
Me gustaría empezar este artículo presentándome como un hombre de procedencia humilde, de clase obrera, un militante de izquierdas y que, como protagonista accidental, también soy un padre en lucha como uno de los padres de los condenados a siete años de prisión por acudir a una manifestación. Escribo porque me parece importante transmitir lo que sucedió ayer dentro del acto organizado por UP en el Congreso de los Diputados en apoyo a los 6 de Zaragoza. Hemos llegado hasta allí tras una dura campaña de casi tres años en la que hemos intentado visibilizar el trato arbitrario que, los órganos que imparten justicia, han llevado a cabo con mi hijo y el resto de encausados. Hubo una primera sentencia a seis años de cárcel, luego un recurso en el TSJA que no mejoró nuestras expectativas, sino al contrario, le sumaron una año más de privación de libertad. El nudo en el estómago empieza a comernos desde dentro. Mi hijo, y los otros tres mayores de edad condenados, se enfrentan a una sentencia que es una barbaridad por hechos no probados, y sirviéndose el juez sólo del relato policial. Alguno llamó aquelarre a lo que pasó en ese acto. Supongo que en los términos de la Santa Inquisición. Con todo lo que llevamos encima, estos niños de fragancias caras, de mocasines castellanos y de fino cutis, no me van a decir a mí, ni a ninguno de mis callosos dorsos de la mano, donde puedo o no decir lo que pienso. ¡Faltaría más!
El acto contó con el apoyo de otras fuerzas parlamentarias, como dirían en el ABC, de “izquierdas e independentistas”. La campaña ha sido dura porque ya en las Cortés de Aragón se nos boicoteó el acto por los mismos señoritos, también porque algunos medios han insistido en hacernos daño y en no preguntarnos. No por humanidad, somos madres y padres sufriendo por el devenir de sus hijos, tampoco por periodismo, somos la fuente de la noticia. Una campaña marcada por la rabia, el dolor y la desesperación, como si el Titanic supiera del iceberg y siguiera su ruta, porque pareciera que luchábamos contra un gigante pétreo e inquebrantable al que no se le podía cuestionar. Y al principio, caímos en la trampa. Callamos. Fuimos “buenos”. Y el gigante, inmisericorde, nos aplastó. ¡Que no os pase! Si os pasa, hablad, gritad, denunciad al gigante. Un gigante que es un cuerpo con varias partes necesarias. La primera se mueve con el ruido de la detención arbitraria y en la realización de atestados policiales a posteriori, luego vienen los puños duros de la fiscalía y la losa en forma de sentencia por parte del juez. Los medios de comunicación serán los lapidadores en la plaza pública. Así fue la campaña. Ahora sólo nos queda esperar que de entre el muro del Supremo brote la hierbabuena, de lo contrario… el dolor lo volverá todo oscuro y volveremos a tomar antidepresivos y, eso sí, seguiremos en la lucha. Faltaría más.
En el acto, pudimos presentar el caso delante de un grupo de mujeres y hombres con sentido crítico y valores democráticos tan hondos, que son capaces de empatizar, sin beneficio alguno, y plantearse preguntas ante la indefensión de una familia trabajadora, sin antecedentes, que se ve envuelta en una pesadilla monstruosa por aquellos que juraron preservarles del mal. Y son la maldad pura. De lo que pasó en ese acto ya hay artículos por un lado y por el otro. Ha salido lo de la irrupción del himno de la Policía Nacional, una anécdota para el periódico de las tres primeras letras del abecedario que jaleó en portada el acto, que señaló así lugar y hora, y dejó el trabajo hecho para que esos del pelo engominado y los polos Ralph Lauren dispusieran su maléfico plan de interrumpir el acto, en un acto democrático, y de paso, ponernos una diana. No parecía un mensaje gratuito. La diputada de EH Bildu, Mertxe Aizpurua, optó por la mejor respuesta, ignorar la provocación. Pero yo sentí miedo. En ese acto estaba mi hijo. Es tan fácil apuntarnos a las gentes de izquierdas. Tan fácil zarandearnos dentro de un furgón policial sin que se tengan consecuencias. Es tan fácil que está normalizado. Antes, iría todo este párrafo entre interrogantes, ahora es una afirmación explícita. Ejerzo así mi derecho a tener miedo. El miedo no es cobardía. Igual esos lacayos confunden lo uno con lo otro. No. El miedo que sentí por mi hijo después de la irrupción y el desconcierto, me agiganta para cubrirlo, debería agigantarnos a todos. Y es que, escuchando los otros casos similares nos dimos cuenta que el miedo es nuestra legítima defensa, también lo que nos une, lo que nos debe organizar para que esto no ocurra o si ocurre, no sea tratado como anécdota. Se nos congeló la mirada por un segundo, pero supimos seguir adelante. Lo de menos es que fuera el himno de la Policía Nacional. No estamos contra la Policía Nacional. Había miembros de la Policía Nacional en el acto de apoyo. Si yo fuera Policía Nacional no estaría orgulloso de que el himno que me representa sirviera para interrumpir un acto en la sede de la soberanía popular, al menos, si fuera un Policía Nacional que cree en los valores democráticos.
