La deuda o la vida

Es hora de recuperar el espíritu de las protestas antiausteridad de las últimas décadas para reivindicar que no somos mercancía en manos de políticos y banqueros. Si seguimos pagando seguiremos condenados a aplicar recortes y privatizaciones hasta haberlo perdido todo. La cuestión del pago de la deuda es una cuestión vital. Ya no hay margen de maniobra: la deuda o la vida. I. Una década al servicio de los acreedores Casi diez años después de la Reforma de la Constitución que modificó el artículo 135, el Estado español se encuentra en una situación especialmente delicada en relación a la deuda …

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Es hora de recuperar el espíritu de las protestas antiausteridad de las últimas décadas para reivindicar que no somos mercancía en manos de políticos y banqueros. Si seguimos pagando seguiremos condenados a aplicar recortes y privatizaciones hasta haberlo perdido todo. La cuestión del pago de la deuda es una cuestión vital. Ya no hay margen de maniobra: la deuda o la vida.

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I. Una década al servicio de los acreedores

Casi diez años después de la Reforma de la Constitución que modificó el artículo 135, el Estado español se encuentra en una situación especialmente delicada en relación a la deuda pública. Aquella reforma fue impuesta desde la Unión Europea ante la necesidad de satisfacer los intereses de los acreedores internacionales en cuanto a rentabilidad de la deuda pública española. La Reforma del 135 fue impulsada por el presidente Rodríguez Zapatero en 2011, pactada por los dos grandes partidos del régimen y asumida por mayoría absoluta ante las exigencias del capital financiero. Esta reforma incluía un elemento simple pero importante: ponía por escrito en la “Carta Magna” que el pago de la deuda pública a los acreedores tendría prioridad en los presupuestos públicos sobre el gasto social. De un plumazo desaparecía cualquier atisbo que el régimen español pudiera tener de social o garantista. Al tener la obligación legal de pagar prioritariamente los intereses de una deuda desbocada, en medio de una crisis económica, dejó de haber dinero para gastos sociales, lo que desataría toda una oleada de recortes y privatizaciones, con efectos devastadores para el pueblo y la economía real.

Esta no iba a ser la primera reforma impuesta desde los mercados, tampoco la última, ya en 2010 el gobierno “socialista” había impulsado una Reforma Laboral según las exigencias del capital euroalemán que cercenaba gravemente los derechos de los trabajadores. También había llevado a cabo importantes ajustes en pensiones, sueldos públicos... Sin duda, antesala de lo que vendría después con el gobierno de Mariano Rajoy. En ese momento la cuestión de la deuda se fue haciendo central en el debate público. No en vano, los recortes estaban destrozando la vida de millones de personas, la austeridad lastraba cualquier posibilidad de recuperación económica y en 2012 se produjo un rescate financiero al capital bancario que incrementó notablemente las cifras de la deuda pública española. En aquellos años de movilizaciones antiausteridad y prodemocracia se tenía claro que las medidas impuestas por la Troika (la Comisión Europea, el FMI y el BCE) no eran democráticas y que la deuda, inflada por los ataques especulativos, no era legítima. Partidos políticos como Podemos o Izquierda Unida llegaron a llevar el impago de la deuda o su auditoría en el programa hasta que, una vez en el gobierno, este tema ha salido completamente de su agenda, sin duda porque supone un enfrentamiento directo con los poderes económicos locales e internacionales que no están dispuestos a asumir.

En aquel contexto de movilización social contra los recortes en que la deuda se sentía como una losa a cualquier proyecto político alternativo, los jóvenes políticos de la “nueva izquierda” trataron de hacer carrera con esta “traición” que había cometido el Partido Socialista tan solo unos meses antes de perder las elecciones. En 2014 se hizo célebre la  frase del por entonces tertuliano Pablo Iglesias Turrión acerca del acuciante problema de la deuda: “Si yo estoy tomando un café en una terraza, y cuando viene el camarero incluye en mi factura los gin-tonics de la mesa de al lado, me negaré a pagar esas bebidas y pagaré solo mi café“. Él lo decía en relación al profundo debate social que desde el inicio del ciclo de protestas del 2011 atraía cada vez más miradas sobre la cuestión de la deuda. Y no le faltaba razón. Si un gobierno ha cometido la falta de endeudarse de manera ilegítima no hay razón por la que el pueblo y el siguiente gobierno tengan que pagar esa nefasta gestión. Una lástima que donde dijeron “digo” ahora digan otra cosa, porque la cuestión de la deuda, su pago o no pago es una cuestión de primer orden a la hora de construir cualquier alternativa real a los designios del gran capital.

