El macarthismo no estaba tan mal

En 'El puente de los espías', Steven Spielberg insinúa un tímido comentario a la actualidad resuelto de manera complaciente

Tom Hanks, en un fotograma del 'Puente de los espías'.

El macarthismo vuelve a convertirse en decorado de una crítica al presente. 'Buenas noches y buena suerte' fue entendida como una respuesta a la gestión política de los atentados del 11-S. Ahora, 'El puente de los espías' también puede leerse como una advertencia sobre la necesidad de enfrentarse a cualquier enemigo, sea la URSS o el yihadismo violento, respetando las garantías constitucionales. Steven Spielberg propone una especie de 'Minority report' en forma de drama judicial de época. Parte del proceso a Vilyam Fisher, un agente soviético capturado en suelo estadounidense durante el año 1957. El protagonista de la narración será su prestigioso abogado defensor, a quien se le asigna el caso para escenificar un respeto ejemplar de los derechos del acusado. Pero no será fácil que el letrado ejerza su labor, ni siquiera que viva con normalidad, en un contexto de anticomunismo furibundo.

Spielberg amaga con construir una película de espías totalmente visual que puede llegar a recordar a 'El espía', un pequeño experimento sin diálogos estrenado en plena caza de brujas. Rápidamente, el relato se reconfigura como drama judicial muy apoyado en la palabra. Y ambas tendencias confluyen cuando el abogado deviene negociador clandestino a uno y otro lado del muro de Berlín. Como en 'Lincoln', el cineasta aprovecha su estatus en la industria audiovisual para alejarse de la lógica espectacularizadora del 'blockbuster'. Se opta por un ritmo pausado que da espacio a los intérpretes y sus réplicas. Tras un inicio más aventurero, el soso academicismo de las formas empleadas resulta casi entrañable. No es, en todo caso, verdaderamente sobrio: comparecen un cierto patriotismo sentimentaloide, varias distensiones humorísticas y un montaje asociativo algo estridente.

El resultado se asemeja a 'La herencia del viento', un filme contemporáneo a la caza de brujas... que también partía de abusos cometidos en el pasado. O recuerda a los batiburrillos ideológicos de Frank Capra ('Caballero sin espada'), un populista confuso con tendencias ultraderechistas que, a la vez, firmó obras memorables durante el New Deal. Al retratar un clima indeseable de paranoia y odio, el autor de 'Munich' invierte de alguna manera las reglas del Hollywood censurado, que evitaba la crítica global y señalaba malas prácticas puntuales y particulares. Pero esta inversión resulta autocomplaciente por otros caminos: la inquebrantabilidad del héroe cuerdo se impone a la crítica a una sociedad enloquecida. La denuncia se convierte en un cuento ejemplar donde, gracias al empeño personal, el sistema acaba funcionando incluso durante un macarthismo que no compromete la superioridad moral de los EEUU con respecto a la URSS: Spielberg se encarga de resaltarla mediante dos montajes paralelos de interrogatorios y fallos judiciales.

El final feliz termina de invisibilizar la denuncia de un presente de vigilancias electrónicas masivas y reescrituras de la ley en aras de la seguridad. Si la crítica al cuestionadísimo “red scare” es tímida y parcial, es improbable que un filme de este tipo pueda estimular reflexiones serias sobre la actual política antiterrorista. 'El puente de los espías' se convierte así en una matizada nota al pie, solo distinguible para iniciados, en el autorretrato de unos Estados Unidos idealizados. Su reivindicación de la legalidad garantista adquiere tintes reaccionarios y casi sacralizadores, porque no parece remitir a un modelo dinámico que perfeccionar, sino a una pureza fundacional que debe recuperarse. La película también incluye una mirada enternecida al androcentrismo sociológico. Y es que la propuesta, estética y discursivamente 'retro', no resulta mucho más avanzada que el periodo que pretende criticar.

[alaya_toggle status="open" title=""]Artículo de Ignasi Franch publicado en Diagonal.[/alaya_toggle]

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