Nos deben una vida: reflexiones sobre la crisis de los cuidados en tiempos de pandemia

No sabemos si la actual crisis sanitaria podrá gestar un cambio más justo en la actual organización social de los cuidados, pero sí sabemos que el recrudecimiento de la crisis de los cuidados como efecto de la pandemia no se resolverá haciendo pequeños y tímidos arreglos de política social La forma que ha adoptado en los últimos decenios la sociedad capitalista supone un constante debilitamiento de las formas de reproducción social, que la irrupción del COVID-19 no ha hecho más que agravar. Aunque esta crisis de reproducción era previa al COVID-19, la virulencia del contagio de este pequeño virus y …

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Foto: Pixabay

No sabemos si la actual crisis sanitaria podrá gestar un cambio más justo en la actual organización social de los cuidados, pero sí sabemos que el recrudecimiento de la crisis de los cuidados como efecto de la pandemia no se resolverá haciendo pequeños y tímidos arreglos de política social

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La forma que ha adoptado en los últimos decenios la sociedad capitalista supone un constante debilitamiento de las formas de reproducción social, que la irrupción del COVID-19 no ha hecho más que agravar. Aunque esta crisis de reproducción era previa al COVID-19, la virulencia del contagio de este pequeño virus y las consiguientes medidas adoptadas pueden agravarla aún más o quizás pueden abrir nuevas ventanas de oportunidad.

Nancy Fraser sostiene que la crisis de reproducción social es una clara expresión de las contradicciones sociorreproductivas del capitalismo. Lo que significa que es el propio capitalismo el que alberga en su interior una tendencia inevitable hacia la crisis reproductiva. ¿Por qué? Porque por un lado, la reproducción social es la que posibilita la necesaria acumulación de capital y, por otro lado, la orientación del capital hacia la acumulación ilimitada termina por desestabilizar los procesos de reproducción social sobre los que se asienta. De esta manera, el sistema económico capitalista depende y se aprovecha de actividades externas a él, como la prestación de cuidados, a las que no asigna ningún valor social ni monetario y trata como si fuesen gratuitas. De hecho, el capitalismo no podría funcionar sin el trabajo doméstico, sin la crianza de los niños y niñas, sin el cuidado de los ancianos y ancianas, sin los cuidados afectivos y sin el resto de actividades imprescindibles para producir nuevas generaciones de trabajadores y trabajadoras y para mantener los vínculos sociales.

En consecuencia, no podemos hablar de crisis de reproducción social ni de crisis de los cuidados sin aludir a esta contradicción sociorreproductiva del sistema capitalista. Ahora bien, aunque la tendencia hacia la crisis reproductiva es constitutiva del propio sistema capitalista, es necesario puntualizar que esta tendencia ha adoptado históricamente diferentes formas. De manera que la actual crisis de los cuidados constituye la forma histórica de esa contradicción en la fase más reciente de desarrollo capitalista, es decir, en el capitalismo neoliberal financiarizado. Esta se caracteriza por la desinversión estatal en bienestar social y por la externalización de los cuidados a las familias. Esta externalización se ha producido al mismo tiempo que se ha reducido considerablemente la capacidad de las familias para poder atender las tareas de cuidados. El resultado de estos cambios es una organización social de los cuidados dual: mercantilizada, para quienes pueden comprar servicios de cuidados en el mercado, y privatizada, para los que no pueden hacerlo.

La tendencia del capitalismo hacia la crisis económica y las contradicciones económicas que alberga en su seno ya fueron puestas de manifiesto hace muchos años por los economistas marxistas, sin embargo, dejaron de lado la tendencia del capitalismo hacia la crisis de reproducción social. Por eso mismo, dice Nancy Fraser que mientras se siga ocultando esta contradicción del sistema capitalista y su tendencia a la crisis de reproducción social, esta se irá haciendo más severa. Si no se visibiliza la relación de interdependencia que existe entre las actividades productivas y las reproductivas y se prioriza por encima de todo la acumulación de capital para salir de la crisis, se desestabilizarán aún más los cada vez más precarios procesos de sostenimiento de la vida.