El periódico que sólo recorre tres letras del abecedario para nombrarse quizá por desconocimiento de todo el recorrido alfabético, lo llamó anécdota. También llamó en 1940 “gran oportunidad” a la entrevista entre Hitler y Franco. Ahora, resulta que son los purgadores de la justicia universal, la quintaesencia de la democracia. Y es que, el medio que lleva por nombre tres letras como si olvidara las demás, pudiera ser porque sólo las usa como antojo para su verdad, entrecomilló cosas que yo dije. También dejó fuera de las comillas otras que sí dije, haciendo poco comprensible lo que quise decir. Entrecomillaron “mamífero”, supongo que animalizando mi comportamiento. Bueno, lo dije es cierto. En un contexto, el del instinto de protección hacia su camada, su hijo. Ellos, lo de padre e hijo, no quisieron poner. Supongo que hasta sus lectores tendrán sentimientos encontrados cuando se pretende llevar a la pira de la inquisición a un padre por defender a su hijo. Así que les faltó presentarme como “Francho Aijón, el mamífero que habló ayer…”. Por eso debía explicarme mejor, o en otro medio. Ellos no me preguntaron tampoco por las multas a los menores, de ser así, no hubiesen cometido la errata de escribir que son catorce mil euros, porque son más de dieciséis mil. Si hubieran querido informar como es debido y no es como es sabido, hubiesen entendido claramente que yo, mamífero del orden de los primates, no criminalizo a ninguna institución, y está grabado. Lo que hago es criticarla, eso sí. Faltaría más.
Es posible que esos pensamientos que vienen de esas portadas, otrora grandilocuentes sobre Hitler y el fascismo italiano, o sobre Videla y Pinochet, traicionen sus subconsciente, y piensen que eso de criticar a jueces y policías es ilegal. En cualquier caso, es legítimo, eso seguro, porque vivimos en una democracia.
