¿Movimientos sociales o inmovilismos personales?

La compasión y la solidaridad son dos emociones normales en los seres humanos sanos, los economistas políticos clásicos así lo manifestaban y bajo este supuesto esbozaron sus teorías.

No fueron los únicos en darse cuenta, el omnipresente consumismo y el sistema obligan a estar en una continua competición en la que el individualismo y el egoísmo son potenciados. Esto consigue inhibir cada día más esos valores básicos de los seres humanos, por lo que el tiempo corre en contra para conseguir una sociedad más digna, justa y solidaria; en la que las estructuras organizativas son imprescindibles para que los individuos descubran lo que piensan y creen en interacción con los demás, en común.

Sin embargo, la mayoría de los movilizados actualmente en este país pertenecemos a la denominada clase media. Asistimos al destrozo generalizado de aquellos sueños construidos años atrás. Las clases más bajas, a pesar de estar, obviamente, en peor situación nadan en un inmenso océano de resignación. Ningún sueño se les ha caído, todo su futuro personal sigue más o menos intacto. La siguiente generación de clase media o de “ex clase media” no tendrá nuestros sueños y aspiraciones y es probable que se resigne a su negro futuro. Similar a lo que sucede en Latinoamérica con barrios de villas miseria y favelas rodeando distritos de urbanizaciones de lujo; en los que la clase baja se resigna a su suerte. Por eso reitero: el tiempo de este tren se agota.

Es cierto, que cada vez más personas activas en la política de calle (es decir, en los movimientos sociales) sienten la necesidad de dar un paso más y llevar esa política de calle también a la política institucional. Al fin y al cabo, a pesar de realizar un notable trabajo en las calles de muchas ciudades y barrios los resultados obtenidos (más allá de logros puntuales) son pésimos para el pueblo en los últimos años: más trabajo precario, más paro, menos calidad educativa y sanitaria, más jóvenes emigrantes, más desahucios... Parece inteligente, amparándose en el dicho de Einstein, recurrir a otras soluciones: “Si buscas resultados distintos, no hagas siempre lo mismo”.

La irrupción de Podemos y del proyecto de Guanyem Barcelona pilló a contrapié a muchas ciudades en las que el tejido social no está lo suficientemente vivo. En esas localidades no se ha podido aprovechar la oportunidad. En verdad, simple y llanamente, porque esa supuesta oportunidad no era más que una ilusión allí donde no existe un amplio y activo tejido social. Y de haberse conseguido algo, habría caído después de las elecciones como un castillo de naipes.

Urge un cambio sustancial en la forma de hacer política que debe trascender más allá de la política de calle, sin dejarla nunca de lado. Quiero aportar alguna idea para la reflexión surgida a raíz de participar en estos proyectos de cambio. Se basan en mi experiencia en Huesca, pero es extrapolable a cualquier otro lugar porque los patrones se han repetido con asombrosa similitud a lo largo y ancho del país. Afortunadamente con honrosas excepciones.

Por un lado, Podemos puede resultar una herramienta de cambio decisiva para el devenir de nuestra sociedad, o bien puede quedar en nada. El problema es, ¿podemos permitirnos que esto quede en nada? Atendiendo a la tendencia que padecemos me temo que no.

En los meses pasados gran cantidad de personas, para lo que se está acostumbrado -esto no es un partido de fútbol o una discoteca-, se acercaban por primera vez a una asamblea política y muchas desaparecían indignadas, básicamente por inoperancia y también por ciertas actitudes. Esto es especialmente sangrante porque llevábamos años quejándonos de la endogamia en los movimientos sociales: siempre las mismas caras. Estoy convencido de que esas personas no habrían renegado si hubiesen encontrado en esas asambleas un grupo importante de personas activistas (como ocurrió en los inicios del 15M). Muchas personas que participan activamente en movimientos sociales saben escuchar, reflexionar y hablar sin intentar imponer; además de haber perdido cierto miedo a actuar y a estar en la calle. No todas, ni mucho menos, pero más que la media de la sociedad.

Si se permite que todos estos espacios los ocupen personas que únicamente se movilizan porque ahora está de moda y porque aparece en la televisión el resultado será pésimo. Sin embargo, si estos espacios los ocupan personas formadas en estas lides favorecerán que la gente que entra con ilusión sea partícipe del cambio, se retroalimente esta necesidad de cambio y además se aprendan esos valores que parecen perdidos de escuchar, empatía, solidaridad, activismo... Esto no es ciencia ficción, ya está pasando en otras ciudades, en donde un cierto número de compañeras ha entendido la importancia de estos cambios. Y es deseable que también en esas ciudades siga creciendo.

