Catarsis valenciana

Hace solo dos meses parecía imposible que el PP perdiese el control del Parlament valenciano y prácticamente la mitad de su electorado.

Rita Barberá, horas antes de conocer los resultados de las elecciones locales. Foto: Fermín Grodira

Desde que se hiciera con la alcaldía de València en las elecciones locales de 1991 (con el apoyo de la formación regionalista y tradicionalista Unió Valenciana), Rita Barberá ha sido un valor seguro para el PP en la ciudad de València. Aquella victoria significó el inicio de la hegemonía del PP. Cinco mayorías absolutas consecutivas siguieron a aquellas elecciones, y la oposición no volvió a levantar cabeza.

Cuatro años más tarde, el PP ganó las elecciones a Les Corts Valencianes, imponiéndose por primera vez en el periodo democrático al PSPV-PSOE de Joan Lerma, que desde las primeras elecciones territoriales de 1983 había conquistado el gobierno de la Generalitat. Tras fagocitar a Unió Valenciana asumiendo su discurso identitario y regionalista (con un fuerte componente anticatalanista), el PP obtuvo cuatro mayorías absolutas consecutivas en el parlamento valenciano, sustentadas en el ciclo económico expansivo de los 90 (es el inicio de la burbuja inmobiliaria) y en un discurso triunfalista en el que se combinaban con sorprendente eclecticismo el neoliberalismo y el neoconservadurismo. Sin embargo, la crisis económica, los movimientos sociales (con especial relevancia del 15M y la Primavera Valenciana) y la proliferación de numerosos casos de corrupción (que han convertido al País Valencià en un emblema de la misma), se han llevado por delante más de 20 años de gobiernos populares, algo que parecía imposible hace tan solo algunos meses.

Las elecciones europeas de 2014 marcaron el inicio del fin del bipartidismo, y señalaron una clara tendencia a la fragmentación del voto. Esta tendencia se ha confirmado en las presentes elecciones locales y territoriales. Si comparamos los resultados de las actuales elecciones con las territoriales de 2011, vemos que el PP ha perdido aproximadamente la mitad de su electorado, pasando de 1.211.112 votos a 611.518. Esta espectacular caída se ha traducido en un descenso a 32 escaños en Les Corts, muy lejos de los 55 que le dieron una holgada mayoría en 2011. Por su parte, el PSPV-PSOE resiste como segunda fuerza más votada, a pesar de una significativa caída de votos, pasando de 687.141 votos a 475.108 (lo que le permitirá con casi total seguridad formar gobierno gracias a los 23 escaños obtenidos). Muy cerca está Compromís, la gran sorpresa de estas elecciones, que ha obtenido 421.609 sufragios y 19 escaños. Compromís deviene así una fuerza decisiva en el País Valencià, superando por más del doble los resultados obtenidos en 2011 (cuando obtuvo 176.123 votos). Por detrás entran con fuerza Ciudadanos (287.302 votos) y Podemos (263.203 votos), ambas fuerzas con 13 escaños. Los grandes perdedores de la noche, UPyD e Izquierda Unida quedan fuera de las instituciones.

Estos resultados dejan bien claro que el PP, a pesar de ser la fuerza más votada, pierde su hegemonía en el País Valencià. En el Ayuntamiento de València, todo parece indicar que Joan Ribó (Compromís) será el próximo alcalde de la ciudad, con el apoyo del PSPV- PSOE y València en Comú. Los populares tampoco podrán formar gobiernos con el apoyo de Ciudadanos en Castelló y Alacant, históricos feudos de los conservadores. En su comparecencia tras conocer los resultados, Barberá no pudo esconder su descontento y se mostró dispuesta a un “acuerdo de Estado” frente al “radicalismo”. Sin embargo, el modelo de las grandes coaliciones no parece que se vaya a imponer en el País Valencià, pues el terror del PSOE a la “Pasokización” parece inclinar a los socialistas valencianos a un acuerdo con las fuerzas de izquierda.

Estos resultados suponen pues una catarsis en el escenario valenciano, emblema, junto con Madrid, del dominio del Partido Popular en el Estado español hasta el momento, y de un modelo económico y cultural que la Gran Crisis de 2008 parece haberse llevado por delante. Se inicia pues un ciclo político nuevo, marcado por la fragmentación de los parlamentos (fin del bipartidismo) y por la necesidad de pactos para alcanzar gobiernos de coalición.

Artículo de Edgar Bellver Franco y Joan Olmos Monzonis publicado en Diagonal.

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