Transitar por la era digital: maquinización, smarts, influencers, trap y mascotas

Dicen que mirar con perspectiva, desde fuera, a cierta distancia, te permite contrastar mejor los cambios y continuidades de nuestros tiempos. En cambio, mantener la visión de las cosas desde la misma posición impide, en muchas ocasiones, percibir las transformaciones de nuestros hábitos. Mi intención en este breve artículo es relatar algunas de las sensaciones encontradas en los primeros momentos de mi llegada a España tras haber vivido en Ecuador durante cinco años. Para ello, divido la narración en cinco actos, cada  uno asociado a diferentes experiencias que tuve desde el aterrizaje en al aeropuerto de Barajas hasta la llegada …

Sistema de control de pasaportes en los aeropuertos ABC. Foto: Aena.

Dicen que mirar con perspectiva, desde fuera, a cierta distancia, te permite contrastar mejor los cambios y continuidades de nuestros tiempos. En cambio, mantener la visión de las cosas desde la misma posición impide, en muchas ocasiones, percibir las transformaciones de nuestros hábitos. Mi intención en este breve artículo es relatar algunas de las sensaciones encontradas en los primeros momentos de mi llegada a España tras haber vivido en Ecuador durante cinco años. Para ello, divido la narración en cinco actos, cada  uno asociado a diferentes experiencias que tuve desde el aterrizaje en al aeropuerto de Barajas hasta la llegada a mi casa en Zaragoza. A partir de situaciones aparentemente normalizadas, reflexiono sobre algunos de los rasgos que, en mi opinión, caracterizan a la sociedad digital de nuestros tiempos.

1er acto: Máquinas
Llego a Barajas, sin contraste, un escenario calcado a cualquier otro aeropuerto por el que uno haya pasado. Mismas infraestructuras, mismas tiendas, misma impersonalidad…un lugar de nadie. Resulta curioso como en un mundo global tendiente a la especialización, a la singularidad, cada vez existen más sitios que guardan más parecido: urbanizaciones, paseos marítimos, centros comerciales, centros históricos, etc. Independientemente del continente, paseas por ciudades en las que pareciera que ya hubieras estado. Continúo con el estandarizado procedimiento de todo aeropuerto: puente portátil de salida, pasillo, banda, más pasillo, recogida de maletas, cinta separadora, europeos derecha, resto del mundo izquierda, llegada al puesto migratorio. Espera, ¿Y la policía nacional? Alzo la vista al frente y solo veo un agente con una función más de operario que de controlador. Bueno, controlar controla, pero no a la gente que pasa sino a unas nuevas máquinas que sustituyen las antiguas casetas. Estas se encargan de verificar tu identidad. Coloca los pies en la posición correcta, pon tu pasaporte en la banda magnética, alza la cara para el reconocimiento facial, vista al frente… ¡pim! Verde, registrado, siguiente. Venga, una relación social más ahorrada. Hay que decir que evitar cruzarse con la policía es una de las pocas relaciones sociales que a uno no le importaría ahorrarse pero sin duda, es representativo del proceso de maquinización de nuestra sociedad. Proceso de maquinización que comenzó hace más de un siglo y en el que los campesinos han sido sustituidos por tractores, los obreros por robots y ahora, los funcionarios por nuevas máquinas inteligentes. Una tendencia en el que el espacio de las personas es sustituido por máquinas. En este proceso cada vez más acelerado toca preguntarse ¿Y ahora qué haremos? ¿Cuál será nuestra función en el nuevo sistema productivo? ¿Tendremos más tiempo para disfrutar? ¿Seremos más libres?

2º acto: Smart-phone

Una vez sorteado los controles rutinarios, cojo el metro en dirección al centro de Madrid donde vive un viejo amigo del colegio. El metro, otro lugar de nadie. El espacio despersonalizado por antonomasia de las grandes ciudades. A su vez, un excelente laboratorio de investigación social. La primera apreciación al entrar es la gran gama de culturas existente: latinos, subsaharianos, chinos, hindúes y españoles provenientes de todas las regiones de España se dan cita en el subsuelo de la metrópolis; un mosaico de realidades fragmentadas en donde las interacciones son escasas por no decir inexistentes. Es en otras palabras, el reflejo del multiculturalismo: diversidad pero sin mezcla. Nadie conversa, nadie se mira. Sin embargo, la mayoría de ellos tienen algo en común: el uso del smartphone. Ahora todo es smart: smart-phones, smart-cities…mucha inteligencia artificial pero ¿qué ha pasado con la inteligencia de las personas?

No me acostumbro a la sensación de vacío personal que transmite la atmósfera existente en los vagones de metro. La soledad desgarradora me contagia. Tantos y tan solos. Una indiferencia atroz que me cabrea. Todos tan conectados en sus propios mundos. Una conexión paralela que nos transporta a otra realidad, al mundo online. A diferencia del mundo offline (el presencial), el online te permite evitar lo desconocido, tener que interactuar con lo imprevisible, gestionar lo diferente. No es necesario pasar por ese mal trago, mucho más confortable resulta elegir lo deseado a partir de un solo movimiento con el dedo, de un solo clip. Como diría el fundador de Apple, Steve Jobs, cuando presentó el Iphone hace ya once años: “Todo lo que necesitabas en la palma de tu mano”.