Sin embargo, como consecuencia del impacto de la COVID-19 nos encontramos ante una situación insólita. Para afrontar la crisis sanitaria los gobiernos de muchos países han decidido, aunque sea temporalmente, priorizar las actividades reproductivas por encima de la acumulación de capital, con el fin de salvaguardar las vidas de las personas. Efectivamente esta crisis está poniendo de relieve qué trabajos son esenciales y su importancia y qué trabajos son necesarios y cuáles no. Pero esto no ha ocurrido de repente, el virus ha imprimido un salto, sí, pero ha habido antes una marea feminista que ha visibilizado largamente la importancia de los procesos de reproducción social, y también en años atrás mareas educativa y sanitaria.

Los efectos de la pandemia

1) En primer lugar, la actual coyuntura de pandemia y de emergencia sanitaria ha supuesto un reforzamiento del Estado o, en palabras de la socióloga argentina Maristella Svampa, la aparición de un “leviatán sanitario” supuestamente transitorio, que muestra dos facetas diferenciadas:

- La primera es la reaparición del estado social, tan denostado por el capitalismo financiarizado, mediante la puesta en marcha en nuestro país de medidas de intervención social, que han introducido formas innovadoras de protección para algunos sectores de la población nunca antes tenidos en cuenta, como las trabajadoras del hogar. El aumento del desempleo va a ser de tal envergadura que hasta los economistas liberales hablan de la necesidad de un New Deal o vuelta al Estado de Bienestar para poder sortear esta crisis.

- La segunda faceta es el establecimiento del Estado de Alarma mediante la limitación de derechos, la vigilancia de la población, la militarización de la sociedad o la represión en nombre de la guerra al coronavirus. El estado de alarma se ha convertido estos días en la condición normal, una condición que ha reducido la vida a su aspecto más  puramente biológico y la ha alejado de las dimensiones sociales, políticas, humanas y afectivas. Por tanto, el coronavirus es mucho más que una enfermedad, constituye la justificación legítima para suprimir la vida social y las libertades sin  ningún derecho a réplica, pues la protesta social y los conflictos antes presentes permanecen ocultos.

2) En segundo lugar, se ha construido un discurso bélico que actúa a modo de señuelo ocultando tras de sí las causas ambientales de la pandemia y la relación existente entre globalización capitalista depredadora y crisis ecológica. El discurso bélico, al ocultar el origen del problema, solo permite abordar los síntomas en lugar de las causas. Pero ese no es el único efecto perverso, también hay que tener en cuenta que el discurso bélico al apelar más al miedo que a la solidaridad ha favorecido la puesta en marcha de un sistema de vigilancia ciudadano y la emergencia de los denominados “chivatos y chivatas de balcón”.

3) En tercer lugar, y como contrapartida a la pulsión delatora que se ha instaurado en parte de la sociedad, la pandemia ha puesto de manifiesto otra pulsión de signo opuesto, la del apoyo mutuo. La crisis del COVID-19 ofrece la oportunidad de visibilizar algo que los feminismos llevan años sacando a la luz, la vulnerabilidad de la vida y nuestra naturaleza interdependiente, es decir, que dependemos las unas de las otras para sobrevivir y que necesitamos entretejer redes de apoyo para llevar a cabo nuestras tareas cotidianas. Pese a que muchas personas lidiamos a diario con enfermedades, crianza, personas dependientes a nuestro cargo, enfermedades mentales, discapacidad, etc... la sociedad capitalista ha vivido de espaldas a esta frágil realidad, promoviendo a cambio un falso ideal de autonomía. Sin embargo, la visibilización de la vulnerabilidad e interdependencia que la pandemia ha permitido, se manifiesta de forma muy potente estos días en la creación de redes colectivas de cuidado mutuo, reciprocidad y solidaridad en barrios y pueblos de todo el territorio. Ahora bien, es importante señalar que estas redes no pueden sustituir a lo público ni lo público puede fagocitar el trabajo de estas redes comunitarias, ambas esferas son necesarias y complementarias.

