Por alguna peculiaridad de la naturaleza humana, periódicamente, el narcisismo alcanza las alturas del poder y desde allí se precipita en suave chirimiri, calabobos sería una acertada denominación, una fina llovizna casi imperceptible, que acaba por empapar desde la nube virtual, a todo el aparato social. Desde un ignorante vicepresidente taurino-castellano, hasta la alcaldesa del ultimo municipio pirenaico son contagiados por este patógeno mental y a su vez se convierten en agentes de contagio colectivo consiguiendo la adhesión sin fisuras de toda su red clientelar. Del narcisismo patológico de las alturas que habitan los que gustarían de gobernar por la …
