La ley del silencio: 80 años después

Las víctimas todavía no han sido capaces de superar un silencio aprendido a base de miedo. La democracia no ha sido capaz de devolver la paz a quienes tienen un cuerpo al que llorar.

Foto: Rocío Durán

Antes de abrir la puerta esa noche de verano Luis y Mercedes ya sabían que sería lo que vendría después. Él y el mayor de sus hijos e hijas, Pedro, acabarían fusilados junto a otras ocho personas en una cuneta a las puertas de Beriain. Su delito, según los informes encontrados, fue no asistir a la iglesia y su “desafección” por el Movimiento. Para el libro que 50 años más tarde recuperaría la historia de Nafarroa, fue pedir el reparto justo de las corralizas y de las tierras contiguas de Cabanillas. Para esta familia sindicalista supuso la pérdida de todas sus propiedades, el hambre y una vida cargada de recuerdos que jamás perdonarían. Según Emi, la más pequeña de los y las hermanas, Mercedes moriría 10 años más tarde de la llamada “mal moral”.

La magnitud de la violencia de un Estado dictatorial suele expresarse en cifras, número de asesinados o de represaliados. Sin embargo, existen violencias más sutiles y silenciosas que resultan difíciles de cuantificar pero que a través de los actos cotidianos reproducen y producen formas de dominación que perduran en la cultura generación tras generación. Ver, oír y callar se convirtió en la primera norma de supervivencia de muchas familias españolas y las personas que sobrevivieron acompañaron en silencio el trauma y, con él, a sus seres queridos asesinados, torturados y desaparecidos. La violencia del silencio y de negación de asistencia a las víctimas ha llegado hasta nuestros democráticos días y así escuchamos al presidente del Gobierno español Mariano Rajoy ironizar sobre el presupuesto de la Ley de Memoria Histórica: “La dotación presupuestaria ha sido cero. La media es cero y fue cero todos los años”. Para la filósofa Judith Butler en su obra Marcos de guerra. Las vidas lloradas esta actitud tiene un claro objetivo, no reconocer el daño causado y así mantener la dominación de los grupos privilegiados más allá de la denominada Transición: “La distribución diferencial del derecho a duelo entre las distintas poblaciones tiene importantes implicaciones a la hora de saber por qué y cuando sentimos disposiciones afectivas de especial importancia política, como, por ejemplo, horror, culpabilidad, sadismo justificado, pérdida o indiferencia”.

“Aprendieron que lo mejor era que los hijos no supieran nada”

Así, unos y unas 100.000 españolas continúan en fosas comunes porque esas vidas ya no importan y los y las que pudieron enterrar a sus parientes siguen con la losa del silencio a cuestas porque lo que fue una imposición, una estrategia de supervivencia se ha convertido en parte de ellas mismas. El comentario más repetido por las hijas y el hijo de Emi es que nunca supieron gran cosa de lo que ocurrió en Cabanillas, que sabían que no debían preguntar y que lo poco que conocieron fue a través de pequeños comentarios y comportamientos que se escapaban en la cotidianidad de los días.

Gloria era ya mayor cuando descubrió la aversión de su madre hacia su pueblo y que la peregrinación que Emi realizaba cada año a su cementerio durante el día de Todos los Santos era una vuelta al Cabanillas de 1936 y a los años de miseria y humillaciones de la posguerra: “Al principio es cállate, cállate y ya se acostumbran a estar calladas, luego el día a día y con los problemas que tuvo después pues ya no te puedes estar acordando de lo que pasó. Para nosotros ha sido un descubrir. Aprendieron que lo mejor era que los hijos no supieran nada”. En una época donde alzar la voz o simplemente mencionar tu pasado republicano suponía arriesgarse a la violencia desmedida del Estado, Emi aprendió por imitación a guardar silencio: “Igual fue por protegerse ella y proteger a los demás. El no querer saber nada de ellos (de los asesinos de su familia) ella se protegía así y nos protegía”, comenta Marisa.

Foto: Roció Durán
Foto: Roció Durán

Una forma más de violencia social

Por ello, no resulta casual que las propias víctimas y con ellas, sus familias, todavía no hayan sido capaces de superar ese silencio aprendido a base de miedo. Tal vez se deba a que ni siquiera la democracia ha sido capaz de devolverle la capacidad de duelo y la paz a aquellos que ya tienen un cuerpo al que llorar. En una entrevista Butler apuntó que, en toda guerra, en todo Estado siempre hay una versión oficial de los hechos que condiciona nuestra forma de interpretar quién es una víctima o quién necesita apoyo: “La estructura de las creencias es tan fuerte que permite que algunos tipos de violencia se justifiquen o ni siquiera sean considerados como violencia. Así, vemos que no se habla de asesinados sino de bajas, y que no se menciona la guerra sino la lucha por la libertad”. Si lo acercamos al caso español, actualmente pasar página u olvidar el pasado como apuntan los sectores conservadores de la sociedad solo es una forma más de violencia social, de negación del dolor sufrido y de falta de reconocimiento para los supervivientes. El desmantelamiento de la Ley de Memoria Histórica y la falta de asistencia a las víctimas y sus familias no aportan nada nuevo al panorama político español, solo repiten el mismo modelo aprendido durante más de 40 años de dictadura.