II. La deuda como mecanismo de control político y económico

El endeudamiento es un mecanismo de financiación pública. La mayor parte del gasto de un Estado suele estar cubierta con los ingresos provenientes del sistema fiscal pero es común que se produzcan déficits o faltas de liquidez que los estados traten de solucionar pidiendo prestado dinero a los mercados. Los acreedores de esta deuda pueden ser tanto internos como externos, generalmente grandes empresas, bancos, fondos de inversión u otros Estados. Esta deuda produce un beneficio que nace del porcentaje de interés con el que el Estado ha podido emitir sus bonos de deuda soberana; dicho interés es calculado en función del “riesgo” percibido por los mercados” a la hora de cobrar sus inversiones.

Para calcular este riesgo existen índices como la “Prima de Riesgo” que compara el riesgo de la deuda de un Estado europeo en relación con la de Alemania, como valor de deuda “más seguro” dentro del ámbito comunitario. Cuando la percepción de “riesgo” de impago de un Estado aumenta, se dispara la Prima de Riesgo y a esa administración le costará mucho más caro financiarse. El “riesgo” forma parte de la percepción subjetiva que tienen los inversores a la hora de rentabilizar más o menos los bonos de deuda de un país. Si la percepción es de poca rentabilidad, menos inversores querrán comprar deuda y el Estado tendrá que aumentar más el porcentaje de rentabilidad de sus emisiones.

Al depender de la volatilidad de los mercados, la emisión de deuda está sujeta a la especulación, los tenedores que -como hemos dicho- no son personas normales y corrientes sino grandes multinacionales, bancos, fondos de inversión etc., utilizan la deuda para lucrarse; de modo que es frecuente que se produzcan ataques especulativos contra la deuda de un país para aumentar ostentosamente el interés. Hay que tener en cuenta que son los mismos bancos y fondos de inversión compradores de deuda los encargados de valorar la seguridad de las mismas. Es el caso de agencias como Goldman Sachs o Moody’s, dos macrocompañías estadounidenses que ejercen de juez, jurado y verdugos. Al mismo tiempo que se dedican casi exclusivamente a beneficiarse de estos mecanismos de deuda, son las “agencias de calificación” que “ponen nota” al riesgo de la deuda de los Estados y promueven ataques especulativos que terminan encareciendo el acceso de los Estados a la liquidez que necesitan. Cuando esta situación se prolonga en el tiempo los países se ven obligados a endeudarse más y más para poder hacer frente a la amortización y al interés del vencimiento de la deuda anterior, generando un efecto “bola de nieve” que hace incrementar progresivamente el nivel de endeudamiento de un Estado y aumentando exponencialmente la cantidad de recursos que destina este de sus presupuestos, a su pago.

A la luz de este procedimiento económico perverso, podemos definir a la deuda directamente como un mecanismo de dominación económica y política a nivel global en manos de los más poderosos. Algo que se demuestra cuando comprobamos que existe un estamento llamado Club de París en el que las mayores economías desarrolladas del mundo (occidentales y aliadas) negocian el destino de las deudas públicas de países no desarrollados que en muchos casos no pueden hacer frente al vencimiento de la deuda. Guiados por la defensa de los intereses de sus empresas, los integrantes de este club “condenan” o “condonan”, “castigan” o “perdonan”, a las economías dependientes.

Estos países del Club de París utilizan la deuda no solo para enriquecerse, sino además como herramienta de dominación, como arma, como forma de influir y controlar la economía de países enteros. Los acreedores por un lado fuerzan “reestructuraciones” de la deuda para que estos puedan pagarlas pero condicionadas por la intervención del FMI, el Banco Mundial u otros organismos que fuerzan a estos países a medidas durísimas de ajuste presupuestario. De tal modo que a nivel global e histórico la deuda se convierte en un mecanismo de extorsión que impide el desarrollo de los países más pobres. Las economías de estos países nunca logran salir adelante, teniendo que soportar la pesada losa de una deuda impagable.

