Hoy, 39 años después de su asesinato, va tocando desempolvar su historia, aunque haya a quien recordarlo le escueza y aunque ponga a relucir las miserias de una etapa más agria y menos dulce de lo que algunos quisieran reconocer. Una historia que, por desgracia, no supone una excepción ni un caso aislado, si no uno más de los muchos relatos truncados que pintaron de sangre los años de la transición.
José Luis Alcazo, a veces Chusé Loís y casi siempre para los amigos Josefo, nació en Albero Bajo, un típico pueblecito aragonés a apenas trece kilómetros de Uesca. Era una persona alegre, vital, participativa y generosa. Siempre fue deportista; ya de niño, en 1966, jugó en el primer equipo de baloncesto de su colegio. Como tantos otros, llegado el momento tuvo que marchar del pueblo para cursar estudios universitarios. Fue así como llegó Madrid, decantándose por Ingeniería Agrónoma, aunque en segundo lo dejaría para empezar la carrera de Historia.
Josefo era un gran enamorado de su tierra, así como de la cultura y la historia aragonesas. En este sentido, tras su llegada a Madrid militó en los círculos aragonesistas universitarios que proliferaban en esos años, lo que le llevó a integrarse en el SEA (Seminario de Estudios Aragoneses), donde junto a su hermana y otros compañeros organizaban charlas, jornadas y demás actividades político-culturales, como la creación de un "rolde d'aragonés", un grupo de estudio destinado a la enseñanza y aprendizaje de la lengua aragonesa. Su carácter abierto y sociable le hizo tener gran cantidad de amigos, tanto en su pueblo, como en Saconia -su barrio de acogida-, en la facultad y en el equipo de rugby donde jugó.
"Era un tipo superextrovertido, que con facilidad se echaba una jota, 'Quisiera ser una hiedra y subir por las paredes' era uno de sus principales hits", recuerda Jesús Oyamburu, uno de sus amigos de la facultad, quién además le acompañaba el trágico 13 de septiembre de 1979. "Para nosotros ese era un día de despedida, también un día de reencuentro después de las vacaciones de verano, pero fundamentalmente de despedida porque Josefo regresaba a su tierra. [...] Esa tarde fue muy hermosa, quedamos en un sitio que siempre nos había gustado mucho en aquellos años, el Palacio de Cristal, y estuvimos ahí tomando una cerveza en el Quiosco", recuerda. Ese día se reunieron en el parque del Retiro José Luís Alcazo, Jesús Oyamburu, Mariela Quiñones, Marisol Mateo, Luciano Sánchez y Luis Canicio. Los cinco primeros se conocían de la facultad y el colegio mayor, mientras que a Canicio lo conocieron esa misma tarde. Unos días antes, Josefo había realizado con éxito sus últimos exámenes, tras lo cuál se disponía a volver a Aragón. El resto de sus amigos estaban en situaciones similares; algunos volvían a sus lugares de origen y a otros les tocaba realizar el servicio militar.
Fueron años marcados por la tensión y la virulencia propias del cambio de paradigma político que se estaba viviendo. Acababa de morir Franco y la falta de depuración de las instituciones, la judicatura, la policía y el ejército propició un clima de práctica impunidad para el terrorismo fascista que proliferó en forma de grupúsculos y organizaciones paramilitares de ultraderecha que trataban de imponer su discurso en base a la ley del terror.

Uno de esos grupos fue el autodenominado Servicio Especial (S.E.), también conocido como "los bateadores", integrado por Eduardo Limiñana, Fernando Pita y Corral, Ángel Luis Nieto, José Antonio Nieto, Emeterio Iglesias, Gabriel Rodríguez, José Miguel Fernández, Miguel Cebrián, Pablo Calderón y José María Nieto. Algunos de ellos admitieron haber formado parte de las juventudes de Fuerza Nueva (organización responsable de asesinatos como el de Miquel Grau, Jorge Caballero, Arturo Ruiz o la matanza de los abogados de Atocha, entre otros). Además, todos ellos eran muy jóvenes y provenían de "familias bien" de Madrid, hijos de militares de alto rango y uno incluso sobrino del que fuera el ministro franquista Pita da Veiga (conocido especialmente por haber presentado su dimisión tras conocerse la legalización del Partido Comunista en abril de 1977). El "Servicio Especial" fueron, en términos objetivos, un grupo terrorista, con especial incidencia en la llamada "Zona Nacional" (los barrios de Madrid que tradicionalmente habían apoyado con mayor fervor a la dictadura) y se dedicaban, en sus propias palabras, a "salir de caza" con el objetivo de "limpiar el Retiro de rojos, maricones y drogadictos", gente a la que consideraban "indeseable".
La noche del 13 de septiembre de 1979, los jóvenes ultras, liderados por Limiñana, se disponían a llevar a cabo una de sus acciones de "hostigamiento". Quedaron en la calle Poeta Esteban Villegas, donde escondían bajo la terraza de una planta baja sus armas: bates de béisbol y palos grabados con inscripciones como "Viva el fascio redentor" y "S.E." (Servicio Especial), cadenas, nunchakus, navajas e incluso una pistola. Tras lo cual acudieron al parque, donde se dispusieron a elegir a sus víctimas y planearon el ataque.
