales, consultores y demás, que son la fuerza rectora de las economías mundiales. Los partidos deben gestionar la tensión entre las medidas que aquellos pretenden y unas poblaciones que vivirán peor si esas directrices se cumplen: la nueva derecha es transformadora, en ocasiones de forma radical, y la función de los políticos es la de ir encajando, poco a poco, esos cambios en cada territorio concreto. Ciudadanos es parte de eso, como lo son el PP o el PSOE, o ahora, incluso Tsipras.

Su diferencia está en la posición estratégica: los regímenes políticos de las sociedades europeas más afectadas por estas medidas y donde mayores resistencias pueden plantearse, el sur de Europa, están pagando un precio en forma de descontento que toma formas muy diversas. Hay actores extrasistémicos, que van desde el Frente Nacional hasta Syriza, pasando por Podemos o 5 Stelle, y ninguno de ellos resulta cómodo.

Cuando los viejos partidos han podido resistir el embate, los apoyos han solido cerrarse alrededor de una de las dos formaciones del viejo bipartidismo; cuando no, han apostado por un cambio de actores, de caras y de propuestas que pudieran renovar la ilusión sin tocar la estructura. En ese sentido, Rivera ocupa un lugar estratégico similar al de Matteo Renzi, un actor sistémico que aportó, en la época de su triunfo, mucha más credibilidad que sus competidores, que puede separarse de problemas como la corrupción y renovar la fe en el funcionamiento de las instituciones. Hasta ahora, en España el bipartidismo consistía en que la formación perdedora se sentaba a esperar que el Gobierno cayese: el GAL y la corrupción se llevaron por delante a González, la mentira del 11M a Aznar y Rajoy, la crisis a Zapatero. El otro partido miraba por la ventana hasta que le tocase su turno. Eso no es ya posible, y ha surgido un actor exterior a lo viejo para que asiente la gestión: son un mecanismo de estabilidad en un terreno convulso. Pero no nos engañemos, Rivera y Garicano no son la nueva derecha: son los directivos que el consejo de administración coloca al frente de la empresa.

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Regeneración marca de la casa

En el aspecto de la regeneración, Pep Campabadal, uno de los autores de ‘De Ciutadans a Ciudadanos’, destaca tres aspectos: en primer lugar, “el apuntalamiento de la corrupción allá donde se halle con cambios menores de cierto rendimiento mediático como lo de Chaves o Griñán”. En segundo lugar, Campabadal recuerda su escaso trabajo en esta materia en el Parlamento catalán. “A diferencia de UPyD, Ciudadanos se ha dedicado más al concepto unidad-de-la-patria que al 3%”, dice en referencia a los casos de corrupción económica del Pujolismo. Por último, este periodista resalta el hecho de que la única diputada que se ha significado en materia de transparencia, Carmen Pérez, “fue apartada de las listas de las autonómicas de septiembre”.

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Artículo de Esteban Hernández, autor de ‘Nosotros o el caos: así es la derecha que viene’, publicado en Diagonal.

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