Soy Marta Borraz Fernández, secretaria del IES Avempace, ubicado en el barrio del Picarral de Zaragoza. Como cualquier ciudadana de este país, he sufrido laboral y personalmente esta pandemia. En mi familia, ha habido muertes en soledad, distanciamiento forzado, teletrabajo, ERTEs, desempleo, angustia por nuestros y nuestras mayores... Y, como tantas otras, lo hemos ido sobrellevando. En el trabajo, este año ha sido el más complicado de los muchos que llevo en la enseñanza pública. Y lo está siendo más ahora, que ya sabemos algo y que la vacuna está cerca, que en aquellos días de marzo y abril en los que había tan poco y tan poco sabíamos.
Cuando cerramos las aulas, el instituto Avempace, como todos, siguió funcionando e intentamos estar cerca de cada estudiante. El claustro se unió enormemente y afrontamos el reto de cuidarles con la misma dedicación que todos los días agradecimos al personal sanitario desde los balcones. Porque la escuela pública, igual que la sanidad pública, cuenta con excelentes profesionales (no héroes ni heroínas) en Aragón.
Y es que en tal situación lo único que nos permitía conservar una cierta serenidad era saber que el colectivo sanitario (desde el ministro de sanidad y el director del centro de coordinación de alertas y emergencias hasta médicos, enfermeros y enfermeras, auxiliares...) estaba volcado en nuestra salud. Que, mientras trabajábamos desde nuestras casas (y desde el instituto) sin descanso, ustedes estaban en la primera línea conteniendo el desastre como mejor podían.
Por ello, los equipos directivos nos empeñamos en seguir escrupulosamente sus indicaciones, recomendaciones, decisiones. Tuvimos que estudiar, leer, investigar sobre mascarillas, aerosoles, ventilación, señalética...; y asumir con vértigo responsabilidades que no nos competían y de las que dependía la salud de muchas personas.
Y, codo con codo con el personal no docente, en el instituto Avempace buscamos cómo cumplir lo mejor posible sus instrucciones, sintiéndonos en desamparo con frecuencia. Elaboramos un plan de contingencia sin la supervisión (que solicitamos una y otra vez) de ningún técnico o técnica en prevención de riesgos laborales, ni de ninguna sanitaria o sanitario que evaluaran las condiciones de nuestro edificio. Afrontamos exámenes de acceso a grado medio y de selectividad con preocupación. Abrimos el centro, primero al personal no docente y luego al profesorado sin saber cuándo llegaría el material de protección que se nos prometía ni en qué consistía.
Nuestro personal de limpieza comenzó a trabajar sin recibir más preparación previa que la que yo les pude transmitir. Asumimos gastos de nuestro escaso presupuesto, sacrificamos criterios pedagógicos en beneficio de los sanitarios al elaborar horarios. Y con una mezcla de susto y entusiasmo vimos volver al alumnado. He de decir que su comportamiento ha sido excepcional y, aunque siempre he esperado de nuestros y nuestras adolescentes grandes cosas, me emocionó su madurez y empatía. Obviamente, no ha sido fácil que siempre recuerden que han de mantenerse a distancia, que no podemos compartir ni un lápiz, que nada de gritos... Y ahí hemos estado sus profes para recordárselo.
Y la vida en el instituto ha seguido, de forma extraña, entre agua y jabón, geles hidroalcohólicos y desinfectantes, mascarillas y videoconferencias, pero nos hemos reencontrado y hemos convivido entre contagios, cuarentenas, problemas de salud derivados, familias asustadas que se han negado a traer a sus hijos o hijas al centro, casos positivos, comunicaciones del centro de salud, el ejército, el equipo covid, salud pública... todos los días de la semana. Nuestra responsable covid ha pasado el trimestre entero pendiente del teléfono.
Y gracias al esfuerzo encomiable de profesorado, conserjes, administrativas, limpiadoras y auxiliares de educación especial, el alumnado ha empezado a sentirse seguro en las aulas y ha encarado las difíciles condiciones de aprendizaje que el virus nos ha dejado (aulas muy frías, imposibilidad de trabajar en grupo, dificultades de comunicación por la mascarilla...) en el instituto y en casa.
