Nuevas modas inquisitoriales

Hay historiadores que afirman que la Santa Inquisición, los tiempos del temible Torquemada, en que se torturaban y ejecutaban personas o se prohibían y quemaban libros tienen una parte de leyenda negra. Que la Inquisición y los autos de fe no fueron tantos, sino que lo que convenía era que el pueblo captara el mensaje

Pues parece que los tiempos no han cambiado tanto en el Reino de España desde entonces y que es importante que cale el mensaje de que el disenso se persigue. De que opinar es algo privado y hacer públicas según que opiniones te puede llevar a la cárcel.

Vuelve el delito de opinión, por lo visto con más fuerza y desparpajo que nunca. Y no faltan tampoco los corifeos del mismo, en forma de medios de comunicación reaccionarios que pretenden sacar tajada política en un tiempo en que a la derechona de toda la vida no le va demasiado bien.

Indigna cualquier cosa a los que se dicen bienpensantes. Qué casualidad que esos bienpensantes suelan ser personajes muy escorados a la derecha (forma fina de llamarlos ultras) y asociados al catolicismo más rancio.

Indigna a algunos el poema Mare Nostra de Dolors Miquel, 40 segundos de irreverencia en un acto público. Un alegato feminista que contiene un par de frases anticlericales dentro de dos horas de sesión hace correr ríos de tinta. Lo de la libre expresión artística se le queda grande a algunos zopencos.

No digamos ya si la feminista es una alto cargo del Ayuntamiento de Madrid y participa en un acto que reivindica algo que debería acompañar a eso que llaman democracia, como es la laicidad de las instituciones. Que paguemos con el dinero de todas las creencias míticas de algunos parece que está bien. Que alguien lo critique merece un año de cárcel. La capilla de la Universidad Complutense ahí sigue.

El uso de la sorna, o a veces de la burla, puede parecer una cosa de mal gusto. Pero el mal gusto, por lo visto, también merece un tipo penal que te puede llevar al talego. Es el caso del cantante César Strawberry, de Def con Dos, al que la fiscalía solicita veinte meses de cárcel por unos tweets que pueden gustar más o menos, pero que se han magnificado y sacado de contexto.

En este caso no es el primero. Jamás tan pocos caracteres dieron para tanta persecución legal y es justo acordarse de la jauría que le cayó encima al rapero Pablo Hasel, condenado a dos años de cárcel por sus opiniones en internet.

Pero si reflexionamos un poco sobre el tema, ya se persigue hasta la conjetura, ni tan siquiera la certeza, como era la idea en efecto de la Inquisición.

Es el ejemplo de los granadinos Títeres desde Abajo. Se construye el delito a través de un hecho ínfimo, anecdótico que se desarrolla dentro de un contexto mucho más grande.

Para este caso ya queda el premio gordo. Ese tribunal de excepción que es la Audiencia Nacional y que funciona a modo de unidad de pre-crimen castigando conceptos tan difusos como la apología del terrorismo. Apología, por otro lado, de los delitos de una organización que no existe: Alka Eta.

O puestos a retorcer argumentos se puede poner exquisita toda una comunidad religiosa y emprender una cruzada, en este caso hebrea, por una crítica a una parte de esa comunidad y no por su credo religioso. Es lo que sucede con la revista el Jueves, que publicó un cómic crítico con las agresiones de Israel al pueblo palestino.

La sátira ofende. Que le pregunten si no a los dibujantes de Charlie Hebdo.

Tomarse la vida con sentido del humor es algo sano, pero los promotores de la nueva hornada de delitos de opinión parecen no tenerlo y haber salido de alguna mazmorra del siglo XVI.

Opinar es participar, es tomar partido. Permanecer en silencio fortalece a los hooligans de las nuevas formas inquisitoriales.

Callar nos hace un poco menos libres.

[alaya_toggle status="open" title=""]Editorial del programa El Acratador, que emite en Radio Topo (101.8 FM de Zaragoza), los jueves de 20.00 a 21.00 horas[/alaya_toggle]

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