Muerte en vida

Quise creer que no hay límites, que todo tiene solución, que la mente es maravillosamente fuerte, y me equivoqué.

Quizá no conociese verdaderamente las fronteras del dolor, la infinita magnitud del máximo sufrimiento, el que destruye desde el interior, el que rezuma, como una bolsita de té, de dentro a fuera y arrasa con todo atisbo de felicidad, de salud, de conciencia.

Golpeaba su cabeza repetidamente contra la almohada. Trataba de controlar los espasmos de su vientre. Agarraba fuerte su pierna como si fuese a perderla. Lloraba con la cara mojada y reía, de pronto, estrepitosamente. Qué bonita risa y qué triste realidad. Fumaba sin cuidado, dejando caer la ceniza entre sus dedos gastados y magullados. Un meñique sin uña. Cicatrices en la piel y en el alma. Una mirada perdida y un repertorio de gestos ausentes de diálogo.

No me dejó acercarme demasiado. Miró a través de mí sin verme. Rio de nuevo y ocultó su cara con la manta. Acostumbrado a la soledad. O al aislamiento. O forzado a ello, sin opción. Sin siquiera la oportunidad de descubrir el placer de la buena compañía. Porque nunca la tuvo.

Me pregunto qué hay en la cabeza de alguien que ha perdido hasta la cordura, qué recuerdos se repiten en su memoria sin descanso, qué miedos se esconden bajo ese cuerpo herido y pertrechado, abusado por quienes debieron protegerle. Me pregunto qué es eso que quiere decirnos, eso que intenta de manera constante, cuáles son las palabras que se quedan en su lengua cuando su cuerpo habla. Me gustaría saber el momento exacto en que algo en su cabeza decidió bloquearse, el instante en que su mente dijo “basta” y se suicidó. La vida no es vida si no hay un motivo por el que seguir adelante. Su vida terminó mucho antes de llegar a este lugar, incluso antes de comenzar el viaje solo, incluso mucho antes de alcanzar la mayoría de edad.

Me pregunto cómo de vacías están las cabezas de la gente que es capaz de hacer tanto daño. Me pregunto si serán realmente conscientes de cómo es posible anular a una persona a través de la violencia. Apretar un botón y matar lentamente. Un disparo en la frente a cámara lenta. Desconozco si alguna vez se preguntaron cómo de intenso tiene que ser el dolor para que la mente muera en la cárcel de un cuerpo tan joven. Veintitrés años y anulado.

Me pregunto cuál fue el error en esta historia, qué fue lo que salió mal. Me pregunto si podría haberse evitado y si a alguien le habría importado. Una vida más, una vida menos en este mundo suicida. Me pregunto demasiadas cosas, quizás si respuesta, pero, aun así, necesarias para despertar del sueño de la ignorancia, del confort y la seguridad. Porque, desgraciadamente, muchos de ellos jamás durmieron.

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