4) En cuarto lugar, la crisis del COVID-19 nos pone frente a un dilema: nos encaminamos hacia una globalización neoliberal aún más autoritaria y securitaria o, por el contrario, nos encaminamos hacia la construcción de una globalización más democrática, ligada al paradigma del cuidado y a un nuevo pacto ecosocial y económico. Es decir, una vez que pase la pandemia ¿se seguirá reforzando el aspecto ecosocial del estado o el aspecto securitario? Sería deseable que se optase por un reforzamiento del aspecto ecosocial, pero ¿hasta qué punto el estado español será capaz de llegar a un equilibrio entre reproducción ecosocial y producción económica?

Sin duda aún es pronto para responder a esta pregunta, pero ya se vislumbra que cuando termine la pandemia no vamos a encontrar el mismo mundo que dejamos y que el endeudamiento tanto público (para destinar fondos a la salud pública y a subsidios sociales) como privado (la gente no tiene ingresos) va a ser enorme.  Ante este panorama es necesario volver la vista atrás, más concretamente a la crisis global de 2008, para no repetir las desacertadas soluciones ofrecidas a dicha crisis, pues implicaron una reconfiguración social y política que no hizo más que aumentar las desigualdades y la concentración de la riqueza. Es importante, por tanto, desechar esas falsas soluciones y evitar que vuelvan a emerger en la actual coyuntura de crisis de COVID-19. Aunque no solo bastará echar la vista atrás para conseguir que el estado español se encamine hacia un mayor equilibrio entre reproducción social y producción económica, todo dependerá también de las presiones que los movimientos sociales sean capaces de hacer desde abajo y si estos movimientos podrán contrarrestar las fuertes presiones que ya están haciendo los sectores económicos en sentido opuesto. También es cierto que por más medidas de intervención social que se pongan en marcha en un país, estas deberían ir acompañadas de una redefinición de las relaciones internacionales y multilaterales que no parece a día de hoy que se vaya a producir.Aunque sea imposible pronosticar si seremos capaces de aprovechar la crisis del coronavirus para redefinir la situación preexistente, sí debemos tener en cuenta que el actual contexto nos ofrece una serie de oportunidades o caminos que transitar:

La crisis del COVID-19 al poner en evidencia la vulnerabilidad de la vida, ha dado al paradigma del cuidado y a los trabajos de cuidados una relevancia y visibilidad que no tenían anteriormente. Fenómeno que no podría haberse producido sin las luchas previas de los feminismos por poner en valor los cuidados. Un ejemplo de la citada relevancia es que se están destinando mayores recursos económicos para proteger a las personas o que ahora muchos políticos dicen públicamente que la vida es lo primero, aunque esto no ha sido históricamente así y la vulnerabilidad en el neoliberalismo esté privatizada y se resuelva de manera individual. Otra muestra de ello es el reconocimiento social que la ciudadanía otorga estos días a la tarea desempeñada por el personal sanitario, una tarea ligada al cuidado de la salud y, en definitiva, al sostenimiento de la vida. O el reconocimiento a las trabajadoras de la limpieza, a las trabajadoras de las residencias de ancianos, a las empleadas de hogar y de cuidados o a las dependientas de supermercados, trabajos feminizados que se están poniendo en valor estos días, pues nos han permitido al resto quedarnos en casa, pero que no se habían tenido en cuenta anteriormente o directamente se despreciaban.

Ahora bien, queda mucho por pelear y hay contradicciones. El merecido reconocimiento a la sanidad pública está en primer plano y se extiende la idea de que la salud es un hecho colectivo, pero hay grupos igual de importantes que permanecen en un segundo lugar. Sigue habiendo jerarquías dentro de los trabajos de cuidados, no se reconoce de igual manera la labor de los médicos y enfermeras que la de los celadores, limpiadoras, dependientas o empleadas domésticas. Además, resulta ciertamente contradictorio que el Gobierno haya considerado en este momento como esenciales trabajos tan sumamente desvalorizados y precarizados. Esto ocurre porque la mayor visibilización en estos días de la importancia social de los cuidados no ha venido  acompañada del necesario debate sobre su reparto, ni del cuestionamiento de que los trabajos más relevantes para la vida los haga quien menos capacidad de elección y peores condiciones laborales tiene. Sin duda, la nueva coyuntura sanitaria no ha modificado un sistema de cuidados deficiente, es decir, que los cuidados siguen estando privatizados, se siguen dando en condiciones de precariedad, fuera del común y se sigue negando el derecho colectivo al cuidado.