El pago de esas deudas “reestructuradas” salen de bajadas de salarios a funcionarios, de recortes en servicios sociales como sanidad o educación y privatizaciones masivas. Los efectos estructurales de esta deuda odiosa son nocivos para la economía. La imposición de medidas de austeridad no solo lastran la inversión pública (clave en el desarrollo de un país), no sólo dejan en manos de multinacionales sectores estratégicos como las comunicaciones, la energía o la distribución, o fuerzan la venta del patrimonio histórico, sino que además reducen drásticamente el consumo a partir de la degradación de los salarios que fuerzan a través de reformas laborales como las que hemos sufrido aquí desde el 2010. Todo ello además tiene graves consecuencias en la política fiscal de cualquier Estado, que deja de percibir ingresos obligándolo a contraer nuevas deudas, y dificultando el pago de sus anteriores compromisos generando así un efecto de “bola de nieve” que condena a la economía nacional a un círculo vicioso. Cuanto más se esfuerza un Estado en pagar más a merced queda este de los mercados, de la dictadura del gran capital.

Este es uno de los principales mecanismos de dominación neocolonial que, desde los años 70 y la dolarización de la economía, han utilizado los países imperialistas para controlar y devastar el Tercer Mundo. Mecanismos que denunciaran figuras históricas de la talla de Fidel Castro o Tomás Sankara, exponiendo acertadamente que la deuda está diseñada precisamente para no poder ser pagada, precisamente por su efecto perverso para la economía cuyo único objetivo es mantener a los países deudores sometidos y con sus economías al servicio de sus intereses.

III. El no pago algunos antecedentes históricos

La deuda es un arma de conquista por parte de los grandes capitalistas, pero ¿qué ocurre en un país cuando no se puede o se decide no pagar la deuda? Las salidas a una situación como esta son dispares y dependen mucho del contexto y la relación de fuerzas, porque de eso, de poder y fuerza trata en última instancia la cuestión de la deuda. En los siglos XIX y XX los impagos han sido relativamente comunes pese a lo que nos intentan hacer ver los propagandistas del capital: desde la revolución francesa (el primer gran rechazo al pago de la deuda) México, Portugal, Costa Rica y hasta tres veces los propios Estados Unidos entre muchos otros casos. Merece la pena destacar el caso de la revolución rusa, en la que una recién nacida, subdesarrollada y acosada Unión Soviética impugnó sus compromisos de deuda contraídos ilegítimamente por el Zar para financiar su imperio decadente, lo que supondría el primer paso en un largo camino a la hora de recuperar su soberanía.

En el siglo XXI también se han producido impagos importantes y favorables para las clases populares en países como Argentina y Ecuador. En 2001 Argentina simplemente no pudo seguir haciéndose cargo de la deuda generada. El impago fue el culmen de la crisis económica que se venía sufriendo previamente y supuso el punto de inicio para la recuperación económica. Al no tener que hacer frente a una deuda impagable y pese a no poder acceder a los mercados de financiación internacionales, Argentina pudo reactivar su economía nacional. La deuda y la austeridad, nuevamente, se mostraron como un lastre para la recuperación económica. El caso de Ecuador en 2008 fue también satisfactorio para el país y sus trabajadores. El gobierno de Rafael Correa realizó una auditoría que declaró la deuda como ilegítima y esto llevó a que, incluso teniendo dinero, el Estado ecuatoriano decidiera no pagar. La consecuencia fue la caída del valor bursátil de los valores de deuda ecuatorianos, lo que permitió unos años después al país recomprarlos por el 35% de su valor previo. De este modo Ecuador se libró de hacer frente a una cantidad desorbitada e impagable de deuda que le había sido impuesta ilegítimamente.

IV. El impago la única solución

Pero ¿en qué situación se encuentra el Estado español? España forma parte del Club de París pero eso no ha impedido que, como otros países, haya recibido furibundos ataques especulativos a través de la deuda. Los datos son alarmantes: si bien antes de la crisis los gastos dedicados a pagar la deuda no suponían más que el 15% de los presupuestos generales, tras la crisis en un año como 2019 ese porcentaje ha aumentado hasta el 25%. Esto significa que uno de cada cuatro euros que ponemos con nuestros impuestos no van dedicados a pagar ni escuelas y hospitales, sino el vencimiento de una deuda con algún banco, compañía o estado extranjero. Antes de la crisis (2007) la deuda del Estado español suponía en torno al 35’8 del PIB. Después de la crisis (2019) el nivel se ha quedado en el 95%. En otras palabras, haría falta el total de la riqueza generada en España en todo un año para poder hacer frente a esa deuda. Y de hecho, el FMI ha declarado que las previsiones son de que tras la crisis derivadas del Covid19 esa cifra llegue hasta el 120%.

