El reto de las nuevas aragonesas en Aragón

A lo largo de las décadas 40-70, Aragón vivió un proceso de industrialización que llevó a vaciar un entorno rural que no había variado de población en exceso durante siglos, para pasar a formar una población urbana agrupada alrededor de su capital Zaragoza, con excepción de algún pequeño centro industrial localizado en Sabiñánigo, Binéfar o Monzón. A diferencia con otros países de nuestro entorno, y algunas de sus capitales, Gascuña (Pau-Oloron-Toulouse-Burdeos), País Vasco (Gran Bilbao-Donostialdea-Vitoria), Catalunya (Barcelona- Baix Llobregat), Valencia y Madrid. En nuestro caso, Zaragoza no recibió un exceso de migración de otras comunidades, con excepción de Soria. Lo …

A lo largo de las décadas 40-70, Aragón vivió un proceso de industrialización que llevó a vaciar un entorno rural que no había variado de población en exceso durante siglos, para pasar a formar una población urbana agrupada alrededor de su capital Zaragoza, con excepción de algún pequeño centro industrial localizado en Sabiñánigo, Binéfar o Monzón.

A diferencia con otros países de nuestro entorno, y algunas de sus capitales, Gascuña (Pau-Oloron-Toulouse-Burdeos), País Vasco (Gran Bilbao-Donostialdea-Vitoria), Catalunya (Barcelona- Baix Llobregat), Valencia y Madrid. En nuestro caso, Zaragoza no recibió un exceso de migración de otras comunidades, con excepción de Soria. Lo que no supuso ningún problema de integración, al ser una cultura similar, y en algún caso incluso reforzó la idiosincrasia de una cultura aragonesa de Ribera.

Ciudades como Barcelona, y en especial el Gran Bilbao, vivieron la venida de miles de migrantes, en su mayoría de culturas muy diferentes como Andalucía, Galicia o Castilla que vivieron la integración cultural como una experiencia, en algunos casos más traumática que otros. En el caso de Bilbao entre 1940 y 1960 pasó de 202.000 a 307.000 habitantes. Municipios como Barakaldo duplicó su población, así como Basauri, Portugalete y Santurtzi. Con el consiguiente desastre urbanístico para albergar a tantos “llegados”. Lo mismo en entornos como Altza, Hernani o Renteria en Gipuzkoa, Vitoria (casi triplicó su población) y el entorno de Pamplona pasó de una población agrícola del 45% en los años sesenta a una de apenas 6% en pocas décadas.

Sin embargo, dicha migración no cargó con el estigma de la desaparición de una Cultura propia (en el caso contrario tenemos ejemplos como el de la ciudad de Vigo), el resultado en estas comunidades fue el empoderamiento de esta (catalana y vasca), que con el paso de las décadas ha acabado calando en el corazón de las nuevas generaciones.

Toda esta población migrante, desarraigada con su nuevo territorio, tomarían como referente unas Élites que le facilitarán su nueva vida laboral y social. Élites económicas que en el caso de Aragón no hay duda de su condición españolista, y en el caso de Referentes Culturales también. Es en la tierra del Ebro, las jotas y la virgen del Pilar donde la influencia ya no sería sólo ejercida sobre los/as migrantes, sino sobre la propia clase obrera aragonesa oriunda que se retroalimentaría en la asimilación de un sentimiento cultural españolista. Para muchas, la única manera de conseguir un ascenso laboral y/o social, las consecuencias ya las conocemos.

El referente de poder/riqueza, y por tanto de oportunidades, se muestra vital para la supervivencia de una cultura. Nuestros vecinos catalanes y vascos así lo escenifican constantemente, también la cultura anglosajona frente a la latina, la flamenca frente a la francesa… Con políticos y burguesía empoderando los símbolos culturales propios, y en especial su lengua. Estos referentes ejercen de influencia a su vez en Navarra, Baleares, Iparralde, Rosselló y en menor medida Valencia. La importancia de los discursos en las lenguas propias, de su dialéctica en clave territorial, o de su éxito laboral se muestran clave. En Aragón estamos ya demasiado acostumbrados a no haber escuchado ni un discurso en aragonés de ningún dirigente, incluso habiendo tenido un catalano parlante como Marcelino Iglesias. Tampoco en referentes sociales, culturales, deportivos, mucho menos económicos.

La experiencia en Irlanda constata como el gaélico irlandés, y su cultura, no resucita de su condición de lengua minorizada, a pesar de los esfuerzos de la Administración por protegerla, con una Radio-Televisión, normalización Toponímica o Curriculum Educativo. La realidad es que sus Élites económicas y Culturales, incluso en presidentes como Bertie Ahern (referente en el diálogo para la resolución del conflicto de Irlanda del Norte), nunca utilizan el gaélico irlandés como lengua de empoderamiento cultural y económico. El poderoso inglés sigue siendo la lengua de oportunidades (Common Wealth), de la cultura (Hollywood) y del poder (USA).