En Nafarroa no llegaron las trincheras, pero la venganza, el odio y la codicia arrasaron con aquellas personas que trataron de luchar por una sociedad más justa. No hubo guerra, pero sí hubo fusiles, cunetas y cabezas rapadas. De hecho, su número de asesinados en retaguardia es muy superior al de otras zonas. Muchas de las víctimas, como le ocurrió a Emi, escaparían de la miseria y el dolor hacia las ciudades; concretamente, ella llegaría con solo 12 años a Zaragoza para servir en la casa del alcaide de la cárcel de Torrero.

Sobre lo que ocurrió durante la guerra y la posguerra en Cabanillas apenas se sabe, el silencio y el tiempo hace que cada vez sea más difícil recuperarlo, pero en 1986 la asociación Altaffaylla Kultur Taldea pudo recoger de los 168 Juzgados navarros las inscripciones de los represaliados y a través de algunos testimonios pudieron publicar Navarra 1936. De la esperanza al terror. El hijo mayor de Emi, Enrique, asegura que la única forma de reconciliación y de descanso para las víctimas y sus familias es con proyectos como el que esta asociación pudo llevar a cabo gracias a la disposición de las instituciones navarras: “Lo único que queremos es lo que hicieron con el abuelo, encontrarlo, enterrarlo en el cementerio y homenajearlo con este libro. Lo que hizo Navarra, queremos saber dónde están para enterrarlos con los nuestros”.

"Pues mira escoge, o ella o tú"

Emi tampoco olvida a su madre, que, a pesar de no ser considerada como una víctima del 36, después de la miseria y las vejaciones a las que fueron sometidas las “mujeres de los rojos” acabaría por morir unos años más tarde. La hija de Emi, Marisa recuerda que su madre le contó, en un arrebato de sinceridad que la esposa del asesino de su padre se interpuso entre su abuela y él cuando iban a raparle el pelo y humillarla recogiendo los excrementos de las caballerizas: “Entonces la mujer de uno de los asesinos les dijo ‘¿no os parece bastante lo que habéis hecho con la Mercedes que aún queréis hacerle esto?’ ‘Pues mira escoge, o ella o tú.’ Y dijo pues si tienes cojones me lo haces a mí. Y se lo hizo a su mujer”.

Gracias a estos arrebatos, estos momentos de sinceridad que irrumpían en la calma de la familia fue como las hijas y el hijo de Emi conocieron parte del pasado de su madre. Probablemente esta fuera la única forma de resistencia ante la represión, resistir desde los pequeños comentarios que te liberan, demostrar que no olvidas, aunque sea desde el anonimato de la rutina. Lo que sí recuerda Carmen, la pequeña de las hermanas es el respeto que tenía por sus padres: “Y orgullo ha tenido que nos ha contado que cuando le decían algo en el colegio les pegaba con las carteras de madera”.

“La no violencia no es un estado pacífico, sino una lucha social y política para hacer que la rabia sea algo articulado y eficaz; eso tan esmeradamente condensado en iros a la mierda”, afirma Butler. Quizás sin saberlo, Emi, y como ella otras víctimas, hizo suya la expresión de “lo personal es político” de la feminista Kate Millett y tratara de defenderse de la opresión del silencio con estos pequeños actos de rebeldía.

Sin embargo, por muy empoderante que pueda resultar la lucha individual, lo cierto es que las consecuencias de la violencia y el terror padecidos siguen atravesando la piel de los y las supervivientes. Para el Estado español y su gobierno recuperar la memoria histórica es ineficaz, inútil e improductivo, sin embargo, para Altaffaylla Kultur Taldea: “La palabra ‘perdón’ no tiene por qué hacerse sinónima de olvido. Conocer a fondo esta página de nuestra historia puede ser buen antídoto para evitar que se reproduzca.” Sobre todo, cuando resulta más que evidente que las vidas de unas personas todavía no se consideran dignas de ser lloradas, mientras que las de otras se condecoran, homenajean y rinden honores a diario.

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