Si siempre nos ha preocupado la salud de nuestra comunidad (somos Escuela Promotora de Salud), en estos momentos es una prioridad casi absoluta. Y por ello seguimos confiando en lo que el departamento de salud nos guíe en nuestro quehacer.
Sin embargo, discrepo de la decisión que el departamento de educación ha publicado en el BOA el día en que los y las docentes empezaban sus merecidísimas vacaciones de invierno. El instituto Avempace no está preparado para la presencialidad (¡qué más quisiéramos!) y la vuelta total a las aulas sin tiempo para organizarnos, sin más medios físicos, económicos y personales me parece inviable. En 4º de ESO y 1º de Bachillerato tenemos grupos de más de 25 estudiantes, que no podrían mantener la mínima distancia en un aula reducida en la que llegan a pasar seis horas. Y estamos entrando en el invierno. Ya hemos renunciado a la biblioteca, el salón de actos, los laboratorios, las aulas de informática, plástica y música, ya no tenemos más espacios en los que desdoblar estos grupos ni personal docente para atenderlos. En su momento fue muy complicado organizar la incorporación total de 2º de Bachillerato, pero al menos se nos dotó con más profesorado y el curso acababa de empezar.
Pero hoy hacer cambios en el profesorado no sería oportuno. Un profesorado que debe estar desperdigado por el centro, se ha de reunir virtualmente y ha perdido sus espacios (sala de profesorado, departamentos...) y un entorno de trabajo adecuado para impartir sus clases con aulas (algunas reconvertidas) y despachos que están muy por debajo de la temperatura mínima para trabajar en condiciones adecuadas. O ha tenido que inventar, en música, en plástica, en educación física..., alternativas a sus actividades habituales. O se las ha tenido que ingeniar para consolidar sus materias, buscando que nadie se quede atrás y que los efectos de la pandemia sobre la formación académica del alumnado no sean irreversibles. Y ha sabido adaptarse a las continuas instrucciones recibidas fruto de la situación cambiante, entendiendo la dificultad de su gestión.
Y si las aulas son un problema, también lo son los accesos, pasillos, aseos y patios de recreo, las zonas comunes, donde es más complicado, es evidente, mantener el orden. Esto implica también que debemos volver a programar nuestras asignaturas sin que las programaciones que ya hicimos se hayan podido evaluar correctamente. Aunque la semipresencialidad no es nuestra forma de trabajo (creo que nadie en el claustro la elegiría, del mismo modo que tampoco creo que en los centros de salud nadie prefiera la comunicación telefónica con pacientes a las consultas habituales), ni siquiera se nos ha hecho llegar un análisis contextualizado de sus resultados al final del trimestre. Ni una previsión de lo que puede significar, ahora que vislumbramos (todavía demasiado lejos) el final, que se produzca un repunte en el momento en que sanitarios y sanitarias deben centrarse en vacunar, y que se decida introducir un cambio sin saber las consecuencias de la movilidad navideña.
Es por ello que, como docente con una formación muy básica en salud, le solicito que nos indique cómo podemos volver a la presencialidad en nuestro centro, garantizando la salud de docentes, alumnado y personal no docente y de sus familias. Le aseguro que si desde el departamento de sanidad consideran que hay una forma segura de hacerlo, la comunidad entera trabajará sin descanso para ponerla en marcha. Pero si, como muchas personas (docentes y padres y madres) tememos, no es así, le solicito también que haga lo posible para que la consejería de educación reconsidere su orden.
Al igual que en la sanidad, las decisiones en educación no pueden ser fruto de la improvisación, ni de presiones de determinados grupos, sino de la planificación por parte de quienes tienen los conocimientos suficientes, y de la búsqueda del bien común. Aprovecho la ocasión para agradecer los desvelos de todo el personal sanitario de Aragón.