Aún así, debemos aprovechar la mayor relevancia o prioridad que se está dando a las cuestiones de la reproducción social, o sostenimiento de la vida, en estos momentos de pandemia, para reclamar que se continúe por esta senda cuando la pandemia finalice. Porque tenemos que exigir que las medidas de reorientación de los gastos sociales se extiendan en el tiempo, porque la batalla por lo público es la batalla por la redistribución de la riqueza, y para que todos esos trabajos tradicionalmente desvalorizados e invisibilizados y que hoy son valorados por la crisis, se sigan teniendo en cuenta cuando esto acabe y no se sigan llevando a cabo en condiciones de precariedad.El lenguaje de la guerra, es decir, entender el coronavirus en clave belicista fortalece el abordaje patriarcal de la economía. Por consiguiente debemos contraponer a la lógica de guerra una lógica de los cuidados y un abordaje feminista de la economía. El actual contexto de puesta en valor de los trabajos de cuidados favorece el necesario cambio de lógica. Por tanto, hay que ver en esta crisis no a un enemigo a batir, sino una oportunidad para poner en el centro el sostenimiento de la vida y mitigar las desigualdades sociales, no reforzarlas. Desde la lógica de los cuidados o del sostenimiento de la vida, ¿sobre qué aspectos es importante que vayamos pensando?:

- Tenemos que reivindicar que no podemos volver a la normalidad, pues la normalidad era injusta y destructiva, y por tanto para sortear la crisis no deben adoptarse medidas que refuercen el modelo disfuncional que teníamos previamente. Además, ya no hay una normalidad a la que volver, la realidad se construye día a día y el contexto ya es otro. Esta pandemia no solo nos ha puesto frente a nuestra propia vulnerabilidad como personas, sino también como sociedad, pues el impacto de los recortes en la calidad asistencial de la sanidad y en los cuidados de los ancianos se han puesto en evidencia en esta crisis. Los recortes en sanidad, en el gasto en residencias de la tercera edad y la falta de personal han hecho mella y son responsables de muchas de muertes que podrían haberse evitado si el sistema de salud no estuviera ya previamente colapsado. La emergencia social era anterior al covid-19, pero se está agravando aún más. El coronavirus castiga más a los barrios obreros y a los sectores más desfavorecidos, porque la desigualdad social afecta a la salud de las personas. Del mismo modo, también la emergencia climática era anterior al covid-19 y si no visibilizamos que la salud de las personas tienen mucha relación con el cambio climático y con unos sistemas agroalimentarios disfuncionales, tendremos serios problemas.

-  Hay que seguir fomentando la capacidad de autoorganización de los cuidados, pensar en nuevos modos de protección común y fortalecer los espacios de apoyo mutuo, porque con la crisis se ha activado el miedo y la mejor forma de combatirlo es protegernos de manera colectiva y resistir con nuestras propias herramientas. Un ejemplo de como tejer vínculo colectivo y de como cuidarse unas o otras son las redes de cuidado de los barrios, que intentan detectar y paliar situaciones de  vulnerabilidad y de soledad en colaboración con los centros de salud y con los servicios sociales. También diferentes colectivos desfavorecidos (como manteros y trabajadoras del hogar y los cuidados) han organizado cajas de resistencia para poder sobrevivir ante la falta de ingresos, de derechos y las carencias de las administraciones públicas. Sin duda, estas redes de apoyo mutuo activadas a partir del confinamiento como respuestas inmediatas, tienen una importancia fundamental para sostener los vínculos comunitarios que vamos a necesitar ahora más que nunca. Ahora bien, estas redes no surgen de la nada, sino del sustento de distintas luchas vecinales, sociales, feministas de las últimas décadas, y hay que señalar que tienen unos límites evidentes. Y es que no pueden llevar a cabo una redistribución de la riqueza, que es precisamente lo que necesitamos si tenemos en cuenta la crisis socioeconómica que viene. Pero ante la dejación de unas administraciones públicas que no hacen mucho por cuidar de su ciudadanía, dejando a la gente sin comida, sin recursos y sin casa, los grupos de apoyo son los que están solucionando la papeleta de un buen número de familias, buscando recursos hasta debajo de las piedras.