No entiendo cómo en muchos lugares se ha dejado pasar esta oportunidad que podría haber hecho crecer los movimientos sociales enormemente. ¿Alguien ha visto últimamente una posibilidad y una estructura mejores para crear poder popular? Y lo que es peor, ¿alguien espera que se dé una ocasión mejor que esta? Si la gente con experiencia no participa mayoritariamente en estos espacios el resultado está claro, algo similar a lo que sucede en Venezuela: allá donde más participan los activistas se llevan a cabo políticas que han estado a la vanguardia mundial; sin embargo, dentro del mismo movimiento, donde la participación de activistas ha quedado eclipsada por oportunistas, la corrupción y el nepotismo campan a sus anchas. Este sistema nos lleva al interés personal, en Caracas, en Burgos o en Atenas, y es normal que las personas oportunistas existan, pero hay que neutralizarlas.

Los diferentes grupos sociales, especialmente en las ciudades pequeñas, están desconectados unos de otros y al final acaban siendo reuniones de amigos sin repercusión palpable alguna. Es obvio que es mucho más cómodo una reunión con los que piensan igual que uno mismo. Pero es evidente que si queremos cambiar esta sociedad habrá que conversar también con los que piensan diferente y que hasta ahora no se acercaban a las asambleas. ¿Por qué no hemos sabido estar ahí? Es cierto que en los libros siempre es todo más bonito, pero ¿a qué esperamos?

Corren tiempos difíciles, en los que no se deben olvidar los ideales -entendidos como objetivo final-, pero quizás sea necesario marcarse también metas más alcanzables, a corto y medio plazo. Por lo menos, para comprobar si se va por el buen camino. En este sentido Noam Chomsky, libertario convencido y uno de los divulgadores anarquistas más exitosos sostiene: “Proteger al Estado es dar un paso hacia la abolición del Estado porque permite mantener un espacio público en el que la gente puede participar, organizarse, influir en la política, etc.”. Además, el propio Estado es la única arma útil con la que contamos para hacer frente al despiadado poder de los poderes económicos y financieros.

Por otro lado, las movilizaciones a nivel municipal de cara a las elecciones del 24M han tenido un problema muy similar al anterior. En muchos casos, donde el resultado ha sido muy pobre, ha faltado la implicación de las personas de los movimientos sociales. De igual manera que en el caso anterior, asistían a las asambleas personas con ilusión pero veían una repetición de la vieja política y con ganas de que la palabra “izquierda” prevaleciera por encima de todo; incluso, a veces, parece más importante la propia palabra que el conseguir un programa que favorezca los intereses del pueblo. Además, aquí entra otro factor que ha producido gran temor a ciertas personas: una candidatura de desborde ciudadano supone perder el férreo control al que se está acostumbrado en estas pequeñas ciudades. En cualquier caso, con la suficiente presión popular esto último se habría sobrepasado. Pero una vez más, ¿dónde estábamos los compañeros y las compañeras?

Teóricamente parece increíble que las personas en esta sociedad podamos llegar a acuerdos y seamos capaces de construir algo en común. Así lo demuestran las infructuosas experiencias de numerosas localidades del Estado. Por todo ello cobran un valor incalculable los proyectos como Zaragoza en Común que ha sido capaz de cuajar un proyecto participativo desde abajo; con una lista elegida abiertamente y en donde los movimientos sociales han entendido el problema que se plantea de cara al futuro y han asumido su responsabilidad. Dignos de alabanza otros proyectos como Ejea en Común y Ganar Alcañiz, entre otros.

En cualquier caso, el 24M es solamente un pequeño paso de un largo camino que debemos ir construyendo todas juntas, en común. Las pequeñas ciudades, que de momento no hemos sabido ilusionar, tenemos todavía mucho camino por delante y mucho que aprender del ejemplo de Zaragoza en Común. Quizás, Zaragoza nos muestre lo útil que puede ser la herramienta institucional cuando hay un apoyo social respaldándolo. Mientras tanto, nos contentaremos con la ilusión que irradia a los cuatro vientos la candidatura zaragozana; de una Zaragoza que vuelve a estar a la vanguardia de los cambios políticos y sociales en el Estado español, igual que ha sucedido en numerosas ocasiones a lo largo de su historia.

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