El coronavirus pone brutalmente al desnudo las falacias del economismo neoclásico y la globalización

El coronavirus es fruto de una excesiva presión humana sobre la biosfera, pero la gravedad de la pandemia es fruto de nuestra avaricia e ignorancia

El coronavirus no ha sido causado por el cambio climático. Aunque su correlación es obvia, “correlación no significa causalidad”. No obstante, una razón para la correlación entre dos tendencias puede deberse a un factor causal común. Tanto para el caso del Covid-19 como para el cambio climático, ese factor es la carga arrojada sobre la biosfera por la humanidad industrializada.

En ese sentido, el ejemplo del Coronavirus es aun más claro y contundente que el del cambio climático. El artículo académico “La distribución de la biomasa en la Tierra” midió la masa relativa de las formas de vida (virus incluidos) en el planeta según su masa de carbono, estimando que las 0,06 gigatoneladas (Gt) de los humanos multiplican por diez la masa de todos los mamíferos salvajes (0,007 Gt), mientras el ganado multiplica por veinte la masa de los humanos (0,1 Gt, ver cuadro 1). Si una civilización alienígena hubiera realizado una auditoría como esta en la tierra hace 100.000 años, los humanos habríamos ocupado una minúscula fracción de las 0.1 Gt de mamíferos en este planeta. En la actualidad, los humanos y los animales que usamos para alimentarnos ocupamos el 96% de la biomasa mamífera de la Tierra.

Cuadro 1: Biomasa de las formas de vida terrestre en gigatoneladas de carbono.

Varios factores que han convertido a los humanos en el mayor depredador del planeta son también claves en la precipitación de esta crisis – y de las muchas que vendrán.

Esa condición depredadora ha hecho de nosotros (y de nuestro ganado) el mejor entorno mamífero posible para los patógenos. Cualquier virus que infecte a un depredador mamífero salvaje – un león, por ejemplo - tendrá una existencia limitada porque su número de huéspedes está en declive, pero el número de huéspedes humanos ha crecido exponencialmente con la industrialización, de menos de 1.000 millones a más de 7.5000 millones.

A diferencia del resto de depredadores, nosotros nos comportamos como seres “sociables” en términos inter- e intra-grupales. Esta “sociabilidad” incluye nuestras guerras, pues los ganadores ocupan el territorio de los perdedores y viven entre ellos. Los leones son sociables dentro de su manada, pero no con otras manadas, salvo cuando un macho mata al jefe y a los cachorros de otra manada para hacerse con las hembras. Un patógeno que infecta a una manada de leones tiene poco margen para infectar a otra. Un patógeno que infecta a un grupo de humanos es, en cambio, muy capaz de infectar a otro.

El ganado también es “sociable”, pues una enfermedad que surge en un rebaño puede extenderse con este. De ahí, por ejemplo, la muerte de cerca del 50% de los cerdos en China por la fiebre porcina del año pasado. El ganado también representa de lejos el mayor huésped potencial para los patógenos mamíferos, razón por la cual muchas de nuestras enfermedades más graves se originan en granjas de pollos, cerdos, u otros animales. Pero el ganado no se desplaza por sí mismo si no es por decisión humana y resulta relativamente fácil eliminar un patógeno matando al rebaño portador, como ocurrió tras la fiebre porcina en las granjas de China.

Nosotros, en cambio, somos la especie más móvil y sociable que jamás ha existido, y no nos sienta muy bien eso de que nos maten, al menos en comparación con lo alegremente que matamos al resto de especies. ¿Qué mejor entorno que el humano para que los patógenos puedan desarrollarse? Un patógeno que infecta a los humanos crecerá tanto como crezcamos nosotros, se extenderá gracias a nuestra sociabilidad y se propagará como el fuego gracias a nuestra movilidad industrializada.

Laurie Garrett lo avisó en su brillante libro La Próxima Plaga (1994): solo era cuestión de tiempo que un sucesor de la “gripe española” evolucionara para propagarse entre los seres humanos. Garret señaló que los patógenos mutan en dos dimensiones básicas: la transmisibilidad y la virulencia. Un aumento en una de esas dimensiones suele acompañarse de una reducción en la otra, pero es inevitable que algún patógeno acabe agravando ambas características a la vez.

