Hace unos días me desperté con el teléfono repleto de mensajes de mis amigas y familiares preocupados por las palabras del presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, que, según habían visto en medios de comunicación españoles, apelaba a encomendarse al Corazón de Jesús para luchar contra el coronavirus. Las reacciones de mis personas queridas, a las que respeto enormemente, eran las que ofrecían en bandeja los informativos y redes sociales en España “miren estos mexicanos, ¿no van a aprender nada de todo nuestro sufrimiento? Tienen que seguir nuestro ejemplo”.
Como mucha de la información que está circulando estos días por los grupos de Whatsapp, Facebook y me imagino desde la distancia, en las colas de los supermercados y farmacias, las imágenes del conocido como AMLO carecían de contexto. Sí, el presidente de la República mexicana sacó de su bolsillo y mostró a los periodistas presentes una estampita, un billete de dólar, y buscó en su cartera sin éxito un trébol de cuatro hojas, regalos que le habían sido entregados por ciudadanas y ciudadanos mexicanos y a los que denominó como sus “guardaespaldas” contra el coronavirus.
El número uno de Morena, partido en el poder desde diciembre de 2018, dijo antes de enseñar todos estos amuletos estar tranquilo porque su “escudo protector es la honestidad y no permitir la corrupción”. Lo afirmó como colofón de una rueda de prensa de dos horas, conocida como La mañanera, que este señor, acompañado por el correspondiente representante de su gabinete, ofrece cada día del año.
El Gobierno de México está recibiendo duras críticas desde la oposición y el extranjero por no estar acatando medidas más duras contra el avance de la pandemia. Hoy ha sido finalmente decretada la Fase 2 contra la epidemia -con más de tres centenares de contagiados, cuatro fallecidos y no haber podido encontrar la fuente de contagio en cinco casos-. La supresión de reuniones y eventos públicos, el cierre de centros educativos, cantinas y comercios, refuerzo de hospitales y contratación de sanitarios o el adelanto del pago de las pensiones que beneficiará a ocho millones de adultos mayores son algunas las acciones ya en marcha.
La idea de la cuarentena -demandada por las clases que pueden permitírsela- planea como un terrible fantasma sobre el futuro de una economía débil, que ya está sufriendo las consecuencias de la caída del precio del petróleo y la devaluación del valor de su moneda. La realidad es que en un país donde más de la mitad de los trabajadores (57%) forman parte del sector informal -según datos del Instituto Nacional de Geografía y Estadística (Inegi)- la mayoría de su población no se va a poder permitir parar y no le va a quedar otra que encomendarse al dios, diosa o creencia de su preferencia para salir de esta.
Mientras, los no creyentes en santos ni divinidades pueden agarrarse a las declaraciones que la Organización Mundial de la Salud (OMS) hizo al inicio de la pandemia, donde felicitó las medidas que México tomó de carácter preventivo y recordó todo lo que había aprendido y aplicado hace 10 años. Debido a la crisis de la gripe A (H1N1) la población también fue confinada y los cubrebocas y geles a base de alcohol pasaron -hasta la fecha- a formar parte del uniforme y mobiliario de cantinas, restaurantes y espacios públicos.

El pasado fin de semana el Gobierno de AMLO tuvo la que probablemente será la mejor noticia de toda su legislatura. La OMS volvió a elogiar su trabajo en una entrevista concedida a El País donde reconoció que se están haciendo bien las cosas y alabó su prudencia (debido a los problemas económicos que atraviesa el país y el equilibrio necesario para evitar otro tipo de tragedia).
Eso sí, la OMS recordó que no todo saldrá bien. Se espera que en México los afectados graves representen un 7% de una población de 126 millones de habitantes (frente al 5% de la media mundial) debido principalmente al elevado número de personas diabéticas y a la obesidad.
México tiene un presidente que parece estar intentando mantener la calma de su pueblo -en ocasiones como un verso suelto en contradicción de alguna de las medidas de su propio Gobierno- y el desafío de aprender en tiempo récord. En esta ocasión “llegar el último” puede ser la oportunidad para minimizar la catástrofe.