3er acto: Influencer

Bajo del metro, recorro unas cuantas calles y llego a la casa de mi amigo. Ahora trabaja como publicista. Me cuenta que es influencer, una persona que en el mundo online tiene la capacidad de, como su propio nombre indica, influir a miles de personas. Un influencer debe mostrar constantemente su actividad cotidiana. Me doy cuenta que es la primera vez que estoy con uno de ellos. Ser influencer no es fácil, requiere una gran dedicación y tu éxito es completamente efímero. De hecho, lo efímero es precisamente el adjetivo que mejor puede caracterizar la nueva sociedad digital. Tu éxito y fracaso puede variar en cuestión de minutos, es imposible vivir del pasado. El influencer tiene éxito de acuerdo al número de likes que pueda llegar a tener, de seguidores que pueda llegar a alcanzar, su ser reducido a una medición cuantificada. Sin embargo, ya hemos dicho que el mundo online es efímero, por lo que al día siguiente hay que volver a ganarse esa popularidad. Ser influencer requiere un esfuerzo constante de reconocimiento en la red. Mi amigo me cuenta que ya no necesita salir para ligar, todo lo tiene en la puntita de su mano. Su éxito en la red le garantiza un deseo que jamás hubiera conseguido en la calle, en un parque o en el bar. – “Ahora ligo más que nunca, incluso puedo elegir que chica traer a casa”. Se acabaron los rituales del pasado, ya no es necesario acercarte a ella, preguntarle cómo se llama, conocerla…tu identidad construida a partir de la web te lo garantiza. Lo instantáneo sustituye al proceso. La superficie esconde el contenido.

4º acto: Trap

Una vez actualizadas nuestras vidas, me invita a escuchar varios temas de trap, el nuevo género que está petando en el panorama musical juvenil. Tras escuchar unas cinco canciones, la sensación es de un derrotismo agotador. Los constantes bajos y la voz robotizada te conducen a un escenario decadente e inmovilizador. El trap es una auténtica oda postmoderna. Un “no future” que, a diferencia del Punk de los ochenta y noventa es completamente funcional a la industria comercial. Es el género de los nacidos a partir de la última década del siglo XX, aquellos que no conocieron un mundo no digital. A diferencia del reggaetón que mostraba el éxito a través de la fetichización del dinero, las mujeres, las drogas y las armas, el Trap trata de desmitificar todo ello e ir más allá. El resultado es paradójico: los traperos vienen a decir,  todo lo anterior lo tengo pero me es insuficiente, necesito más. Esto provoca un ansia de consumo jamás satisfecha. A su vez, refuerza el archiconocido mensaje del sueño americano: “cualquier muerto de hambre puede llegar a triunfar si se esfuerza”.

5º Acto: Mascotas

Tras pasar una noche en Madrid, pongo rumbo a Zaragoza. Para llegar a mi casa tengo que atravesar el parque “Miraflores”, lugar en el que pasé muchos ratos de mi infancia. Si antes era frecuentado especialmente por abuelos, paisaje cada vez más habitual en la envejecida Europa, ahora es por los perros. Pasear al perro se ha convertido en uno de los principales entretenimientos del urbanita occidental. Un estudio reciente apuntaba que 10 millones de españoles tienen perro. O lo que es lo mismo, uno de cada cuatro. En esta sociedad cada vez más precarizada e inestable, tener una mascota es el mejor sustitutivo de un hijo. La razón es evidente: te resulta más barato y requiere menos responsabilidad. El año pasado, murieron en España 31 mil personas más de las que nacieron. Esto quiere decir que vivimos en una sociedad terminal. Si no fuese por la migración, la situación sería aún peor. Cada vez hay más personas que su única comunicación verbal durante el día es con su perro. Por eso, no es raro que te encuentres en el supermercado toda una sección dedicada a las mascotas o que cada vez haya más reivindicaciones en favor de los derechos de los animales de compañía. Al año, un español se gasta 1000 euros en un perro. Mientras que vamos humanizándolos nos vamos deshumanizando. ¿Cómo hemos llegado a esta situación? ¿Dónde ha quedado la comunidad?

Acto final

Releo el texto. ¿Tengo 28 años y ya hablo como un viejo? ¿Tiempos pasados siempre fueron mejores? No lo sé. Con esta breve radiografía de la sociedad actual no intento proyectar un panorama sombrío y pesimista sino advertir de ciertas tendencias que si no se reconducen pueden desembocar en sociedades cada vez más solas, deshumanizadas, menos solidarias, más dependientes de las máquinas y con la posibilidad de que el odio hacia el otro se apodere de nuestro pensamiento. Un odio construido en base a discursos incendiarios que no hacen más que sacar partida de la situación de incertidumbre de nuestros tiempos, una situación que cada vez afecta a más personas. En mi opinión, sería un error pensar que con meras habilidades retóricas se  puede confrontar. Si utilizamos únicamente los mismos canales despersonalizados la batalla está perdida. Se necesitan mostrar prácticas concretas, abrir nuevos espacios, que la gente se encuentre, se reconozca, comparta sus problemas y busque medios para resolverlos. ¿Cómo podemos afrontar la vida en común sin compartir? ¿Sin cooperar? Internet ha hecho que la gente cada vez tenga menos relaciones en la calle. Es en el encuentro cara a cara que se crean compromisos, responsabilidades. No puede ser que ceder el asiento a una señora en el bus sea la forma más intensa de relación personal que tenemos en el espacio público. Volvamos a las calles, volvamos a las plazas, construyamos desde lo próximo, en el barrio, entre diferentes, desde la igualdad, solo así podremos hacer frente al fantasma fascista que retoma su vuelo.

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