- Es importante analizar la crisis sanitaria y el confinamiento desde el punto de vista de los feminismos y hacernos una serie de preguntas. ¿Por qué los mercados ecológicos no han sido considerados un servicio esencial?, ¿por qué se vuelve a poner en marcha la economía, mientras los colegios, que cubren el derecho fundamental a la educación, permanecen cerrados? También podemos cuestionarnos ¿cómo sería un confinamiento feminista?,  ¿permitiría formas de cuidado colectivas y controladas? o ¿quién puede hacer el confinamiento y en qué condiciones? Porque muchas personas han seguido trabajando en servicios considerados esenciales, poniendo en riesgo su vida. Además, el aislamiento no es igual para todas las personas, no es lo mismo confinarse en una vivienda pequeña, abarrotada,  con escasos recursos y sin conexión a internet, que en una vivienda grande, con jardín y recursos más que suficientes. Por otro lado, la casa no es siempre un lugar seguro, especialmente en el caso de mujeres que sufren violencia machista. Todo esto pone de manifiesto que el espacio doméstico reproductivo sigue siendo un lugar de conflicto, con algunas especificidades nuevas derivadas de la situación de pandemia, pues ahora conviven en el espacio doméstico de manera precaria e injustamente repartidas las tareas domésticas, el teletrabajo y la escuela sin lugar posible para el descanso. Esta crisis sanitaria muestra también cómo nuevamente el peso recae en los hogares, que tienen que resolver el día a día en un contexto de mayor dificultad. Es necesario seguir mostrando que el cuidado de la vida y su sostenimiento no se hacen por arte de magia desde los hogares y que hace falta asegurar unos mínimos para que sean viables. Por tanto, debemos seguir cuestionando lo que ocurre dentro del espacio doméstico, pues este no debe ser un espacio no politizado. Como dice una pintada de Mujeres Creando de Bolivia, “Quedarse en casa no significa callarse en casa”.- Es prioritario auxiliar a las economías y sectores más golpeados, especialmente a las personas que trabajan en la economía sumergida y que no tienen papeles. Es decir, es necesario llevar a cabo un debate sobre los privilegios y como estos privilegios favorecen un mayor control de las formas de reproducción social. Ciertamente, el virus no discrimina, pero nuestros modelos sociales sí lo hacen y por ese motivo los efectos de esta pandemia están siendo tremendamente desiguales. Por poner un ejemplo, entre las medidas puestas en marcha por el gobierno se encuentra un subsidio extraordinario para aquellas empleadas de hogar que debido a la crisis del COVID-19 se hayan quedado sin empleo, siempre y cuando puedan acreditar que la parte empleadora las ha despedido o suspendido de empleo. Teniendo en cuenta que más del 30% del sector se encuentra en situación administrativa irregular, esta medida en la práctica deja fuera a un número muy elevado de trabajadoras.

- Si tenemos en cuenta que la actual situación de pandemia va a conllevar un empobrecimiento de la población y una pérdida masiva de empleo, es importante que sigamos reclamando el derecho colectivo al cuidado y la desmercantilización de los cuidados, favoreciendo para ello tanto el desarrollo de instrumentos públicos como el fomento de la autoorganización comunitaria. Por lo que respecta al desarrollo de políticas públicas de protección social, estas no solo deberían garantizar unos ingresos mínimos (renta básica), sino que deberían traducirse también en el desarrollo de unos servicios públicos de calidad, que permitan resolver las necesidades de cuidados sin tener que recurrir al mercado. En consecuencia, urge que nos pongamos a pensar en modos de resolver la vida de manera más colectiva y menos mercantilizada. Nos va la vida en ello y no tenemos tiempo que perder.

- El cuidado debe ser un mecanismo de acceso a derechos y a la ciudadanía. Lo que hace ciudad es el cuidarnos, el acceso a los derechos tendría que ser en la medida en la que participamos de la comunidad política, social y de vida. Entonces, necesitamos los recursos para que cuidar y ser cuidadxs sea una realidad, y no una catástrofe.- Siempre hemos tenido muy claro en el plano teórico y filosófico qué entendemos por poner la vida en el centro, pero urge materializarlo aún más y traducirlo en medidas y luchas políticas concretas. Aunque teniendo en cuenta que no podemos poner en el centro cualquier vida, igual sería preferible usar la expresión poner los cuidados en el centro, de esta forma situamos en el centro a las personas que llevan a cabo los cuidados y a la propia vulnerabilidad de la vida.

