Escrache a la filosofía

“A los hombres no les gusta en absoluto ser engañados, tampoco tienen ingenuidad bastante como para creer que un profesor de filosofía es, en virtud de su función, un terranova o, incluso, una persona respetable”. Paul Nizan. Creo que hace ahora justo cuarenta años de la aparición de la primera traducción al castellano del libro de Paul Nizan, Los perros guardianes, uno de esos textos que cualquiera que se dedique a la tarea, sin duda extraña, de la filosofía, debiera tomar la precaución de leer con detenimiento suficiente. Publicado inicialmente en Francia en 1932, la editorial Península vuelve ahora a editarlo, esta …

Ilustración de la Revista Turba.
Ilustración de la Revista Turba.
Ilustración de la Revista Turba.

A los hombres no les gusta en absoluto ser engañados, tampoco tienen ingenuidad bastante como para creer que un profesor de filosofía es, en virtud de su función, un terranova o, incluso, una persona respetable”. Paul Nizan.

Creo que hace ahora justo cuarenta años de la aparición de la primera traducción al castellano del libro de Paul Nizan, Los perros guardianes, uno de esos textos que cualquiera que se dedique a la tarea, sin duda extraña, de la filosofía, debiera tomar la precaución de leer con detenimiento suficiente. Publicado inicialmente en Francia en 1932, la editorial Península vuelve ahora a editarlo, esta vez con una traducción a cargo de Manuel Serrat Crespo y un prólogo de Manuel Rodríguez Rivero. Este último señala oportunamente que se trata de un "libro de combate". Y, sin duda, Los perros guardianes resulta ser uno de los ataques más furibundos, pero también más lúcidos, a esas filosofías y esos filósofos dimisionarios que, a pesar de su tal vez buena voluntad y de sus nobles inclinaciones, se muestran incapaces de otro compromiso que no sea el compromiso con el poder. Muchas cosas han cambiado, seguro, desde que hace más de ochenta años Nizan —muerto poco tiempo después, el 23 de mayo de 1940, con apenas 35 años, bajo fuego alemán— redactase el texto. Y, sin embargo, la confusión esencial que denunciase parece reproducirse, es cierto que bajo condiciones transformadas. La confusión esencial: creer que la filosofía es de por sí una tarea dotada de una especial dignidad y que los filósofos, en la medida misma en que se dedican a ella, se encuentran algo así como elevados respecto del común de los mortales, libres de la podredumbre del mundo, de las insidias de los hombres, de la mancha que deja convivir con el hacha del déspota.

La filosofía no necesariamente es saludable, emancipadora o siquiera crítica; ni los filósofos están dispensados de la condición terrenal, como si en ellos se expresase un espíritu puro, el desarrollo inmaculado de la razón y el pensamiento. ¿Acaso puede creerse por un momento que el filósofo está en una situación privilegiada comparado con el conjunto de los hombres, que sus teorías o sus estudios le liberan de esa condición común a todos que es la de estar implicado en el mundo? Resulta conmovedor contemplar al profesor y escritor que cree que por hacer su trabajo de manera tal vez concienzuda ya está exento de todo compromiso, como si hacer filosofía fuese una misión, moralmente más excelsa que cualquier otra, y esta misión se realizase en el desarrollo de su especialidad. Bien puede al contrario describirse, tal que hace Nizan, cómo las luces de la inteligencia trabajan a menudo al servicio de la renuncia y la opresión: "La inteligencia puede servir sin revuelta, sin movimiento, sin operación propios, a las filosofías de la liberación y a las sabidurías del aplastamiento, a las filosofías reaccionarias y a las democráticas".

Los perros guardianes a quienes señalaba Nizan no son otros que esos filósofos que, diciendo trabajar por nobles objetivos, no hacen sino reforzar la dominación, trabajar para el poderoso, alentar la sumisión. Nada hay en la filosofía-en-sí, nos enseña aún el joven escritor comunista, que haga de ella distinguida disciplina de la libertad. Mucho menos de la revolución. En primer lugar, porque, como indicara, no existe nada semejante a la filosofía-en-sí. Existen sólo filosofías concretas y filósofos concretos, implicados estos últimos —también ellas, quiéranlo o no y por más que deliren un distanciamiento que las eximiría de toda mácula— en el mundo. Aún hoy, como cuando escribiera Nizan, la primera obligación de toda empresa critica no puede consistir sino en despejar los equívocos de la palabra "filosofía". O, lo que es lo mismo, en señalar a los nuevos viejos perros guardianes.

Pablo Lópiz Cantó (Revista Turba) | Publicado por Turba | Para AraInfo

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