Se habla mucho del respeto a las fuerzas de seguridad del Estado y a los jueces. En esa manida formulación entra siempre el PSOE para no soliviantar al fumador de puros, Felipe González cuya deliciosa fortuna depende de no enfadar a según que jefes, es lo que tiene ser el mayordomo y no el dueño de la casa. Sin embargo, por su dedicación, los unos y los otros, policías y jueces, tienen derechos en el uso de la fuerza bruta y en la privación de libertad, que ningún otro ciudadano tiene. Respeto se merecen, sin duda. No es una falta de respeto que se les critique. Y no soy yo en mis declaraciones, son ellos los que meten a toda la policía y a todos los jueces en el mismo saco. Yo diferencio muy a conciencia en el relato que han sido los policías que detuvieron a mi hijo y el juez que sentenció a mi hijo. Pero es que no es el único caso, así que no es un hecho aislado. No son pequeñas manchas negras como de plastilina, que diría Rajoy, son el Prestige. Pero volvamos al respeto. A la dirección, al vector del respeto. Ni tan siquiera diré que debe ser bidireccional, en mi opinión debe tener siempre la misma dirección, desde los poderes hacia el pueblo. Somos el pueblo soberano la fuente y el recurso, por lo tanto, el origen y la flecha de ese respeto. Así pensado, que existan leyes que no permitan a un ciudadano defenderse porque su palabra valga menos que la de un policía, es una falta de respeto. Y así lo ve la Comisión Europea de la Comisión Venecia cuando dice que esta práctica lleva implícita un “potencial represivo” y sí, hablan de España. Es una falta de respeto que esa palabra sea utilizada como única prueba para una condena de seis años (condena en primera instancia) y que además esa palabra, a pesar de estar llena de contradicciones, valga más, no sólo que las del acusado, también de la de los diferentes testigos que situaban a mi hijo fuera de la zona de los disturbios. Es una falta de respeto que el juez banalice sobre estas faltas de rigor y no aplique sobre ellas un principio básico, bueno dos, el de la presunción de inocencia y el principio de desconfianza, que es un principio legal básico que debe regir cualquier juicio para salvaguardar el proceso judicial y los derechos del, insisto, presunto inocente y no presunto culpable. La última falta de respeto llegó con la omisión intencionada por parte de la fiscalía ante una prueba objetiva. En este caso, una grabación de vídeo en el que se podía vislumbrar que mi hijo no estaba entre los que tiraban objetos a la policía, ergo era inocente. Como no se trataba de eso, de saber si era inocente, sino de lo contrario y, a pesar de que la defensa pidió al juez que visionara la prueba objetiva, éste no tuvo a bien hacerle mucho caso porque, según Carlos Lasala - experto en el peritaje de vídeos “a simple vista” gracias a que ve muchas series desde el sofá de su casa - ahí él no se veía nada. ¿Es o no es una falta de respeto que, el hombre al que el estado de derecho le otorga una parafernalia en forma de toga y mazo y unos principios de autoridad que pueden llevar a tu hijo siete años a la cárcel, no usé todos sus medios de peritaje para esclarecer la verdad y, objetivamente, en el deber de sus funciones, dictar sentencia?
El gigante pétreo meneo la cabeza y nos heló el corazón. Dictó una sentencia desoyendo sus funciones básicas, desamparando a mi hijo. Le vamos a denunciar por eso. Y al denunciarle, vamos a hacer uso de nuestro derecho. Faltaría más.
Y este relato es opinable, si se quiere, pero no se me puede criminalizar por ser crítico ante un acto judicial. Entiendo que el respeto se gana, pero también se pierde cuando se pervierten las instituciones en el ejercicio de sus funciones, máxime cuando es el ciudadano el que deposita en estos resortes su paz y su libertad. Me sorprende que algunos sindicatos policiales no entiendan que deban ser criticados. Confunden el respeto con el miedo, tal vez. En otra de las acepciones, cuando se le tiene respeto a algo, se le tiene miedo. Igual quieren que se les tenga ese respeto.
Algo debemos hacer para que otros inocentes, como mi hijo, no vayan a la cárcel. Tendremos que poner la cara, ir a donde haga falta, y tendrán que ser los políticos de “izquierdas e independentistas”, los periodistas que usan más de tres letras en los titulares de sus medios y la sociedad civil, representada también por policías, guardias civiles y juezas como Victoria Rosell, a la que estuvieron a punto de condenar sin pruebas y que pudo ser absuelta gracias a una grabación irrefutable, nos traigan el respeto debido a la ciudadanía. A cualquiera. Esta pesadilla que vive mi hijo, que vivimos sus padres, humildes trabajadores de ideología de izquierdas, nace porque, precisamente le puede pasar a cualquiera, y no se lo deseo a nadie. No deseo, de hecho, ningún mal. En mí no reside la maldad. Sólo pido reparación y justicia. Que paguen aquellos que han delinquido en todo este proceso por el sufrimiento extremo que nos están causando. El respeto se lo tiene que ganar la justicia, no el ciudadano. Faltaría más.