Lo que observamos es que ese mismo mecanismo de control y dominación que denunciaban Fidel Castro y Tomás Sankara poco a poco se ha ido utilizando para enriquecerse también a costa de países del “Primer Mundo” como el Estado español. Si atendemos a las causas históricas de esto podemos observar que han operado las mismas claves: ataques especulativos, deuda desbocada y odiosa, imposibilidad de financiarse, necesidad de rescate o “reestructuración” y medidas draconianas de ajuste en el gasto público, reformas laborales y privatizaciones salvajes. Casi todas las economías llamadas “PIGS” (como denominan los inversores a Portugal, Italia, Grecia y España) han sufrido y sufren este tipo de acoso.

En Grecia Syriza se presentó a las elecciones tratando de representar el descontento del pueblo griego bajo el compromiso de “auditar” la deuda, sin embargo traicionó sus compromisos. Cuando el pueblo votó mayoritariamente por cuestionar la dictadura de de la deuda en referéndum, Alexis Tsipras se plegó ante los acreedores. Tras asumir el pago de la deuda, no tuvo más remedio que aplicar los recortes más agresivos y dañinos para el país jamás ejecutados, continuando la senda inaugurada por el Partido Socialista (PASOK). La situación a este lado del sur de Europa es similar. Podemos, nuestra propia Syriza, tras la claudicación de Tsipras comenzó un vertiginoso camino hacia la centralidad, devaluando su programa original para no inquietar a los mercados. Poco a poco la cuestión de la deuda fue apartada para no volver a hablarse de ella jamás. Sin embargo hay que dejarlo claro, no hay política alternativa a los recortes, las privatizaciones y reformas laborales anti-populares que no pase por el “no pago” como primer gran paso para reconstruir nuestra economía.

La diferencia sustancial entre los procesos anteriormente descritos tales como la revolución rusa o la revolución ciudadana de ecuador (salvando las grandes distancias entre ellos), y nuestros fraudes europeos es el papel que ocupaba el pueblo en ellos. Mientras unos pudieron aguantar las presiones de la oligarquía financiera gracias al esfuerzo de los trabajadores y su organización para la democratización de la economía, otros restringían sus apoyos en base electoral sin contacto real con una transformación revolucionaria del país. Esta creemos que es una línea fundamental para delimitar en política, que no es cuestión de simple voluntad, sino de realmente tener una base popular firme para hacer frente a las ofensivas del capital internacional tras el necesario impago de la deuda.

Las experiencias de múltiples procesos revolucionarios (desde el bloqueo cubano al golpe de estado en Burkina Faso) son ejemplo de hasta dónde puede llegar la tiranía de los imperialistas cuando un pueblo se levanta. Por ello hay que ser consciente de que el no al pago de la deuda es una cuestión profundamente ligada a una transformación radical del sistema económico. No se pueden atacar cuestiones estructurales, como es -sin duda- el rechazo al pago de la deuda, sin preparar las herramientas para lograrlo: La unidad y la movilización de todo el pueblo en su defensa.

Por todo ello, pueblo trabajador no debemos confundirnos. La experiencia histórica muestra que estas deudas gigantescas son creadas por gobiernos peleles que siguen los dictados del capital internacional; exactamente como pasó aquí con los gobiernos de PSOE, PP y ahora otra vez PSOE con sus nuevos aliados de UP. El rescate fue un mecanismo para socializar las pérdidas de los bancos, engrosar una deuda impagable e hipotecar nuestro futuro a cambio de más beneficios para los grandes monopolios. Es hora de recuperar el espíritu de las protestas antiausteridad de las últimas décadas para reivindicar que no somos mercancía en manos de políticos y banqueros. Si seguimos pagando seguiremos condenados a aplicar recortes y privatizaciones hasta haberlo perdido todo. La cuestión del pago de la deuda es una cuestión de vital. Ya no hay margen de maniobra: la deuda o la vida.

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