Cuesta relatar los sucesos que vinieron después de aquel 18 de octubre. Una fuerza iconoclasta de un pueblo que, destilando optimismo y confianza, se alzó en contra de la noche neoliberal que fue impuesta a fuerza y sangre de miles. El grito de esperanza de millares que, deseosa de dignidad y derechos, se revelaba contra los fundamentos mismos de la sociedad chilena. Un movimiento tan espontáneo, tan masivo, tan popular y sobre todo tan potente y furioso que fue capaz de hacer tambalear a una de las élites más conservadoras del continente. Fue un despertar colectivo que transformó la molestia en indignación y la indignación en rebeldía para llenarnos las grandes alamedas de colores, sueños y utopías.
