Contribución al debate sobre el frente amplio de Yolanda Díaz

No cabe ninguna duda que la propuesta política de Yolanda Díaz, vicepresidenta del Gobierno y ministra de Trabajo, para encabezar un proyecto de izquierdas ha suscitado amplia expectación en la sociedad española en general y en particular en el ámbito de la izquierda. No obstante, es poco lo que se sabe de sus intenciones ni de fondo, contenidos y estrategias, ni de las formas, modelos y programas. Algunos la han definido “la cosa” rememorando la recomposición de la izquierda italiana tras la disolución del histórico PCI, tras la caída del muro de Berlín en 1989. Otros empiezan hablar del Frente …

No cabe ninguna duda que la propuesta política de Yolanda Díaz, vicepresidenta del Gobierno y ministra de Trabajo, para encabezar un proyecto de izquierdas ha suscitado amplia expectación en la sociedad española en general y en particular en el ámbito de la izquierda. No obstante, es poco lo que se sabe de sus intenciones ni de fondo, contenidos y estrategias, ni de las formas, modelos y programas. Algunos la han definido “la cosa” rememorando la recomposición de la izquierda italiana tras la disolución del histórico PCI, tras la caída del muro de Berlín en 1989. Otros empiezan hablar del Frente Amplio, retomando algunos proyectos de la izquierda sudamericana.

Bien es cierto que a principios de diciembre de este año Yolanda Díaz fue entrevistada en Radio Cable y dio algunas pistas que concretaban ya algunas insinuaciones anteriores: que iba a iniciar un período previo de escucha por el país a partir del próximo año, que hablaba de un proyecto transversal que no pivotara exclusivamente sobre los partidos políticos y que aspiraba a la obtención de mayorías.

Ante esas declaraciones, rápidamente surgieron algunas críticas y matizaciones, unas procedentes de dirigentes del PCE u otras de Más País. Los primeros discuten la pretensión de huir del espacio de la “izquierda real”, critican el distanciamiento de los partidos y la transversalidad. Frente a ello ponen en el centro del debate que debe ser la clase obrera la que lidere el proceso político anticapitalista.

Teóricos marxistas del siglo pasado, como Nicos Poulantzas o Herbert Marcuse ya pusieron en cuestión el exclusivo protagonismo de la clase obrera en los procesos políticos revolucionarios, para poner en valor otros sujetos como los intelectuales, marginados, estudiantes, etc. Consideraban que el interés de clase no se concibe como un hecho social objetivo sino que procede de la interacción y la discusión a partir de experiencias de la vida diaria.

El propio Partido Comunista, a las puertas de recuperar la democracia, aprobó el Manifiesto Programa en septiembre de 1975, un documento que sirvió de guía a la implantación del partido en democracia. En dicho documento se defiende la alianza de las fuerzas del trabajo y de la cultura, junto con las capas medias y sectores burgueses para acometer las transformaciones para una democracia político social y como foma de superar la antigua fórmula de la alianza de los obreros y los campesinos. Y lo que parece evidente es que tras la caída del régimen soviético a partir de 1989 la transformación social no puede depender de una sola clase social ni de un partido dirigente.

Por tanto, que se pretenda iniciar un proceso de escucha en un objetivo de transversalidad parece razonable a la vista de la evolución de los procesos políticos y de las experiencias obtenidas en estos dos últimos siglos, donde ni el proletariado, ni las mujeres, ni los más vulnerables, ni los estudiantes, ni el resto de las reivindicaciones surgidas de carácter anticapitalista tienen capacidad para ser el sujeto político transformador en exclusiva. Y debe ser en las prácticas de acción política cotidiana en torno a programas concretos, huyendo de verdades teóricas apriorísticas, donde se consoliden las alianzas políticas.

Práctica política que genere un proyecto político que conecte con la diversidad de la ciudadanía y con sus demandas en torno a modelos para la mayoría en sanidad, en educación, en dependencia, en cultura. Todo ello desde los principios de la igualdad de oportunidades, la justicia social y la solidaridad fiscal que atienda a la capacidad económica como base, etc.

Esta búsqueda del sujeto político requiere escucha, requiere actuar sin exclusiones, sin verdades indiscutibles y con empatía social. Buena prueba de ello, por bajar de las musas al teatro, lo está dando la propia Yolanda Díaz en su gestión del Ministerio de Trabajo, con su reciente acuerdo por un nuevo marco de relaciones laborales para España, que sitúa el objetivo principal en la dignidad de los trabajadores y en la capacidad de negociación sindical en el seno de las empresas para obtener mejoras laborales.

Este proyecto político que no tiene nombre todavía, requiere repensar la forma de partido de nuevo. Algo que ya pretendieron antes Izquierda Unida y recientemente Podemos sin haberlo conseguido. No creemos que se deba poner en cuestión la existencia de los partidos políticos de masas tal y como se desarrollaron en el siglo pasado, lo que creemos es que, si realmente queremos ser ambiciosos y dotar de protagonismo real a la ciudadanía en un proyecto político participativo y transformador que supere el actual modelo capitalista hay que buscar otros instrumentos de participación de la ciudadanía en la cosa pública, en la acción política cotidiana.

Y sí, pensamos que de una vez por todas debemos generar proyectos políticos con pretensión mayoritaria, no podemos pensar exclusivamente en acceder a nuestra “esquinita” de puros de la izquierda. Debemos asumir que las transformaciones sociales no se construyen exclusivamente desde la calle, es necesario estar en las instituciones y poder publicar nuestras propuestas en el Boletín Oficial porque de esa forma es como realmente somos útiles para la sociedad.

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