La combinación más peligrosa de todas es la que suma una transmisibilidad alta y una virulencia moderada. La primera permite que el patógeno se transmita con rapidez y la segunda es más efectiva porque los patógenos con mayor letalidad matan a su huésped antes de que este pueda contagiar a otros. Además, el Coronavirus ha llegado al momento dulce de su carrera con una ventaja adicional: que puede ser transmitido por personas asintomáticas y no basta con aislar a la gente enferma. Y para colmo, también es intrínsecamente infeccioso: carecemos de una defensa como la que empleamos para la gripe, virus que, según esperaba Garret, iba a ser la fuente de la siguiente pandemia.

En conclusión, el peligro que Garret anticipaba hace un cuarto de siglo ya está aquí. Si hubiésemos diseñado nuestros sistemas sanitario y productivo para poder enfrentar este inevitable suceso, habríamos:

  • Aumentado la capacidad de nuestros sistemas de salud y preparado sobradamente a médicos-as y enfermeros-as para esta demanda potencial.
  • Producido reservas de equipamiento de emergencia como máscaras y respiradores, Garret también anticipó que la próxima plaga sería una enfermedad respiratoria.
  • Robustecido nuestra economías para enfrentar una crisis sanitaria con cadenas de suministro cortas y centradas en la producción local.
  • Establecido sistemas de monitoreo gratuitos para asegurar que podemos identificar fácilmente a los portadores durante la pandemia. y
  • Preparado nuestros sistemas monetarios para financiar el gasto del grueso de la población en una situación como esta.

Pero, por supuesto, hemos hecho todo lo contrario:

  • Hemos reducido la capacidad de nuestros sistemas de salud, que son incapaces siquiera de gestionar un problema sanitario “estándar”, en la creencia de que reducir el gasto en infraestructuras sociales era “ahorrar para las vacas flacas”.
  • Hemos diseñado un sistema económico que traslada la producción a zonas con salarios de miseria y desde ahí exporta al resto del mundo por medio de largas cadenas de suministro que llegan a involucrar a hasta 43 países para producir un iPhone, y
  • Hemos permitido que el sector privado acumule el mayor volumen de deuda corporativa y familiar de la historia, lo que ha convertido al sector financiero en un monstruo increíblemente poderoso y enormemente frágil.

¿Por qué? Pues básicamente porque los políticos y burócratas de todo el mundo bailan al son de los economistas. Cuando escuchan a los profesionales de la salud, lo hacen en el contexto de un presupuesto cerrado por economistas y una orientación social determinada por economistas. La voz de los expertos sanitarios solo ayudará a decidir cómo se gasta ese presupuesto, pero no a determinar su volumen o la forma de administrarlo para mejorar o debilitar nuestra capacidad para gestionar una pandemia.

Esto ocurre porque ninguno de esos políticos que pasó por la Universidad lo hizo para estudiar epidemiología, ingeniería o matemáticas. En caso de haber estudiado una disciplina analítica, esta ha sido Economía en la inmensa mayoría de casos. El caso de Reino Unido es clamoroso, dominado por políticos que han pasado por el grado Philosophy, Politics and Economics de Oxford, como explica este reportaje de The Guardian:

Esta formación en economía incapacita a políticos y burócratas para comprender una crisis como esta, pero su dependencia del consejo de los economistas se mantiene intacta. Por eso aplican políticas que nos hacen más y más incapaces de enfrentar una pandemia, apoyan el desarrollo de sistemas de producción y distribución que amplifican drásticamente su impacto y se burlan de los avisos de personas como Laurie Garret tachándoles de “alarmistas” o “malthusianas”. De ahí la enorme responsabilidad del economismo neoclásico en la gravedad de la crisis sanitaria y económica del Coronavirus.

