Si el movimiento municipalista se definió como un partido-movimiento con un pie en las instituciones y otro en la calle, cada vez ha ido trasladando todo su ser al espacio institucional, lo que genera dos problemas elementales. Por un lado, se sumerge en la inercia de la institución concentrando toda su energía en los tediosos laberintos administrativos del Estado. Por otro, y como consecuencia del primero, pierde el pulso a la vida en los barrios.