Robert Mugabe dimite, ¿bienvenido Mnangagwa?

A sus 93 años, recluido en su casa tras el reciente golpe militar, destituido del cargo de primer secretario de su partido y ante la perspectiva de un juicio político que iba a terminar por destituirle, Robert Mugabe dimite. Ahora la pregunta que sobrevuela Zimbabwe es ¿será Mnangagwa su sucesor?

Robert Mugabe.

Robert Mugabe, en el poder desde 1987, ha dimitido como presidente de Zimbabwe este martes, coincidiendo con el juicio político que se había iniciado en el parlamento para sacarle de la presidencia. Un proceso que ha sido suspendido por el anuncio del ya expresidente.

La caída de Mugabe se inició la semana pasada, después de que en Harare, Bulawayo y ciudades zimbabuenses más pequeñas, cientos de miles de personas tomaran las calles el sábado 18 de noviembre, apoyando un golpe militar blando de la Fuerza de Defensa de Zimbabwe (ZDF), que mantenía retenidos a Mugabe y su esposa en su residencia.

Sin embargo, las movilizaciones no parecieron plenamente espontáneas. En Harare, las personas que se manifestaron portaban miles de carteles diseñados previamente a favor del ejército y de Mnangagwa, exvicepresidente en el exilio voluntario tras su destitución, y figura que asoma tras el golpe militar.

Zimbabwe cambia de líder 37 años después

El Comité Central del partido gubernamental Unión Nacional Africana de Zimbabwe-Frente Patriótico (Zanu-PF) ya destituyó a Mugabe este domingo como primer secretario y nombró en su lugar a Emmerson Mnangagwa, exvicepresidente del país, que había sido expulsado por orden de Mugabe, en un movimiento con el que el presidente recién dimitido pretendía elevar a la vicepresidencia a su mujer, Grace, con la obvia intención de perpetuar un poder, que a Mugabe, a sus 93 años se le escapaba al mismo ritmo que la vida. Esta decisión no gustó ni a Mnangagwa ni a las Fuerzas Armadas.

Grace Mugabe es ampliamente despreciada en Zimbabwe, especialmente por una vida plagada de excesos en lo económico. Lidera una facción de Zanu-PF conocida como "Generación 40" (G40), que busca una regeneración del partido. Por su parte, Mnangagwa, con el mismo interés por los excesos, lidera una facción más antigua denominada "Equipo Lacoste", cuyo logotipo está basado en el de la marca de ropa homónima. De hecho el alias de Mnangagwa es "el cocodrilo".

Mugabe y Mnangagwa lucharon juntos en la guerra de liberación de Zimbabwe que finalizó con la independencia del país en 1980, para después convertirse en una guerra civil que duraría hasta 1984. La guerra civil había tornado en una lucha de poder y en un conflicto tribal. Mugabe, de la tribu shona, lideró una limpieza étnica que acabó con la vida de entre 10.000 y 20.000 personas de la tribu ndebele.

Desde entonces Mugabe se instaló en el poder bajo la promesa de crear un país más igualitario. Nacionalizó las tierras en manos de una minoría blanca que suponía el 1% de la población y poseía el 70% ciento de terreno cultivable. Consiguió que la alfabetización llegara al 90%, límites insospechados en el conjunto del continente africano. A su vez, alimentó a sus partidarios con el reparto de las tierras nacionalizadas y accionariado en empresas extranjeras a las que dejó entrar sin control, hasta el punto de convertir el denominado granero de África en un país incapaz de abastecer de alimentos a su población. Mnangagwa permanecía a su lado, ejerciendo de ministro de Justicia, Vivienda Rural, Seguridad, y finalmente como vicepresidente.

Asomándose al relevo, Mnangagwa no parece precisamente trigo limpio. De hecho, podría haber estado dirigiendo el país en la sombra, a través de sus conexiones con la justicia y el ejército, y podría ser culpable de la desaparición de miles de millones de dólares con el contrabando de diamantes, algo que llegó a insinuar el propio Mugabe. También se baraja que esté detrás del golpe.

China en la sombra

China es el mayor inversor extranjero en Zimbabwe. La participación de Pekín en el país africano se remonta a la década de 1970, cuando suministró de manera encubierta municiones y financiación a las fuerzas guerrilleras de Mugabe durante la guerra de independencia del país. El propio Mnangagwa recibió entrenamiento militar en la China de Mao.

Desde la llegada al poder de Mugabe las relaciones con China se han mantenido y aumentado, hasta hace apenas una año. Sobre todo, habían incrementado las relaciones económicas motivadas por la deriva capitalista y expansionista del gigante asiático. Solo en 2015, la inversión china superó los 450 millones de dólares, según el portal Xinhua.Net, lo que representa más de la mitad del total de inversión extranjera en Zimbabwe.

Recientemente la confianza económica de China en Mugabe había descendido. "La inversión china en Zimbabwe también ha sido víctima de la política de Mugabe y algunos proyectos se vieron obligados a cerrar o trasladarse a otros países en los últimos años”, denunciaba en el diario Global Times –cercano al gobierno chino–, Wang Hongyi, investigador asociado del Instituto de Estudios de Asia Occidental y África.

Ahora toca el turno del debate entre un gobierno de unidad, en favor del que se han manifestado líderes cristianos zimbabuenses y partidos en la oposición, que trate de sacar a Zimbabwe de la crisis económica en la que está inmerso el país, o apostar por la vaga sensación de que Mnangagwa puede ser una versión zimbabuense del liberalizador de mercado Deng Xiaoping.

Mnangagwa tiene ante sí la posibilidad de ser la cara visible de un poder que ya ha estado ejerciendo en la sombra, y si se niega a considerar un escenario de gobierno de unidad, queda la duda de si China le apoyará.

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