Los economistas neoclásicos no dudarán en ridiculizar este argumento. Algo que he aprendido tras cincuenta años de pelear contra estos ilusos y bienpensantes bastardos es la buena imagen que consiguen cuando todo funciona de forma aceptable y lo rápido que actúan para eludir la crítica fingiendo impotencia cuando llega una crisis. Pronto volverán a vocear su escusa favorita para explicar por qué no podrían haber previsto el Crack financiero de 2007: que la causa fue (es) un “shock exógeno”. Recordad lo que decía Ben Bernanke [presidente de la Reserva Federal de EEUU entre 2006 y 2014, NdT] antes y después de la crisis financiera global:

  • Antes, Bernanke ganó prestigio (en nombre de la profesión de economista y de la propia Reserva Federal) con eso que llamó “Gran Moderación”: “Las recesiones son cada vez menos frecuentes y más suaves, y la volatilidad de la producción y el empleo también se ha reducido significativamente. Las fuentes de la Gran Moderación siguen siendo polémicas, pero como he afirmado otras veces, las evidencias confirman que el control de la inflación ha contribuido en gran medida a este cambio positivo en la economía” (Qué hemos aprendido desde octubre de 1979?, Bernanke 2004);
  • Después, Bernanke acabó absolviendo a la “ciencia económica” de cualquier culpa por la crisis: “¿Acaso estos errores en los modelos macroeconómicos demuestran su irrelevancia o su fracaso? Creo que la respuesta es no. Los modelos económicos solo son útiles en el contexto en que han sido diseñados. La mayor parte del tiempo, incluidas las recesiones, los graves desequilibrios financieros no son un problema. Los modelos fueron diseñados para esos períodos de no-crisis y han demostrado su utilidad en tales contextos. Fueron parte importante de un marco intelectual que ayudó a controlar la inflación y la estabilidad macroeconómica en muchos países industrializados durante las dos décadas que comenzaron a mitad de la década de 1980” (Implicaciones de la crisis financiera para la Economía, Bernanke 2010).

Esto no ocurre porque los economistas neoclásicos sean mentirosos natos o comadrejas, sino porque creen sinceramente que su paradigma describe el capitalismo de forma adecuada. Son incapaces de entender que eso es mentira. Por eso, cuando el paradigma fracasa como hizo en 2007, buscan excusas para responder que no se trata realmente de un fracaso, que la crisis era imprevisible y que criticarles por no haberla previsto es como criticar a un matemático por no adivinar el gordo de la lotería.

Como dije en su día respondiendo a ese argumento, se trata de pura mierda neoclásica, algo parecido a si un astrónomo ptolemaico acusara a Halley por no poder predecir la fecha de regreso del cometa que lleva su nombre, dado que en el paradigma ptolemaico los cometas eran fenómenos atmosféricos impredecibles. Igual que los astrónomos ptolemaicos, es el paradigma de la economía neoclásica el que está en bancarrota y no los críticos que lo discuten.

Por eso, antes de que vuelvan a disfrazar su mentira con falacias ideológicas, debemos salir al paso y exponer los hechos que demuestran la verdad:

