El papel del sector primario en las luchas de nuestro tiempo: ¿La historia nos absolverá?

La historia no se entiende sin la evolución de la actividad agrícola y ganadera. Hasta llegar a convertirse en un sector económico de las sociedades modernas, éstas formas de modificar el entorno y servirse de la técnica para producir alimentos nos han hecho evolucionar y han transformado profundamente el planeta. Las relaciones entre acción productiva y paisaje, clima, cultura, recursos y poblaciones son incuestionables y no pueden entenderse cada una de sus partes sin esa interdependencia. Del mismo modo que un cesto no se sostiene sin cada uno de sus mimbres tampoco el mundo se concibe sin dichas relaciones.

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Foto: Heather Gill (Unsplash).

Por tanto, la problemática y los retos agrarios no son independientes de los medioambientales, de los económicos o de los sociales. No se puede sostener una preocupación por lo agrario sin mirar al entorno, al clima, al paisaje, a la realidad social o al medio rural. La agricultura y la ganadería están por su naturaleza insertas en el mundo, y por más altos que sean los muros que construyamos para separar animales y fincas de todo lo demás, nunca podremos evadirnos de él.

¿Pueden llamarse agricultura y ganadería aquellas actividades que dan la espalda al entorno, al paisaje, al clima, a las poblaciones que las rodean y las configuran? Tanto la actividad agraria y ganadera tradicionales en estrecho contacto con la tierra como las nuevas formas de producción deslocalizada que importa insumos en forma de piensos y productos agroquímicos, dependen del mundo que las contiene y están estrechamente relacionadas con las poblaciones, la economía, la política, los mercados y la naturaleza de este y de otros continentes.

Las cuestiones sociales, ambientales y económicas no pueden pues obviarse sin hacer un fuerte ejercicio de cinismo. Vivimos y producimos insertos en una realidad que nos marca y sobre la que ejercemos una influencia. Pretender olvidarnos de ésto supone cortar el cordón que nos une al mundo y evadirnos de nuestra responsabilidad social. El medio rural, su ordenación, su demografía, sus servicios, su paisaje, su tejido económico... condicionan nuestra actividad, nos abastecen y nos permiten aportar. Es nuestro lugar de trabajo y de descanso, donde nacen, juegan y crecen nuestros hijos e hijas y donde reposan y mueren nuestros mayores. El sector primario ha evolucionado conectado estrechamente e interrelacionado a esa multiplicidad de factores.

Hoy, el capitalismo, la globalización, la tecnificación y el individualismo nos ofrecen un espejismo en el que el hombre y la mujer, pueden evadirse del clima y del paisaje, prescindir del vecino y del compañero, de los animales, de la labor política, de la cultura y de los recursos locales, pudiendo emanciparse de los elementos y de la sociedad misma. Anhelantes de una libertad no compartida nos creemos y perseguimos esa quimera del “Superhombre por encima de las circunstancias” en un mundo sin sombras ni ataduras.

En esa huida hacia el abismo de la individualidad y la autosuficiencia podemos ver cómo lo agrario se desvincula de lo demás y se sitúa al margen de otras cuestiones que ahora le resultan impropias. Es un empacho de ego y vanidad, un aire de grandeza en donde lo que no afecta directamente a mi campo, a mi granja, a mi bolsillo… me es ajeno. Lo que se sale de la menguante “cuestión agraria” no es nuestra guerra. El éxodo rural, el acaparamiento de tierras, las cuestiones medioambientales, la producción energética, el extractivismo, la intensificación, el reparto del agua, la perdida de servicios públicos, el relevo generacional... tantas y tantas cuestiones por las que las gentes del campo se han interesado ahora parecen ser “no agrarias” y se quedan fuera de nuestro radar.

La respuesta lógica a esa ficción de autosuficiencia es la fragmentación de las luchas y la pérdida de la acción colectiva, el desinterés por todo aquello que no nos toca. El sector primario se aísla y abandona progresivamente demandas históricas, dejando las puertas abiertas a un sistema que no plantea la cuestión productiva en términos de justicia, igualdad y soberanía. Ésa actitud inerte es el preludio del fin al respeto que la sociedad nos regala y supone el aniquilamiento de nuestra autoestima y de nuestra identidad. La equidistancia nos convierte en cómplices de un sistema que da la espalda a las necesidades humanas en aras del beneficio económico. Agazapados y hambrientos están los fondos de inversión y las grandes empresas, esperando como buitres el momento en el que nuestro proceso de autodestrucción les permita ejercer su labor de carroñeros.

No podemos renunciar a nuestra responsabilidad, somos una parte fundamental de la sociedad que debe reivindicar y reivindicarse a través del discurso y de la acción. Las agricultoras y los ganaderos debemos participar en las luchas por aquello que es justo, aunque parezca ajeno. Porque aunque hoy no me toque a mí llegará el día en que, como dijo Blas de Otero, “Me llamarán, nos llamarán a todos. Tú, y tú y yo, nos turnaremos, en tornos de cristal, ante la muerte” y si no somos capaces de establecer relaciones y sinergias con una sociedad que pide cambios y soluciones, si pretendemos pasar de puntillas por los grandes retos de nuestro tiempo, si dejamos de formar parte de quienes se oponen a los atropellos porque son cuestiones “no agrarias” seremos engullidos como todos los demás por un sistema anti-humano e insaciable. Si no tomamos partido hasta mancharnos, la historia nos juzgará y no nos absolverá.

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