Daba igual lo que dijese. Bien podría haber hecho un canto épico a las luchas callejeras o una exaltada apología del Pueblo. No importa. Todas sus palabras estaban abocadas a agotarse en un blablabla reaccionario y mentiroso. Porque el problema nada tiene que ver con lo que dice, sino con desde dónde lo dice. En política, lo verdadero y lo falso no dependen de una realidad objetiva a la que el enunciado se adecue o no, sino de la posición subjetiva desde la que el enunciado es emitido. Desde ese plató sólo se podía hablar contra el Acontecimiento.
Subir al plató era ya posicionarse contra el Acontecimiento. Una vez arriba sólo le restaban dos opciones para hablar con verdad: o bien decir que el 15M fue algo deleznable y sin importancia, en cuyo caso lo que dijese se habría adecuado a la posición desde la que lo decía y sería, por tanto, verdadero aunque reaccionario; o bien haber puesto de relieve el carácter reaccionario de la invasión televisiva misma de la plaza, haber reproducido las palabras de la gente que había ido allí a conmemorar el 15M, haberle dicho a Ana Pastor y a quienes veían en esos momentos la tele la vergüenza que le suponía estar ahí, y haberse ido tal y como llegó. Pero no, Errejón no optó por ninguna de esas soluciones. Decidió fingir que se puede hablar en favor del 15M posicionándose contra el 15M. Decidió vaciar sus palabras de todo viso de verdad. Decidió volver a ser "el idiota de la familia".