  • Después de -y muy probablemente durante- esta crisis, nos dirán que exageramos la influencia del economismo en la política y que los políticos tomaron la decisión de recortar el presupuesto en sanidad por sí mismos.
    • Si eso fuese así, ¿por qué Paul Samuelson, autor del libro de texto más influyente después de la Segunda Guerra Mundial, afirma que no le importa quién escribe las leyes de cada país o firma los tratados más avanzados, con tal de que sea él quien escriba sus libros de texto de economía? Samuelson sabía que las ideas económicas de una época determinan las acciones de legisladores y administraciones. Sus herederos de hoy lo saben. El artículo de 1995 enlazado en este párrafo describe el auge del célebre libro de Gregory Mankiw, el más prometedor de los “proselitistas” que “están aprovechando la oportunidad para moldear las mentalidades de la próxima generación de líderes políticos, ejecutivos, asesores de imagen y otros miembros de la élite americana”.
    • Esta manipulación tiene lugar en el primer año del grado de economía que cursa la gran mayoría de burócratas y líderes políticos modernos, en cursos de universidades norteamericanas como Econ 101 y programas como el PPE (Philosophy, Politics and Economics) en Reino Unido. La herramienta analítica que aprenden es la economía mainstream – muy pocos aprenden matemáticas, ingeniería, por no hablar de la microbiología – y a ella acuden primero cuando surge un problema político.
    • En consecuencia, la perspectiva del resto de disciplinas es irrelevante para ellos frente al impacto de la economía.
  • Los economistas dirán que es imposible integrar en sus análisis todos los aspectos de la sociedad y por eso deben hacer “asunciones simplificadas” que, por ejemplo, omiten el sistema de salud, las dinámicas de la población u otros elementos.
    • Esto lleva sesenta años siendo mentira, al menos desde que el brillante ingeniero Jay Forrester inventó la dinámica de sistemas, método que permite analizar múltiples sistemas interrelacionados que operan fuera de equilibrio y se influyen entre sí. Este método sigue existiendo hoy, pero su desarrollo ha recibido un apoyo ínfimo. ¿Por qué? Pues porque los economistas, con William Nordhaus – Nobel de Economía en 2008 - como mayor exponente, despreciaron antes de intentar comprenderlo. El método economista de equilibrio sigue comiéndose la tarta de la financiación y la dinámica de sistemas sigue arrastrándose por las migajas.

Los economistas no pueden eludir su responsabilidad en la globalización, tanto por su promoción del libre comercio en perjuicio de la autosuficiencia como por su apoyo a la deslocalización de la producción desde el “primer mundo” al “tercer mundo”. En consecuencia, una enfermedad como la del Covid-19 ha sacudido a todo el mundo desde su primer golpe a un solo país – y menos mal que ese primer país fue China, donde se encuentra relocalizada gran parte de la producción mundial.

En el próximo capítulo tenemos que abolir esa carta blanca que se dio a los economistas para rediseñar la economía a imagen y semejanza de sus manuales. Es la hora de dejar que las ciencias de verdad participen en la reducción del impacto humano sobre este planeta.


Notas a pie de página

Hay un paradigma alternativo (defendido por gente como el difunto Wynne Godley, Michael Hudson, Ann Pettifor, Dirk Bezemer, yo mismo o muchos otros) para el que la deuda privada y su tasa anual de cambio (a la que llamo crédito) desempeñan un papel macroeconómico clave que hace las crisis inevitables. Eso es lo que sigue ocurriendo, pues la deuda y el crédito privado no tienen sitio en el paradigma neoclásico y cualquier dato al respecto sigue siendo ignorado – no porque no haya datos disponibles o relevantes sino porque no encajan en su forma de ver el mundo. Por eso ignoran los datos que demuestran que las tres mayores crisis en Estados Unidos han sido producidas por colapsos del crédito:

De la misma forma que ignoran la contundente correlación entre crédito y paro:

Ambas tendencias de la macroeconomía mainstream – tanto la de los “nuevos clásicos”, que son defensores extremistas del libre mercado y no se parecen en nada a la escuela clásica, como los “neokeynesianos”, que son defensores moderados del libre mercado y tampoco se parecen en nada a las ideas originales de Keynes – usan las herramientas analíticas inventadas por Samuelson para generar lo que este llamó “la síntesis neoclásica-keynesiana”. Lo que los críticos desinformados describen como “economía keynesiana” debería llamarse en realidad “economía samuelsoniana”.

Mi colega el historiador Chris Shields, que escribió una brillante crítica a la privatización del agua en Australia titulada Water’s Fall, trabajó para el gabinete del primer ministro australiano durante la presidencia de Paul Keating. Chris Shields explica que el personal del gabinete entraba en pánico ante cada nuevo problema y solo se calmaba cuando alguien proponía un enfoque que pudiera leerse en un libro de primero de economía. Como casi todos los consejeros compartían ese mismo enfoque, esa era la propuesta que acababan aprobando.


Artículo originalmente en inglés en Brave New Europe por Steve Keen  | Traducción para AraInfo: Daniel Jiménez Franco

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