Queremos ser camino y no frontera

Escucho pasar los aviones preñados de bombas… y me molestan. Ya sólo me molestan. Antes, yo era joven, creía que era imposible vivir en un sitio donde los ejércitos se entrenaban para matar, para matar mejor. Ahora ese ruido que hace vibrar las ventanas de mi casa, sólo me molesta. - Ama, ¿qué es ese ruido?-, me dice mi hija. Y yo la miro en silencio, no quiero decirle que es sólo un ruido molesto; tampoco quiero asustarla. Durante el recreo los niños y niñas de mi clase miran los aviones pasar. Sólo los más pequeños se asustan, los mayores …

Escucho pasar los aviones preñados de bombas… y me molestan. Ya sólo me molestan. Antes, yo era joven, creía que era imposible vivir en un sitio donde los ejércitos se entrenaban para matar, para matar mejor. Ahora ese ruido que hace vibrar las ventanas de mi casa, sólo me molesta.

- Ama, ¿qué es ese ruido?-, me dice mi hija. Y yo la miro en silencio, no quiero decirle que es sólo un ruido molesto; tampoco quiero asustarla.

Durante el recreo los niños y niñas de mi clase miran los aviones pasar. Sólo los más pequeños se asustan, los mayores ya se han acostumbrado, ya saben que son sólo aviones entrenándose para matar.

Ahora sé también que este ruido no suena igual en todas partes. En Siria o en Afganistán, cuando una madre o una profesora escucha este ruido, cuando una niña pregunta -¿qué es ese ruido ama? - hay una madre que corre, una profesora que les ayuda a esconderse. A ellas, a estas madres y profesoras, este ruido no les resulta molesto: les aterroriza.

Me pregunto si para los pilotos de estos aviones (¿por qué nunca nos imaginamos a mujeres pilotando bombarderos?) sonarán igual sus bombas en las Bardenas o en Siria. Lo pregunto en serio: ¿Qué se siente al apretar el botón? ¿Tendrán madres, hijas, profesoras esos (o esas) pilotos que solo cumplen con su deber? ¿Llevaran sus fotografías en las cabinas de vuelo?

No hay que preocuparse, nadie es responsable. Nadie tiene la culpa de que nuestras tierras se alquilen para aprender a matar. Dos mil años de filosofía, humanismo, arte, religión, ciencia política, derecho… no han evitado que cientos de madres, profesoras y niñas huyan de sus casas para esconderse de las bombas que a nosotras nos molestan. Cuando pedimos el desmantelamiento del polígono de tiro de Bardenas los políticos nos hablan de dinero o nos animan a mantener las protestas dentro de sus cauces… otros 50 años más. Nadie tiene la culpa. No es culpable el militar que cumple con su deber, ni el político que defiende su patria, ni el bien intencionado que protesta sin molestar, ni el ingeniero que diseña las concertinas, ni la obrera que mira para otro lado… Quizás las únicas culpables sean las madres y profesoras que se empeñan en huir de las bombas, para morir ahogadas en el Mediterráneo.

Tendrán razón; sólo es un ruido molesto. Siempre hay alguien que se empeña en morir en algún sitio remoto. Tendrán razón, pero yo quiero ser una de esas madres o profesoras que evitan… ustedes ya me entienden.

- Hija, ese ruido tan molesto yo lo quiero parar. Cientos de hombres y mujeres van camino de Melilla para abrir las puertas a quienes huyen de la muerte. Yo quiero ayudarlos; quiero ayudar a los refugiados y a quienes ayudan a los refugiados; quiero que mis brazos sean parte de los brazos que les protejan. Vas a tener que compartir tu escuela, tu habitación y hasta mis abrazos con quienes huyen, porque yo les quiero proteger. Quiero ser camino y no frontera; quiero cambiar las bombas por abrazos. Quiero que mi cuerpo sea uno de los cuerpos que protegen a los y las que protegen. Porque no es cierto mi niña, que todos escuchemos el estruendo de la muerte como si fuera sólo un ruido molesto. Vamos hija a las Bardenas, si no podemos parar los bombardeos, acojamos a quien huye de ellos.

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