Prólogo.
Tal día como hoy de hace tres años, detenían a mi hijo y a otros cinco jóvenes más.
Las familias ya hemos expuesto el caso desde diversas perspectivas. Hemos recibido multitud de apoyos, incluido en el medio en el que escribo. Eso nos permite seguir adelante, de lo contrario, sin vuestro apoyo, caeríamos en un vacío muy difícil de explicar. Que nos apoyen no evitará que nuestros hijos acaben en la cárcel, pero nos permite soñar en un mundo en el que los hijos de otras no vayan a la cárcel por defender sus ideas. Un mundo en el que no valga todo para criminalizar la protesta. Cuando nos apoyan las personas de a pie, cuando ves que empatizan con tu lucha y sufren a cada palo que nos dan en este proceso, cuando nos contagiamos los ojos llorosos en Bruselas, en los recitales, en el congreso, ellas y ellos saben quiénes son, para qué nombrarlos. Y la disposición a que nuestras palabras se puedan leer, también es importante. Lo único que cala en otros diarios – que no se ponen en contacto ni con los condenados ni con las familias - y en algunas “grandes” familias de España – que directamente no nos quieren en España por rojos -, es que fueron allí a manifestarse y no necesitan nada más para privarles siete años de libertad. Por desgracia, este argumento es el que pesa o leemos entre líneas en las decisiones judiciales.
Intentaré relatar el día a día de un padre que vive pendiente de que no se lleven preso a su hijo. Lo haré en primera persona. Para que entiendan que detrás de cada injusticia hay una familia que lo vive así, en primera persona… del plural porque nos afecta a todas. Intentaré explicar como se vive esperando que el Estado, el que debe garantizar la libertad y la justicia para mi hijo, entre a patadas en mi estómago y rapte, por el tiempo que les plazca, a mi único hijo. Ya os lo adelanto, se vive mal, con ansiolíticos y visitas al psicólogo.
Día 1
El 17 de enero de 2019, recibí una llamada de la madre de Javitxu. Yo vivo en Madrid y había visto en la prensa local que, tras la manifestación contra el fascismo organizada con motivo de la visita de VOX a Zaragoza, se habían realizado altercados y posteriores detenciones. Ya pensé entonces, “qué oportuno punto de vista de la noticia”. He estado en lucha toda mi vida, siempre he creído que es la única manera de frenar los despropósitos de un sistema que hace sufrir al más pobre. Así lo viví de niño, en un país lleno de paro, donde los caciques seguían haciéndose más ricos, y como eso no les bastaba, terminaban despreciando a los más pobres y perpetuando el estigma de “el que no trabaja es porque no quiere”. Eso decía mi padre después de ser un parado de larga duración y después de ver cómo su familia pasaba frío y vivía de la generosidad de otros. Eso lo decía porque ya tenía un trabajo, de camionero, deslomándose y trucando el disco del tacógrafo para dar más beneficios a la empresa, pero que no le permitía dormir. Un trabajo que adelantó su muerte por infarto. Yo me juré que lucharía contra ese odio que nos tienen. Sí, los niñatos ricos nos odian. Representamos esa humanidad que les falta y tanto profesan en las iglesias con sus limosnas. Representamos que ellos son ratas enjoyadas para disimular la podredumbre que llevan encima. Y eso es VOX, el partido de los ricos que viste a las ratas de Armani. Los niñatos que no han trabajado en la vida, diciéndole al pueblo, a las currelas, como otros ya le dijeron a mi padre en tiempos de la dictadura, que ellos tienen la solución. Alzar una bandera por encima de la humanidad. El “Todo por la patria” es una cantinela para los pobres. Ellos, de apellidos compuestos, de ascendencias foráneas, de inversiones en el extranjero, de explotación del ciudadano medio español y de depósitos en paraísos fiscales, te jalean “por la patria”. Cada obrero que les votó, es un silencio más que se han asegurado, un ser dócil más que se ganan para su causa - el silencio y la docilidad suponen adiestramiento. Por eso, un pobre como mi padre, un día lamenta su mala suerte y al día siguiente sigue el catálogo de sinsentidos que repite el obrero que se siente agradecido por tener un trabajo. Creí necesario este antecedente, para que entiendan por lo que lucho, por lo que eduqué a mi hijo. Por lo que su madre y yo educamos a nuestro hijo. Ambos creemos que el mundo tiene que dirigirlo la justicia social. Y este preámbulo lo encuadro en la última visita que me hizo mi hijo, hace unas semanas. Pasó unos días conmigo, en Madrid. Le gustó mucho Vallekas. Cuando llegó la hora, me despedí de él, poniéndome de puntillas – es muy alto – y le besé. Él me envolvió en sus brazos. Le dije. “Todo saldrá bien, hijo.” Me contestó. “Eso espero… si no hubierais educado a un hijo con conciencia…” Sonreía. Es lo que hacemos cada vez que sale el tema, intentamos quitarle el hierro candente que tiene, y nos miramos y nos queremos con los ojos y sonreímos. Que no se os olvide sonreír. Ellos no ganan esa partida. Ellos no nos ganarán jamás en el amor a nuestros hijos conscientes. Todas las instancias de la democracia, las tienen salpicadas con su odio, pero nuestros ojos no… ¡qué se jodan, mis ojos no les pertenecen!
