De fronteras y atardeceres

Cuando la esperanza de un nuevo día está sujeta a una línea imaginaria, a la burocracia administrativa, esa que nos hace ser menos humanos, y nos convierte en invisibles, esa que parte de consignas electoralistas y dice: abordaremos esta situación de una forma ordenada y solidaria, pero no antepone la solidaridad al orden, la que no entiende que la huida de la guerra, no es un paseo, sino una carrera de salvamento

Manifestación en Barcelona. Foto: Clara Asín

Desde que emigré a Barcelona han pasado 5 años, todavía no me acostumbro a los edificios. El miércoles, corrí hacia casa porque intuía un atardecer esplendoroso, una explosión de colores. Estaba en el Paralelo y aceleré el paso, porque desde mi terraza o quizás, desde arriba del centro comercial de las arenas podría disfrutarlo. Llegando a plaza España acabé con sobrealiento, y a medida que me iba acercando al parc d' Escoxador, veía como se difuminaban los colores y se escondían por el oeste. El cielo, finalmente, se tornó azul oscuro. En Huerto, mi pueblo, cuando miro al cielo y presiento que se va a producir ese espectáculo maravilloso, el sol escondiéndose entre nubes, con sus destellos, las cigüeñas emitiendo esos ritmos anunciadores, corro hacia al castillo, y sin pagar entrada, disfruto de un pase siempre único.

En todas las partes del mundo hay atardeceres, seguro que todos defendemos nuestra tierra como el mejor escenario para admirarlos. Un proverbio árabe dice que cada sol tiene su ocaso. Estos días miles de personas están cruzando en barco, en trenes y a pie Europa, nos deberíamos de preguntar cómo vivirán los ocasos de los días. Si recordarán los atardeceres y no las bombas, los asesinatos y la miseria, me pregunto si en las travesías, en medio del caos, de las retenciones de la policía, de las humillaciones, podrán mirar al horizonte con la esperanza de escuchar el ritmo de las cigüeñas, para dejar a un lado el estruendo terrible de la guerra. El sol para ellos se esconde más que nunca por el oeste, el oeste de Europa.

Cuando la esperanza de un nuevo día está sujeta a una línea imaginaria, a la burocracia administrativa, esa que nos hace ser menos humanos, y nos convierte en invisibles, esa que parte de consignas electoralistas y dice: abordaremos esta situación de una forma ordenada y solidaria, pero no antepone la solidaridad al orden, la que no entiende que la huida de la guerra, no es un paseo, sino una carrera de salvamento. También, ese orden viene de la mano de sembrar el miedo, cuando dicen que entre los refugiados puede haber “terroristas que quieren dinamitar Europa”. Me gusta escuchar a Marta Fernández decir en mitad del informativo de Cuatro: “como si ellos no estuvieran huyendo de sus países por ese tipo de gente”, algo así murmuró cuando dio paso a la noticia.

La intolerancia y el racismo llegan a cotas insospechadas en Hungría, donde ya están acabando un muro a toda prisa para que el 15 de septiembre su frontera esté blindada. No puedo imaginar cómo debe estar Szeged, ciudad universitaria de Erasmus con jóvenes de todas las partes del mundo, ante la llegada de todas estas personas. En Szeged hay un espíritu internacionalista, acrecentado entre brindis de Pálinka, típico orujo de frutas del país.  Esta primavera estuve allí visitando a un amigo y pasamos  la frontera de Serbia hacia Subotica, nadie nos pidió la documentación en el trayecto, nadie nos retuvo, teníamos un pasaporte europeo y cara de 'turistas' con florines. Los campos eran verdes y el sol incidía en las estaciones antiguas reflejando en los charcos del cemento los últimos destellos del sol, atardecía, estábamos en un tren.

Allí también pude ver las banderolas del partido de extrema derecha Jobbik, solo su presencia me recorría un escalofrío que me transportaba al verano de 2012 en Budapest, cuando estábamos en el desfile del orgullo gay y decenas de hombres y mujeres de negro intentaban boicotear el desfile, con gritos de odio y gestos amenazantes.

El primer ministro de Austria, Werner Faymann, ha criticado la gestión del Gobierno de Hungría y ha comparado el traslado de los refugiados en los trenes con los traslados del régimen nazi. En Hungría, Viktor Orban, primer ministro húngaro, habla de calumnias, pero su lenguaje delata sus intenciones: “frenar a los inmigrantes ilegales”.

Nosotras, desde aquí, nos indignamos, mientras nos olvidamos de Melilla, donde también, cada día, llegan refugiados de guerras. Hay fronteras por el norte, hay fronteras por el sur y a los lados un cementerio inmenso, el Mediterráneo. Según el plan de refugiados de la UE, se dará asilo a 160.000 personas, pero solo en 2015, han migrado más de 360.000.

Barcelona, Madrid, Burgos, Pamplona, decenas de ciudades se han sumado a la iniciativa de acoger refugiados. Por supuesto Zaragoza fue una de las primeras ciudades que se postuló, también lo hizo Teruel y un caso que me pareció extraordinario, Boltaña. Aragón se ha puesto en marcha y ha creado una Red Aragonesa de Ayuda al Refugiado, la sociedad civil se está movilizando y este es el verdadero triunfo, no que un ministro de Economía diga que la llegada de refugiados “son una oportunidad económica”.

Este sábado, miles de personas se congregaban en diferentes ciudades del Estado español para pedir que las personas vayan antes que las fronteras, reclamaban una resolución rápida y efectiva en el plan de acogida de refugiados, también demandaban cambios en la ley de extranjería. En Barcelona, una niña, acompañada de su padre, sujetaba un cartel: Pareu la guerra en Siria (Parad la guerra en Siria) y gritaba: ninguna persona es ilegal. Como recordó el abogado Andrés G. Berrio hay que atender a todas las personas refugiadas, también en Melilla y no nos podemos olvidar que en el Estado español hay Centros de Internamiento de Extranjeros, donde han muerto personas y se han cometido torturas.

Muchas familias podrán disfrutar de atardeceres en el Pirineo o caminando por la ribera del Ebro, pienso que cuando emigré hace 6 años fue porque quise y siempre puedo volver. Les tenemos que regalar todos los atardeceres, para que les den la paz, para que la odisea haya tenido sentido. Mientras tanto, el frío llega a las rutas de la guerra, llegará el sol de invierno con su indescriptible color y melancolía. La humedad del Tisza con el sol reflejándose en su orilla, la cabeza de alguien que no se detiene y no llega nunca a su casa porque la guerra y el poder la destruyeron.

Las personas somos universales, como las madres cuando dicen a sus hijos: hay que ser fuertes, y mirar siempre hacia adelante, ahora no mires atrás. Las fronteras y los atardeceres se deberían divisar desde lo alto, donde los castillos solo son miradores, donde no hay tiranos, donde el silencio es la mecedora del sol mientras se despide, en paz.

Clara Asín Ferrer (@Colombine_9) es periodista cultural y colabora con AraInfo.

Autor/Autora

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de nuestra política de cookies, pincha el enlace para más información.

ACEPTAR
Aviso de cookies