Del barrio de Las Siete Calles a Moscú

Encuentro con Nicolás Gregorio Rodríguez, niño de la Guerra Civil española exiliado en Moscú. Más de 3.000 niños y niñas huyeron de la Guerra.

Nicolás Gregorio Rodríguez (primero por la izquierda). Foto: Clara Asín Ferrer

Un pin del Athletic en la chaqueta, en el lado izquierdo, junto al corazón. Fue lo primero en lo que me fijé cuando conocí a Nicolás Gregorio Rodríguez, niño de la Guerra, exiliado en Moscú durante la Guerra Civil. Tiene 90 años y unos meses, y con nueve llegó a Rusia. Era un chavalito de Bilbao, del barrio de Las Siete Calles (el casco antiguo), me dice. Aún tiene acento después de pasar toda su vida aquí.

El Centro Español de Moscú (CEM) de la calle Rozdestvenka, justo al lado de la estación de KuznestiMost, es el lugar de encuentro de los refugiados españoles que huyeron durante la Guerra Civil, casi todos niños, la mayoría de Asturias y el País Vasco.

Unas señoras muy sonrientes y enérgicas abren la puerta y en cuanto escuchan un ‘hola’ su hospitalidad se multiplica al cuadrado. Nos acompañan hasta adentro y nos dicen que son la segunda generación de los niños de la Guerra, es decir, su hijas.

Al fondo, alrededor de la mesa, tres ancianos juegan una partida de cartas, al guiñote, al tute. Cuando les pregunto hace cuánto tiempo salieron de España, dos de ellos responden “durante la Guerra”, “durante la Guerra claro, pero siguiendo a Nicolás”, ríen.

Nicolás se da la vuelta, está sentado dándome la espalda. Se ríe y me mira con unos ojos vividos, muy vividos. Su risa es de oro, no sólo por la dulzura que transmite, también porque lleva algunos dientes de este material (moda que debió extenderse en Rusia en algún momento del S.XX).

En una mesa contigua, a la izquierda, nos oyen hablar y automáticamente, Abel Sagarra, comerciante, de Albalate de Cinca, nos invita a sentarnos con ellos. Están celebrando el cumpleaños de Dima, ruso, concertista. Bebemos vodka ‘Stolichnaya’ en vasitos de chupito grandes, hasta cuatro vasos.

Abel llama a Nicolás para que me explique cómo en el año 1966 fue fundado el centro. “Antes se llamaba CEU, Centro Español de la URSS, pero luego cambió el nombre en el 66 a Centro Español en Moscú. Aquí Dolores Ibarruri, la ‘Pasionaria’, vivía prácticamente”.

En la entrada al centro, una placa recuerda cómo la ‘Pasionaria’ organizaba en ese local las actividades de la emigración española en Rusia. “Era una mujer muy lista, muy inteligente. Yo he estado con ella decenas de veces… sabía mucho. También conocí a Irene Falcón, su secretaria, y estuve con Fidel, con el ‘Che’, con Raúl”.

De repente, pongo el freno y comienzo a arrancar de nuevo con las preguntas: “Explícame cómo llegaste aquí, cómo ha sido tu vida”.

Nicolás Gregorio Rodríguez, de Las Siete Calles, a los nueve años abandonó su Bilbao junto a miles de niños más, no le acompañaba ningún familiar, viajaba solo. A todos los niños y niñas les ubicaron en el Puerto de Odessa, en el mar negro, en un orfanato.

“Cuando acabó la Segunda Guerra Mundial, nos trasladaron a un pueblo y comenzamos a aprender una profesión. Había varias escuelas. Durante dos años estudié para ser tornero. Tenía muchas faltas en ruso, pero los españoles tenímos algunos privilegios en la Union Sovietica y, bueno, después hice ya el ‘Técnico’ que se llamaba. Luego llegó la edad del amor y me casé con una rusa”.

Nicolás Gregorio Rodríguez. Foto: Clara Asín Ferrer
Nicolás Gregorio Rodríguez. Foto: Clara Asín Ferrer

Nicolás cada día, a partir del verano del 41, hablaba en la Radio España Independiente -más conocida como Radio Pirenaica- para buscar a su madre. “Yo la llamaba, decía mi nombre, explicaba quién era, a ver si me escuchaba… y finalmente, mi madre me escuchó”.

En el año 1948 recibió una carta desde Argentina, no entendía qué estaba pasando. “Me preguntaba por qué mi madre estaba en Argentina, pero luego descubrí que enviaba las cartas a una persona allí y desde allí me la reenviaban con otro sobre porque estaba prohibida la correspondencia España-Rusia”.

“En el año 1968 tuve la posibilidad de ir a España. Vi a mi madre después de 31 años. Te puedes figurar cómo fue el encuentro… mi padre ya no estaba, murió”.

Posteriormente, fue visitando a su familia y después a través del inserso. “Imagínate cómo pasaeaba mi madre conmigo del brazo por Bilbao. Un día nos paramos delante de la iglesia y me dijo que allí me habían bautizado, no tenia ni idea. Durante otro viaje, se me antojó sacarme el carnet de identidad. Fui a buscar la partida de nacimiento a la iglesia, hice todos los trámites y lo conseguí. Si quieres te lo puedo enseñar, pero lo tengo en casa”.

En el Centro Español de Moscú es Historia. De sus paredes cuelgan fotografías de los niños, de excursiones de los miembros, de celebraciones, de visitas de políticos, todos han estado allí, hasta los derechones.

“Mi única hija vive en República Dominicana, conoció a un dominicano en clases de español aquí en Moscú y está viviendo allí. Donde va la aguja, va el hilo ¡Hasta bisnietos tengo ya!”, relata entusiasmado.

Llamamiento a todos para hacernos una fotografía. Los otros dos jugadores no se levantan, están concentrados en la partida. Acabamos la conversación y le enseño a Nicolás la foto:

  • “¿Salgo en la foto?”
  • “Claro, este eres tú”.
  • “Pues entonces ya es histórica”.

Nos despedimos con dos besos y él apreta su mejilla huesudilla contra la mía durante el segundo, alargando un poquito el tiempo. Se dirige a la mesa con sus compañeros y me preguntan si sé jugar al guiñote o al tute. Les digo que en mi pueblo se organiza un torneo todos los veranos en el bar y que de premio dan un jamón y una botella de vino. Sólo puedo volver con ese premio, me avisan.

El Centro Español se sustenta con el dinero de los socios y socias y durante este año se acaba el contrato con el Ayuntamiento de Moscú. Más de 3.000 niños y niñas huyeron de la Guerra.

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