
“Tuvimos que ocultar nuestro rostro para que finalmente nos pudierais ver”. Subcomandante Marcos
Guerrilla style en las playas de Oriente para conservar la Raza o por simple provocación, maniobras de entrenamiento en los templos de Borja, las Pussy Riot como un delirante comando zapatista en el corazón de la vieja Rusia, nosotras, disolviéndonos en el vacío de la inacción cotidiana. El pasamontañas ya no es para el invierno, dicen los periódicos burgueses. Ni siquiera oculta el rostro. Al contrario. Visibiliza, por reducción, sus elementos básicos, ahora asignificantes, asubjetivos: superficie lisa-agujeros negros. Como en un Spaghetti Western, como en los planos supercortos de Sergio Leone.
Decían Deleuze y Guattari que, “si el rostro es una política, deshacer el rostro también es otra política que provoca los devenires reales, todo un devenir clandestino”. Según ellos, el rostro es Cristo, el Hombre-blanco-heterosexual-cualquiera. A partir de ahí, proliferarían las desviaciones: rasgos de rostridad de negro, de mujer, de marica, de oriental, de proleta… Su apuesta, la de Deleuze y Guattari, consistía en liberar los rasgos de rostrididad: las desviaciones raciales, de género, de clase, hasta disolver el rostro. “Deshacer el rostro, insistían, es lo mismo que traspasar la pared del significante, salir del agujero negro de la subjetividad”. El pasamontañas funciona de otra manera. Algo más bruta. Trabaja a través de la nihilización de los rasgos significantes, de todos los efectos de rostridad. Erige una Cabeza Primitiva.
El capitalismo postindustrial había venido a cristianizar todas las variantes e incluso a producir otras nuevas, renovados Cristos, quizá con el semblante de Obama. Una cara nueva, otro rasgo adecuado para cada nuevo producto del supermercado. El capitalismo postindustrial ha funcionado como una máquina de rostrificación normalizada. El pasamontañas no detiene la producción, ni la suspende, ni la sustituye. Dibuja un grado cero del rostro. Ya sólo con los elementos básicos. Agujeros sobre color. Color rodeando los agujeros. Sin Cristo ni Modelo. Rostro sin raza, sin sexo. No rostro de hombre, ni siquiera rostro humano. Tampoco animal. Simplemente rostro inhumano. Cercano a las fantasías extraterrestres del cine de los años 50. Ahora te enfundas una media y pareces una Pussy Riot, o un minero en lucha, o un maldito Ertzaina, o el penúltimo anarquista asaltando un banco. Semejante por suspensión de los rasgos, por indistinción. Somos los nuevos invasores-colmena, ladrones de cuerpos contra el neomacarthismo. Nuestro rostro ya casi no es un rostro, es sólo un culo con muchos agujeros. ¿Bastará para liberarnos del capitalismo mundial integrado?
¡Un esfuerzo más, camaradas, si queremos disolver el rostro!
Pablo Lópiz Cantó en Revista Turba [Al subcomandante Marcos, in memoriam.Texto escrito el 25 de agosto de 2012. En el verano de las Pussy Riot]