Mientras rodeo con mi perra Lía la plaza Salamero, otro desatino del Ayuntamiento de Zaragoza, recuerdo cómo era este lugar antes. En cuántas ocasiones nos hemos refugiado en días calurosos bajo su generoso arbolado. Lía también debe de tener en su memoria esta plaza como un lugar refugio porque siempre que pasamos cerca busca los árboles, igual que yo. En poco tiempo, de forma abrupta, sin dar explicaciones convincentes, escondiendo información, sin contar con la oposición ni con las asociaciones ecologistas, la plaza fue borrada del mapa y con ella todo el impagable depósito de oxígeno que ofrecía.
Al alejarme de la plaza en obras, recuerdo que, hace unos días, al sur de China se descubrió un sumidero gigante que alberga un bosque en sus profundidades. El sumidero tiene 192 metros de profundidad, árboles de 40 metros de altura que se estiran hacia la luz solar y una maleza que puede cubrir a una persona. Los científicos creen que podría contener especies vegetales y animales desconocidas hasta la fecha.
La comunidad científica está entusiasmada con este hallazgo, Lía y yo también. No dejo de soñar que quizá muy cerca de lo que fue la plaza Salamero hay un bosque clandestino, un sumidero donde los árboles se protegen de administraciones irresponsables, de lo inhóspito del paisaje que diseñan quienes no tienen en cuenta la debacle climática que se aproxima.
Un paseo por la ciudad deja constancia de lo mucho que respetamos el cemento y lo poco que valoramos los árboles. Hasta el punto de que, si no ponemos remedio, podría convertirse en un referente para Zaragoza. ¿De dónde eres? Antes decía de la ciudad del cierzo, pero ahora soy de la ciudad del cemento.
Bajo el cemento no hay nada. Solo silencio. No brota la vida, no crecen bosques como el que acaban de encontrar en China. Es difícil que ese enemigo acérrimo para el gobierno municipal llamado árbol pueda encontrar un sitio por donde brotar. No hay oxígeno bajo el cemento. Tampoco en estas plazas duras verás personas buscando refugio, ni gatos ni perros disfrutando de su sombra, ni pájaros en sus ramas, ni abejas zumbando, ni crujir de hojas... El silencio es su reino.
Y el Ayuntamiento de Zaragoza lo sabe, apuesta por el cemento, lo prioriza en su programa de gobierno. De hecho, los árboles de la plaza Salamero serán sustituidos, según el concejal de Urbanismo, por pérgolas metálicas: "Las pérgolas asegurarán dos planos de sombra diferenciados, uno será la estructura metálica de los parterres y otro un tamiz de listones de madera dispuestos verticalmente".
Solo sobrevivirán dos de los 12 olivos que poblaban la plaza, pero hay que recordar que fueron talados y hay serias dudas de que puedan ser trasplantados con éxito. Así es como define el consistorio una obra peatonal, verde y sostenible: pérgolas metálicas, listones de maderas y césped. El concejal Serrano se burla de la política actual de lucha contra la emergencia climática que ha puesto el foco en la importancia de los árboles y bosques urbanos.
En marzo de 2019, la Asamblea General de Naciones Unidas así lo declaró en el Decenio de la Restauración de los Ecosistemas (2021-2030). Pero ni la plaza Santa Engracia ni la plaza Salamero podrán ser salvadas de la incompetencia de este Ayuntamiento; para ellas ya es tarde. A cambio, deciden crear El Bosque de los Zaragozanos, pero alejándolo de sus ciudadanos, de forma incompetente, improvisando en muchos casos cómo llevar a cabo ese proceso y olvidándose de los árboles de la ciudad.
Diseñar plazas sin tener en cuenta el delicado momento climático en el que nos encontramos tiene consecuencias. Y esas consecuencias las sufriremos a corto plazo. Quienes decidieron destruir esta plaza en lugar de dar solución al problema de su hundimiento parcial, quienes decidieron cambiar olivos y moreras por pérgolas metálicas y césped no han pensado en quienes pasean, habitan o disfrutan de las plazas, han olvidado a quienes dan vida a una ciudad.
Esa vida que desearía para el hermoso arbolado, ahora talado, que llenaba de oxígeno la plaza Salamero. Para sobrevivir, los árboles de Zaragoza van a tener que hacerse clandestinos, esconderse, buscar un sumidero donde crecer tierra adentro. Solo así podrán seguir existiendo en esta ciudad que sufre una de las etapas con medidas más anticiudadanas que yo recuerde.
Lía apunta con su hocico de trufa hacia el lado izquierdo de la calle, sólo lo hace cuando algo misterioso se acerca. Quién sabe, igual ha detectado un bosque secreto bajo el asfalto. Prometemos no desvelar el lugar mientras los arboricidas sigan impunemente diseñando plazas incompatibles con el futuro del planeta.