Cayó la noche y Josefo y sus amigos paseaban por el paseo de Coches del Retiro. Charlaban separados en tres grupos de dos personas cada uno. En el primer grupo iban Mariela Quiñones y Luciano Sánchez, unos metros más atrás caminaban Jesús Oyamburu y Luis Canicio, mientras que Josefo y Marisol Mateos se encontraban en el grupo más rezagado. "Íbamos charlando y de pronto se escuchó '¡AHORA!' y empezaron a oírse palos y gritos", recuerda Mariela Quiñones. Los fascistas se habían separado en dos grupos y se habían escondido entre los árboles y arbustos que bordeaban el paseo, cubriendo ambos lados del camino y, cuando Oyamburu y Canicio pasaron por delante suyo saltaron y les atacaron por la espalda al grito de "Arriba España". "No era consciente de que me estaban golpeando, sentí una sensación eléctrica y pensé que me estaba dando un ataque de epilepsia", comenta Canicio, quien fue golpeado con un bate en la cabeza y tuvo que ser hospitalizado durante varias semanas por conmoción cerebral.
A Oyamburu le rompieron un brazo y le provocaron diversas contusiones y heridas en la zona lumbar. Josefo, que se encontraba unos metros más atrás, al ver que sus amigos estaban siendo atacados, se lanzó a defenderlos, convirtiéndose en el blanco de los "bateadores". Tras recibir varios golpes, logró escaparse con la mala fortuna de que acabaría chocando con una valla metálica, tras lo cual fue alcanzado por sus perseguidores, quienes se ensañaron cobardemente con él hasta que finalmente le propinaron el golpe mortal y huyeron hacia la "Zona Nacional", donde escondieron las armas, algunas de las cuáles habían quedado astilladas y llenas de sangre consecuencia del brutal ataque. "Yo estoy vivo porque él [Josefo] salió a defenderme, si él no se hubiera acercado, seguiría vivo. Fue muy altruista por su parte el salir a defender a alguien a quien acababa de conocer", recuerda Canicio.
Durante los días siguientes se produjeron manifestaciones en homenaje a Alcazo en Uesca y en Madrid (esta última a pesar de haber sido desautorizada por el Gobierno Civil). Finalmente, el 17 de noviembre de 1983 se celebró el juicio en una sala abarrotada. Eduardo Limiñana y Ángel Luís Nieto fueron condenado a 11 años de cárcel por homicidio y lesiones graves, José Antonio Nieto a 3 años por lesiones, Fernando Pita y Corral y José Miguel Fernández a 6 meses por lesiones, Emeterio Iglesias Sánchez a 5 meses por lesiones, Gabriel Rodríguez a 2 años y 6 meses por homicidio y lesiones graves, Miguel Cebrián a 6 meses por homicidio y Pablo Calderón y José María Nieto fueron absueltos por ser menores de 16 años en el momento del crimen.
Y por si las penas no hubiesen sido lo bastante benévolas con los asesinos, la mayoría no llegaron a pisar la cárcel y, los que sí lo hicieron, fueron agrupados en la cárcel de Zamora, donde eran encerrados "en familia" los presos de extrema derecha condenados por delitos de sangre. El Tribunal Provincial de Madrid, que juzgaba la causa, dio además tratos de favor a los procesados. Entre otras cosas, a pesar de que se había ordenado el ingreso en prisión de Limiñana y Ángel Luís Nieto en noviembre de 1983, se les permitiría pasar las Navidades en casa por petición propia y no serían encarcelados hasta febrero de 1984. Por su parte, José Antonio Nieto, a pesar de no haber cumplido ni la mitad de la condena en preventiva no volvió a la cárcel tras el juicio. Además, la sentencia negó que hubiese habido delito de alevosía al matar a Alcazo, por lo que el crimen no fue reconocido como "asesinato", sino como "homicidio", rebajando sustancialmente las penas de los procesados. Además, para mayor vergüenza, la defensa alabaría la acción de "los bateadores", alegando que el atentado fue una "acción noble y altruista" puesto que realizarla implicaba "un riesgo físico" para los procesados.
Paradojas de la vida, Pablo Calderón Fornos, uno de los absueltos favorecidos por su condición de menor de edad, resultó poco tiempo después implicado en diversos crímenes de tráfico de drogas, atracos y robos con violencia y condenado por los tribunales tailandeses a 22 años de prisión por tráfico de heroína, aunque sería indultado por mediación de la embajada española en 1986.
Finalmente y tras dos décadas de una intensa lucha por parte de la familia contra la estigmatización y para que a su hijo le fuese concedido el reconocimiento que merecía y que le había sido negado en el juicio, el 14 de diciembre de 2001, José Luís Alcazo fue finalmente reconocido de manera oficial como víctima del terrorismo. A pesar de ello, tristemente, el paso de ya casi cuarenta años tras el vil asesinato, han ido condenando su historia al más absoluto olvido. Espero que este artículo sirva, en la medida de lo posible, para reavivar la memoria de Josefo y la de todos aquellos a los que les arrebataron la vida en esos años y cuyas historias han sido olvidadas en favor del relato de una "transición ejemplar".