Poniendo los cuidados en el centro

Poner los cuidados en el centro supone que todas las personas puedan tener derecho y garantía a una salud y a una educación públicas y de calidad, a unas políticas públicas de cuidados y a unas buenas condiciones de trabajo. Por tanto, hace falta destinar más recursos e invertir en infraestructuras públicas universales, gratuitas y de calidad. Además, es necesario recuperar los derechos laborales perdidos desde los años ochenta, empezando por la derogación de la reforma laboral del 2012.

Poner los cuidados en el centro pasa por asegurar que todas las personas tengan acceso a una vivienda digna, por invertir en vivienda social y por aumentar las ayudas para el pago del alquiler (independientemente de su situación administrativa).

Poner los cuidados en el centro es promover y apoyar el comercio de proximidad y los mercados agroecológicos.

Poner los cuidados en el centro es buscar nuevas fórmulas, tanto institucionales como comunitarias, para conciliar la vida social, laboral y familiar y ser capaces de ofrecer soluciones novedosas. Porque, qué hacemos con el cuidado de la infancia y de las personas mayores. Sobre todo ahora que los colegios van a permanecer cerrados, que no hay suficientes plazas en residencias públicas para cubrir la demanda de cuidados de personas ancianas y que las residencias privadas, a parte de no estar al alcance de la mayoría, han mostrado en esta crisis sanitaria sus deficiencias y falta de medios para ofrecer un cuidado digno.

Poner los cuidados en el centro implica un respeto por las formas de vida no humanas (la tierra y los ecosistemas).

Poner los cuidados en el centro es visibilizar la deuda que los grandes capitales tienen con nosotras por todo el trabajo gratuito que llevamos décadas aportando a la producción común. Porque nosotras no estamos en deuda con los grandes capitales, sino al revés, ellos lo están con nosotras y es el momento de que empiecen a pagar.  Pero, ¿cómo?:

-Con una renta mínima de cuarentena sin trabas burocráticas.

-Con la condonación, no el aplazamiento, de alquileres y otros servicios de primera necesidad, como agua, electricidad o gas. El aplazamiento no nos sirve, porque dentro de seis meses podemos estar aún peor. En ese sentido algunas de las ayudas puestas en marcha por el gobierno, en realidad solo suponen endeudamiento. Además se ponen muchas trabas, son difíciles de solicitar y se están denegando a mucha gente, porque es difícil cumplir todos los requisitos. Por eso, no queremos deuda disfrazada de ayuda.

-Reconocer la aportación al común que supone todo el trabajo de cuidados realizado fundamentalmente por mujeres y pedir a cambio un salario para los trabajos de cuidados. En cierto modo sería retomar la reivindicación feminista de los años 70 de un Salario para el Trabajo Doméstico, tanto para quienes lo hacen de forma asalariada, con plenos derechos y bien pagado, como para quienes no lo hacen de forma laboral, como reconocimiento de las horas aportadas al común y a la reproducción de la comunidad. Porque como dice Silvia Federici el movimiento feminista debe confrontar las condiciones materiales de la vida de las mujeres, si quiere realmente poner en cuestión el sistema patriarcal y el sistema neoliberal.

-Aunque el pago de la deuda, como hemos dicho antes, no debe ser solo en forma de renta individual, sino que debe ser también en forma de sistemas públicos de calidad.Poner los cuidados en el centro es apostar por la renta básica como un modo de protección frente al chantaje laboral. Pero queremos una renta básica que suponga un cambio de sistema y no tener que estar pagando por servicios que deberían ser públicos. Queremos una renta básica que garantice un mínimo de servicios como la vivienda, sanidad y educación, por que si no esta renta se irá, por ejemplo, en el pago de un alquiler inflado por la burbuja inmobiliaria.

