En una zona donde existe una acomplejada catalonofobia, ser aragonés y escribir en catalán es un delito execrable, una anomalía que invalida cualquier obra. Y no estoy hablando de ese franquismo de ricio incapaz de distinguir un golpe de estado de una grapadora, sino del extraño sentir popular en el que la diversidad debe ser neutralizada y aniquilada, como si supusiese una amenaza.