Ese día, el día uno, el primero de este diario, mi hijo estaba en lucha, gritando y rebelándose contra un mensaje de odio de los herederos de la dictadura franquista. Y yo no lo sabía. Sólo leía el relato interesado del Heraldo de Aragón, periódico que calla ante los casos de abusos de la iglesia, pero cuyos periodistas afilan sus palabras ante cualquier ordenanza que, la cúpula de dios en la tierra, ordena. Si dicen “¡A por ellos!”, pues a por ellos que van.
Pasaban las nueve de la noche cuando recibí la llamada. Pili, la madre de Javitxu, me avisaba de que habían visto como le detenían y se lo llevaban esposado. ¿Esposado? ¿Mi hijo? No. Y no es la defensa a ultranza de unos padres que no van a ver más allá porque ese individuo es su hijo. Cualquiera que le escuche hablar, sepa de sus acciones y aficiones, sólo con sentarse a su lado en el tranvía y acompase la respiración a la suya, sabe que es una bella persona. Un joven comprometido con el amor y la paz, con la justicia y con la lucha en favor de la inclusión social. Vale, igual lo de la respiración acompasada en el tranvía es un exceso metafórico, y acepto que ahí se me acuse de “padre”. Y es que lo soy. Pero también soy hombre en una sociedad machista, blanco occidental en una sociedad racista y xenófoba, y estoy orgullosos de que mi hijo conozca sus privilegios y ayude a encontrar soluciones a los que no los tienen. No vale con escudarse en tus miserias para atacar la de los demás. Ni con la cómodo equidistancia de ver el problema y no hacer nada para cambiarlo. Mi hijo es antifascista igual que su padre, porque creemos en la defensa de los que están siendo desfavorecidos y en empujar a los que no nos dejan tener puesta la calefacción cuando estamos a -3º. Es así como se consiguen cambiar las cosas, y no culpando de todo al que menos tiene, al que está por debajo, al que le puedes gritar porque tu autoridad es un exiguo privilegio que se resume en una bandera y una nacionalidad marcada en tu DNI.
Por todo esto, cuando mi hijo fue detenido me indigné con todo el mundo. ¿Mi hijo? No. Sentí una gran confusión, un torrente de sangre viajaba a gran velocidad por mi cuerpo y me terminó golpeando la cabeza … y empecé a llamar a distintas comisarías de Zaragoza por si podían decirme dónde estaban. Tenía miedo. Un miedo fundado. Según seguía leyendo noticias, sacando el sesgo de dios del Heraldo Negro de Aragón y el sesgo de la docilidad de El Periódico de lo Que Sea, les estaban sentenciando ya. “¡Ancha es Castilla!”, la manifestación es contra el partido de los ricos. “¡A por ellos!”.
Mi hijo estaba preso. Mi hijo estaba incomunicado. No se le permitió el derecho a su llamada única. Bueno, hizo una, pero no pudo comunicarse y no se le dejó hacer más llamadas. A mí hijo se le intimidó en dependencias policiales. A mi hijo, unos niñatos con porra, pistola y placa, todo ello patrocinado por el Estado español, se le acusó sin pruebas, rellenaron un atestado horas después de los hechos por los que se les acusa y en el juicio entraron en grandes contradicciones. Sólo con esto, en otro país mi hijo estaría absuelto, y la policía investigada. Claro, en otros países no hubo una dictadura militar durante cuarenta años y en otros países sus policías y jueces responden ante la opinión pública y organismos de control…. pero el tema de los jueces está enmarcado en otro día de este diario.
El día 1 terminó cuando a la mañana siguiente lo soltaron. No dormí. Ni yo, ni su madre, ni su abuela, ni su tío, ni los amigos y amigas, nos tuvieron en vilo. Cuando me llamó, hablamos. Con preocupación. Me contó que los policías paseaban sus porras por las puertas del calabozo y les apagaban las luces y gritaban de puertas afuera. “¿Te han tocado?” Le pregunté. “No, papá, eso no.” “¿Has hecho algo de lo que te acusan?” “No, sólo fui a la manifestación. La policía se volvió como loca y empezó a gritarnos que nos fuéramos de allí… y nos íbamos de allí. Si éramos cuatro gatos… pero entonces empezaron a pegar… pegaban muy fuerte a todo el mundo y nadie estaba haciendo nada malo…” Y aquí lo dejo. Porque se me desborda el pensamiento y entonces sólo escribiría con rabia, y como soy de izquierdas, cualquier cosa que dijera valdría para que me condenaran. Siendo mi inquina de otra guisa podría mandar balas, o querer matar a 28 millones de españoles o sabotear charlas en el congreso. Así que no diré lo que pienso de esos policías que custodiaron a mi hijo y que están muy lejos de representar el cometido por el tienen ese privilegio. Es fácil intimidar a unos chavales en comisaría. Supongo que es más difícil responder ante los que tienen más poder, digo, tener la valentía de saberse contra un poder mayor y tener que hacer tu trabajo. Silencio y docilidad. “Los esclavos de la casa”, que decía Malcolm X. Yo les llamo, mayordomos.
Ese día 17 de enero, de hace tres años, cometieron la injusticia más grande del mundo. Después seguiría la sinrazón hasta la condena que tenemos hoy. Desde esa noche, duermo y vivo como si tuviera miedo a un monstruo invisible, a un raptor que, en cualquier momento, puede llevarse a mi hijo porque se lo permiten, no las fuerzas oscuras, las otras, las que me juraron que estaban para protegerme. Quieren meter en la cárcel a los valientes que quieren un mundo mejor, porque ellos son los cobardes dóciles silenciosos que necesita como cómplice necesario un sistema fascista.
Fin del día uno de “Diario de un padre antifascista”.
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