Poner los cuidados en el centro es poner en marcha una fiscalidad redistributiva, lo que puede traducirse en un reparto de la riqueza mediante el aumento impositivo, la creación de una tasa covid a las grandes fortunas (que grabaría a los patrimonios de más de un millón de euros y en diez años permitiría financiar el gasto generado por coronavirus) o el veto a las empresas con sedes en paraísos fiscales, etc. Medidas encaminadas, en opinión de la Plataforma por una Fiscalidad Justa, a garantizar que se supera la recesión económica producida por la pandemia sin empeorar las condiciones de vida de la ciudadanía.

Poner los cuidados en el centro debería ir acompañado de una derogación de la actual Ley de Extranjería y llevar a cabo una regularización amplia y extraordinaria de todas las personas migrantes que viven en el territorio español y que no pueden acceder a las ayudas que se están poniendo en marcha y que, además, llevan al menos tres años trabajando en negro y son quienes más explotación laboral sufren. ¿Porque, cuántos años hace que no hay una regularización extraordinaria como las que hicieron en el pasado PSOE y PP? De hecho, otros países europeos así lo han hecho recientemente para afrontar la crisis del COVID-19. El gobierno portugués decidió regularizar a finales de marzo a todas las personas migrantes que hubieran solicitado el permiso de residencia, con el fin de garantizar los derechos de todos los ciudadanos con independencia de su situación administrativa. Mientras que el gobierno italiano, el 13 de mayo puso en marcha una regularización de 250.000 personas migrantes dedicadas a labores agrícolas o de cuidado doméstico.

Poner los cuidados en el centro es hacer uso y seguir reinventando la potente herramienta de la Huelga Social, puesta en marcha por el movimiento feminista. La Huelga Social no es una forma de protesta cualquiera, sino que pone en el centro el poder colectivo cotidiano y cómo la riqueza común depende de lo que hacemos. Una nueva oportunidad se abre estos días con la Huelga de Alquileres, porque aprovechando la globalidad de la crisis, se trataría de poder dar una cobertura política amplia a un hecho que ya está sucediendo en distintos lugares del mundo: que muchos alquileres no van a poder ser pagados.

Poner los cuidados en el centro pasa también por desnaturalizar los compartimentos estancos de las políticas públicas, mostrando la interconexión que existe entre todas ellas. Porque los cuidados son un asunto de índole económica, de esta manera, cuidar de la ciudadanía significa invertir en recursos, en vivienda pública, en sanidad, en parques, en movilidad sostenible, en lucha contra la violencia machista o contra la discriminación LGTBI, en apoyo al comercio de proximidad o contra la pobreza infantil.

En conclusión, no sabemos si la actual crisis sanitaria podrá gestar un cambio más justo en la actual organización social de los cuidados, pero sí sabemos que el recrudecimiento de la crisis de los cuidados como efecto de la pandemia no se resolverá haciendo pequeños y tímidos arreglos de política social. Si no somos capaces de pensar en un nuevo pacto ecosocial y económico a nivel global, que coloque el paradigma de los cuidados o la primacía de la reproducción social en el centro, no saldremos airosas de la crisis del COVID-19, sino que vendrá a recrudecer aún más la preexistente crisis. La única solución a la crisis de reproducción ecosocial es llevar a cabo una profunda transformación estructural del actual orden social, de tal modo que en la contradicción existente entre acumulación de capital y reproducción de la vida, pongamos por delante y como una prioridad ineludible esta última. Mientras tanto, tenemos que seguir luchando por el control de las condiciones de reproducción de la vida, es decir, por lo común. Y la lucha por lo común se materializa estos días en las luchas por la vivienda, la sanidad y la educación públicas de calidad, la soberanía energética y alimentaria, los derechos de las personas migrantes, los derechos de las trabajadoras del hogar y los cuidados, la reducción de la jornada laboral, por una renta mínima de cuarentena, etc… Luchas todas ellas que nos ayudan a recuperar la capacidad de decidir sobre nuestras vidas.

Para finalizar, es necesario advertir que por el hecho de poner en el punto de mira la reproducción social no habremos logrado despatriarcalizar la sociedad, pues la actual organización social de los cuidados sigue siendo injusta, está mal repartida, está feminizada y racializada y estas son cuestiones que también urge abordar y que no podemos dejar de lado.

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