Hace poco, 23 de abril, llegaba a las redes sociales un video maquinado desde el aparato Lambanista de españolización, en el que mostraba “qué era ser aragonés, subordinado siempre al sentimiento de españolidad”.

La lengua aragonesa (y catalana en la zona oriental) nuestros símbolos, cultura…, debería ser “aragonés”, y Aragón debería ser la tierra de todos los que las hablan, usan y perduran en ella. La ideología soberanista también debería ser irrenunciablemente aragonesa. No somos un pueblo que se suicide por un único proyecto, pero en la actualidad parece que sólo nos guiemos por uno. Somos una gente que vive aquí, con un nivel de dependencia que ha ido cambiando a lo largo de los siglos y ya se verá lo que hacemos en el futuro.

La base es que ante todo somos un país. No formamos un pueblo que vaga de una parte a otra, que no tienen un espacio propio. Nosotros nos fuimos transformando en pueblo porque vivimos durante siglos en un espacio de tierra que va desde el Pirineo hasta las Sierras de Teruel, desde el Moncayo hasta el Baix Cinca. El vivir en esta tierra fue y sigue siendo lo esencial.

Para que todo esto sea realidad, necesitamos un empoderamiento social, cultural y económico. Unos referentes por crear.

En una entrevista a Joan Peytaví Deixona, Investigador y Miembro del Institut d’Estudis Catalans en la Catalunya Norte, Perpinyá, hablando sobre el proceso de pérdida del catalán en esta región y la contribución de la emigración apuntaba: “No podemos hablar de que una ciudad como Perpinyá haya perdido población en estas últimas décadas, de hecho, la ha triplicado”. Pero “En Catalunya no hay intensidad en la reivindicación y que dure en el tiempo. La red asociativa es bastante débil y creo que tiene que ver también con la situación demográfica. Ha llegado mucha gente pero muchos jóvenes se han marchado, así que ¿quién se va a poner en primera fila para defender el catalán?”….

En esta misma entrevista era preguntado por la integración social y Joan respondía “no hay capacidad para ello. Con el exilio republicano llegaron entre 450.000 y 600.000 personas, aunque parte regresó a España”. En aquella época en el Departamento vivían 200.000 personas. Desde entonces han llegado muchas poblaciones; españoles, portugueses, magrebíes, de las colonias, turistas que vienen a quedarse del norte de Francia. Pero muchos jóvenes locales se han marchado. Todo esto tiene un efecto claro en la lengua y en la voluntad de defender una identidad, aunque últimamente haya esta tendencia a definirse como catalán. Actualmente la lengua no define la identidad como lo puede hacer el sur de la frontera” (...) “los jóvenes se van, emigran, y viene otro alto porcentaje de población ...”.

Población que, como en Aragón, no se siente identificada con la tierra, su cultura o su lengua, a no ser que su pareja sea de aquí, y ni este caso hay probabilidades de identificación.

Muchos de estos migrantes acabarán volviendo a migrar a otras zonas, generando una bolsa de población inestable y precarizada que en nada contribuye al arraigo socio-económico de la tierra.

El fenómeno de la migración joven, formada en las universidades y centros públicos aragoneses es una de las lacras de nuestra sociedad.

La falta de arraigo socio-económico de la población migrante es otro de los temas a estudiar, sobre todo en el caso de población proveniente de países con una cultura muy diferente. Personas que lógicamente no harán nada por adaptarse culturalmente a su nueva patria, pero que además su falta de integración hará imposible que una segunda generación de nacidos en el territorio lo haga. Provocando bolsas de exclusión y en no pocos casos la aparición de fenómenos de ultra derecha.

En una entrevista al ex-alcalde riberano de Tudela Eneko Larrarte, expresaba su preocupación por este fenómeno, en una localidad con una idiosincrasia parecida a la del resto de la ribera aragonesa, donde tras un análisis profundo habían llegado a la conclusión de que la integración había fallado en estos sectores, numerosos, de población migrante. “No se hace nada por conocerlos, por crear afinidades, por integrarlos en nuestras amistades o círculos sociales, y es allí donde lo desconocido crea un caldo de cultivo para la ultraderecha”.

En Aragón tenemos 47.720 km cuadrados como envase de gentes y de genes, de intereses, cultura, proyectos y creencias. Somos, además, y lo hemos sido siempre, una zona de paso. Lo mismo llegan gentes desde fuera, que se van los de dentro. No es una finca de nadie. Es un envase de quienes se asientan y arraigan.

Vino, pinares, tomate, chiretas, caxicos, oveja rasa aragonesa o ansotana, aragonés y catalán, bandurria o dulzaina, autovías o puentes romanos, sendas o pistas, plazas Mayores o campos de fútbol.

¿Hay algo más aragonés que otro? Hay cosas más antiguas y personas más viejas. Pero necesitamos unos referentes que nos identifiquen como pueblo.


Artículo publicado originalmente en Lagor.info.

Autor/Autora

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de nuestra política de cookies, pincha el enlace para más información.

ACEPTAR
Aviso de cookies